Barça

Bunkerización y el enemigo dentro: así llegó Xavi a la conclusión de irse

Las críticas internas acentuaron la crisis en el Barça y precipitaron la despedida de un entrenador que no se sentía secundado por una parte notable del club

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Xavi Hernandez hoy en el banquillo de montjuic

Cuentan que la pasada temporada, cuando todavía se jugaba en el Camp Nou, Joan Laporta tiró al suelo una bandeja de jamón ibérico después del primer partido de Liga ante el Rayo Vallecano. Sacando humo, renegaba en el palco del 0-0 en el estreno oficial de un equipo confeccionado a partir de las famosas palancas económicas. Nadie se salvó. Especialmente el entrenador. El curso terminó con dos títulos, la Liga y la Supercopa. Pero el presidente del Barça, temperamental, expresaba su disconformidad cuando los resultados no acompañaban. Esta temporada ha pasado tres cuartos del mismo, con Xavi Hernández como saco de boxeo y con la diferencia de que los problemas de juego son aún más evidentes.

Consciente de la trascendencia de sus gestos, Laporta concentró los aspavientos a su pequeño comité. Después, en frío, se mostraba mucho más reflexivo y calmado. Se convertía en el gran defensor de Xavi, junto a su excuñado y asesor de cabecera, Alejandro Echevarría, que también es íntimo del entrenador catalán. Ahora bien, para las personas cercanas al presidente, esos gestos no quedaban como una anécdota. Y eso sirvió de excusa para que gente con mucho peso en la entidad empezara a dudar del entrenador ya pedir cambios inmediatos.

Del mismo modo que en el 2021 Laporta no veía claro fichar a Xavi y acabó cediendo a la presión popular, algunos pensaban que ahora debía hacerse lo mismo. Además, cargando las culpas al entrenador se eximía de responsabilidad a los gestores del club. Primero fueron halladas con periodistas o con mensajes de WhatsApp. Después, a través de las redes sociales, gracias a la complicidad de cuentas gestionadas por usuarios incondicionales de la directiva actual. Era una forma de condicionar a la opinión pública. Xavi no tardó mucho en saber que le movían la silla desde dentro.

Eran dos realidades paralelas. Entre Laporta y Xavi, la relación se mantenía muy cordial. Hacían encuentros periódicos y, si el partido no había ido bien, el presidente trasladaba calma y confianza al entrenador. Consciente de que Xavi era el mejor paraguas posible, y sabiendo que la alternativa de Rafa Márquez (Barça Atlètic) no era garantía de nada y que la caja no daba para muchas alegrías, Laporta nunca pensó en serio en una destitución. Pero cada vez existían más críticas internas. A los malos resultados deportivos se sumaban las angustias financieras de la entidad: en Montjuïc no se cumplían los pronósticos de ingresos y las derrotas en los partidos de Champions contra Shakhtar y Amberes suponían un agujero de casi 6 millones de euros en la tesorería. El ambiente era cada vez más irrespirable. De nada sirvió que Laporta intentara cerrar filas y orara a su entorno más cercano que dejara de cuestionar al entrenador. Algunos continuaron como si nada.

La reacción de Xavi a las críticas

Para intentar guarecerse, Xavi quiso bunkerizar el vestuario y aislar a todo el mundo de las críticas. Las consideraba exageradas y autodestructivas. No quería hacer caso de lo que se publicaba o se decía en las tertulias. Confiaba en su modelo de juego y se basaba en su experiencia como exjugador y ex capitán azulgrana para detectar los problemas futbolísticos y picar el orgullo de los jugadores, fueran jóvenes o veteranos. Combinaba las buenas palabras en las apariciones públicas, evitando hacer sangre, con análisis muy críticos y subidas de tono en el vestuario, donde llegó a romper hasta tres pizarras. Intentaba combinar exigencia y mano izquierda. Tanto él como el suyo staff estaban convencidos de que era necesario continuar y persistir en la idea.

Hasta que llegó un momento en que el ruido era tan intenso, que traspasó el vestuario y llegó al entorno familiar. No es fácil salir adelante cuando todo el mundo te dice que eres tú quien va a contracorriente. Nervios, angustia y preocupación. "La salud mental", que mencionó a Xavi en la rueda de prensa de despedida. Antes del clásico de Liga, el equipo tenía una buena trayectoria a nivel de números, pero ya se cuestionaba su juego, la poca efectividad de cara a la portería rival y la vulnerabilidad en defensa. La derrota ante el Madrid, sumada a los tropiezos en Europa –aunque intrascendentes para la clasificación final–, volvía a poner el foco en el entrenador. En casi cada rueda de prensa se le preguntaba por su futuro. Y él apenas podía hacer si no sacudirse las pulgas, defender los títulos y los objetivos conseguidos y hablar de un equipo en proceso de crecimiento. Respuestas que no dejaron satisfechos a sus defensores y que alimentaron aún más a los detractores.

Todo tiene un límite. Aunque había renovado hasta el 2025 en septiembre, Xavi ya tenía en la cabeza alrededor de la Navidad que no continuaría, pero solo confió el secreto a su núcleo más cercano. Quería esperar porque el fútbol es caprichoso y el estado de ánimo depende, ya se sabe, de si la pelota entra o no. Ni en la Supercopa, ni en la Copa ni en la Liga han llegado los buenos resultados. Y esto lo ha precipitado todo.

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