Barça

Triste despedida de un Barça con muchas asignaturas pendientes (0-2)

El equipo de Xavi ya puede pensar en empezar de nuevo después de cerrar la Liga con una derrota contra el Vila-real

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Pedraza, marcando el primer gol del Vila-real contra el Barça en el Camp Nou

BarcelonaLlega la hora de empezar de nuevo. De quemar en las hogueras de San Juan los recuerdos de un pasado que se empeña en no marcharse. De despedir en el aeropuerto de El Prat a más de un protagonista de una temporada convertida en una montaña rusa emocional y pensar cómo darle a Xavi Hernández las herramientas para mejorar las notas de este curso. El Barça se va de vacaciones con el principal objetivo, estar en la próxima Champions, logrado. Pero con asignaturas pendientes. En los últimos partidos el equipo ha caminado como un alma en pena, después de haber perdido por el camino el optimismo que había generado la llegada del técnico de Terrassa. La temporada por fin ha terminado. Corría el riesgo de hacerse dolorosamente larga para todos.

Hacían falta las vacaciones. Tras el famoso 0-4 en el Santiago Bernabéu en el que todo el mundo estuvo en las nubes, la realidad se ha encargado de poner en su sitio el barcelonismo con un montón de palos. Derrotas para dejar claro que los proyectos no se levantan en pocas semanas, noticias para recordar que los bolsillos siguen vacíos. El último varapalo fue la derrota ante un Villarreal que se clasifica así para jugar en Europa de nuevo con el primer triunfo de Unai Emery en el Camp Nou (0-2). Nunca había ganado, el técnico vasco. Y eso que había venido con distintos equipos, y había salido siempre perjudicado. Pero este Barça es como las hermanitas de la caridad, listas para alegrar el rostro de quien les visite, ya sea Emery, el Cádiz de los milagros o 30.000 alemanes. El Camp Nou se ha acostumbrado a las sillas vacías y los tropiezos, últimamente. Tanto, que la última derrota apenas hizo daño.

Todo el mundo tenía ganas de poner punto y final a esta temporada. En el Barça ocurren tantas cosas que pierdes la noción del tiempo. Parece raro que apenas sea el primer año sin Messi y que sea la misma temporada que empezó Koeman. Una temporada valorada con nota alta, pensando con la cabeza fría. O con un aprobado justito, pensando con el corazón. Así es el Barça. Algunos socios se marchan de vacaciones cabreados, y otros animados. Y el Camp Nou evidenció esta dicotomía. Muchos, como suele ocurrir, no se levantaron del sofá y decidieron mirar el partido desde casa. Los que sí peregrinaron al estadio lo hicieron con espíritu festivo. Pensando que muchos jugadores merecían una ovación. Y que quizás era el día para despedir a otros, como un Frenkie de Jong que no ha acabado de encontrar su sitio en el césped, aunque no ha dejado nunca de luchar. Dembélé, en cambio, parece destinado a cerrar sus cinco años de desamor sin haberse hecho ni perdonar ni amar. Y eso que Xavi lo ha intentado. Pero los petrodólares de París llaman a la puerta de un jugador con mucho talento, pero las ideas poco claras. Y si este era su último partido, lo vivió en el banquillo. Debía dar continuidad a un ciclo ganador y se ha convertido en la gran metáfora de una gestión deportiva que ha perdido el norte.

Una defensa de mantequilla

Era el último acto de una temporada en la que se ha dado la brújula a Xavi precisamente para que marque la dirección. Tenía que servir para despedirse entre risas, borrando el sabor amargo del mal partido jugado en Getafe. No pudo ser. Pese a salir enchufado, rápidamente aparecieron los mismos síntomas de los últimos días. Ferran sin ver portería, falta de continuidad y una defensa de mantequilla. Lenglet, otro que podría marcharse, hacía lo que podía acompañado de un Araujo que, solo, hacía lo que podía. El Villarreal no llegó mucho, pero cuando lo hacía tenía las puertas del comedor azulgrana abiertas de par en par. En la primera parte, Pedraza hizo el primero. En la segunda, Moi Gómez, tras un error claro de Adama Traoré, que se marchó triste de lo que debería ser su último partido en el Camp Nou.

Con Jordi Alba protestándolo todo y las maletas listas para irse a jugar un amistoso en Australia que solo ilusiona a los australianos, el equipo de Xavi gozó de una posesión estéril. Solo Gavi parecía negarse a aceptar la derrota, mientras que los cambios de Xavi tampoco servían para encontrar grietas en la defensa amarilla. Dembélé, con la cabeza quién sabe dónde, hizo poco y perdió la oportunidad de despedirse que habría merecido un Luuk de Jong sin minutos. Tampoco Ansu, que entró por un Aubameyang flojo. Tampoco Memphis ni Riqui lo consiguieron, mientras los espectadores se preguntaban si Riqui o un Dani Alves sustituido al final serán de los que ya no estarán aquí la próxima temporada. La realidad del Barça es esa. No es un desastre, pero no acaba de animar. Con más deudas que dinero en el banco, tendrá que rehacer la plantilla para que Xavi pueda recuperar esa ilusión que parecía reencontrada, pero se ha ido perdiendo en los últimos días, como si fueran monedas que se escapan por un agujero en el bolsillo. La parte buena es que ahora se podrá empezar de nuevo. La mala, no saber exactamente con qué dinero.

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