El Girona se pasará la semana flotando (1-2)

El equipo de Francisco hace un llamamiento al amor propio y se acerca muchísimo a la Primera División

Jordi Bofill
4 min
Los jugadores del Girona, celebrando el gol de Sylla en Vallecas

ENVIADO ESPECIAL En MADRIDCualquiera controla las emociones del Girona, esta semana. Pero lo tendrá que hacer, porque la victoria contra el Rayo Vallecano (1-2), remontando y superando todas las situaciones límite que se le pusieron por delante, solo es el penúltimo paso para volver a una Primera División que ya ve muy cerca, pero de la que todavía no forma parte. Mejor no lo puede tener, eso sí. Y qué felicidad que sentirá si se produce.

Iraola y Francisco no quisieron jugar la carta de la intimidación de salida. Ni Bebé ni Stuani fueron titulares; lo fueron Qasmi y Bustos, en un 13 de junio de 2021 que pasará a la historia del conjunto de Girona. Porque jugar una final de play-off, porque estar tan cerca de subir a Primera, se ha convertido en habitual cuando posiblemente no lo es. La autoestima que están proporcionando estos últimos años de vida del club, para la afición, es lo mejor que quedará, con el paso del tiempo. Ni categorías, ni victorias, ni títulos; ni nada igual a sentir que el Girona es gigante.

El equipo de Francisco se quedó con un palmo de narices después de un espectacular inicio del Rayo Vallecano. Por velocidad, empujón y presión, los madrileños escribieron el guion de partido que el Girona no quería leer. Álvaro y Trejo pusieron intensidad, abriendo el campo y creando un descontrol incómodo que ni el 3-5-2, el sistema que en Montilivi es como la Biblia, podía contrarrestar. Por primera vez en muchos partidos, los catalanes cumplían órdenes y eran superados. Mal negocio. Un par de ocasiones rechazadas por Bueno y Juan Carlos fueron el preludio del primer gol: Isi, desde el interior del área, se sacó del sombrero un chut imparable. Era el minuto seis y quedaba eliminatoria, pero hizo daño.

Había que hacer un llamamiento al amor propio, el elemento intangible que tantas y tantas veces ha salvado el honor de un Girona que pondría la mano en el fuego por él mismo las veces que hiciera falta. Y aunque se queme, lo volverá a hacer. Porque así lo dice su identidad, así lo lucen sus valores, así se ha ido haciendo un poco más grande temporada tras temporada. En Vallecas, sin embargo, estaba siendo inferior. Juan Carlos se lució ante Álvaro y Qasmi remataría dos veces fuera. Todo el peligro pasaba en el área propia, no había señales del ataque. Un centro de Gumbau al que Monchu no llegó y poca cosa más.

Los pequeños detalles tampoco contribuían a generar confianza, con errores impropios en controles sencillos o en zonas de riesgo, o confirmando cómo el bloque corría más hacia atrás que hacia adelante. Hacía mucho que al Girona no se lo veía tan inseguro, que sufría de verdad, compitiendo con el corazón encogido, deseando no caer en pánico. Recordando los días oscuros del pasado, en los que siempre se quedaba cerca, demasiado cerca, y de manera cruel. Ayer estaba siendo merecido, el Rayo no daba síntomas de agotamiento ni de querer parar el alud. Al contrario, iba además, espoleado por una afición que gritaba, incapaz de quedarse quieta en sus asientos, pero que calló de golpe.

Empate, polémica arbitral y remontada

Calló de golpe cuando el Girona gritó como nunca. En una pelota larga que Sylla luchó y cedió a Franquesa para que, explorando el factor sorpresa, empatara un partido que se revolucionó en un abrir y cerrar de ojos y acabó con un pequeño rifirrafe en el descanso, cuando Pulido Santana –designarlo a él ya es suficiente motivo de provocación por los precedentes que existen–, el VAR o quien asumiera la decisión, anuló un gol de Nahuel Bustos por una supuesta mano. Como siempre, en caso de duda, se perjudica al Girona. Ninguna novedad. Pero esto va bien porque este grupo se enrabia. Y si en condiciones normales puede llegar a dar miedo, no te lo quieras encontrar enfadado.

Tan irado estaba que Sylla marcó en la primera ocasión que tuvo, al primer minuto de la reanudación, con un chut fuerte y cruzado. Al Girona no se lo cuestiona, al Girona hay cosas que no se le pueden hacer. La capacidad de reacción fue extraordinaria. Levantándose, una vez más, como ha hecho a lo largo de la temporada. Como ha hecho a lo largo de tantas decepciones. Como hará siempre. Porque es terco. Porque es el Girona. Y porque ahora mismo no quiere ninguna otra cosa que no sea quitarse la espina y volver a Primera. Solo está a un partido de conseguirlo.

Entonces fue el Rayo quien se puso nervioso, incapaz de entender cómo había dejado escapar un partido que tenía gobernado, dominado por un Girona que por fin volvía a mandar. Con personalidad, como la de Arnau, que con dieciocho añitos ya sabe que en esta vida podrá llegar hasta donde se proponga. Con madurez, parando el partido y perdiendo tiempo cuando había que hacerlo. Aplicándose en un ejercicio de solidaridad colectiva, a pesar de que al Rayo también le invalidaron un gol al tiempo de descuento que podría haber estropeado la victoria, un 1-2 que fue un regalo que no se podía desaprovechar. 

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