París cierra los 15 días de felicidad de los Juegos "de la nueva era"

La ceremonia de clausura cede el paso a Los Ángeles 2028, que promete un estilo diferente con Tom Cruise, rock y Hollywood

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La ceremonia de clausura de los Juegos de París

Enviado especial a ParísPasan los años y los Juegos Olímpicos siguen emocionándonos. Quizás porque nos permiten recordar dónde estábamos cuando los vimos. O quizás porque, a pesar de la política y la codicia, que pueden mancharlo todo, siguen siendo suficientemente puros y nos hacen sentir jóvenes y optimistas. "En este mundo lleno de tensiones, gracias por hacernos creer en la paz y la felicidad", decía el presidente del COI, Thomas Bach. Pasadas las nueve de la noche, el estadio de Saint-Denis se fue llenando de miles de caras emocionadas cuando las delegaciones empezaron a desfilar. Algunos llevaban medallas en el cuello y las enseñaban. Otros ya habían bastado con llegar hasta allí, hasta París. Todos recordarán a la capital francesa, una ciudad que no deja de cambiar pero sin perder el alma de siempre. Qué fácil es enamorarse de París. "Hemos batido récords de audiencias y de espectadores. Pero también hemos batido el récord de propuestas de boda entre atletas", bromeaba Tony Estanguet, presidente del comité organizador.

Los Juegos de la XXXIII Olimpiada parecían destinados a ser un fracaso, ya que se hacían en un país roto políticamente, lleno de ciudadanos insatisfechos y con dudas sobre la seguridad. Pero al final han sido un éxito redondo. Uno de los mejores de la historia, seguramente. Los dirigentes del Comité Olímpico Internacional hablaban de una cita que ha reinventado el olimpismo. "Los Juegos de una nueva era", según Bach. Unos Juegos que, de alguna forma, pueden ser como los de Barcelona de 1992: han demostrado que un nuevo olimpismo es posible. Los Juegos, como París, parecen un ave fénix que siempre renace. "Hemos triunfado, hemos hecho los Juegos", defendía Estanguet. La capital francesa entendió a la perfección que para hacer buenos juegos sólo tenía que enseñar al mundo lo que ya tiene. No era necesario inventarse nada extraño, aparte de las ceremonias de inauguración y clausura. Y por eso han organizado unos Juegos donde se han ganado medallas a los pies de la Torre Eiffel, en los Invalides, en Trocadéro, dentro del Grand Palais o en las puertas de Versalles. Escenarios fugaces en los que ya no se hará deporte pero que dejan imágenes imposibles de olvidar. París ha triunfado, sale del reto con el ego más grande. Y ya suele ser gordo, allí. Ha cometido fallos, como es normal, y ha generado debates, como las imágenes de la ceremonia inaugural. Si alguien pensaba que la clausura sería más conservadora, nada. Los parisinos ya saben hacer eso, van a lo suyo y se despidieron con una suerte de concierto futurista en la que el himno griego, que siempre debe sonar, sonó mientras una suerte de marciano dorado con pinchos llevaba la bandera.

La ceremonia de clausura de los Juegos

París necesitaba unos días así. Necesitaba, en una ciudad que recibió un fuerte golpe con los ataques terroristas de hace unos años, ataques a una manera de hacer, ya que se atacaron las calles, las terrazas, los restaurantes, una sala de conciertos y el estadio donde se cerraban los Juegos. La libertad, vaya. Y, por suerte, muchas veces la libertad triunfa. París, como Notre-Dame, siempre renace. Y la campana que han hecho sonar a los atletas en el estadio cuando ganaban un oro acabará en un campanario de la catedral que quemó pero que ya se levanta, de nuevo, orgullosa. París siempre acaba siendo una fiesta. Cuando Zaho de Sagazan versionó el Sueldos le ciel de París para empezar la ceremonia de clausura, más de uno lloró, con una de las canciones más bonitas jamás escritas. Luego llegó el jolgorio. No, no fue una clausura romántica.

París cedía el testigo a Los Ángeles, se sienta en el 2028, en una ceremonia que inicialmente se hizo larga, ya que se tarda mucho en hacer desfilar a todos los atletas. No se les puede negar estar en el estadio, ya que sin ellos todo esto no tendría sentido. Luego llegó un espectáculo futurista lleno de luces, acróbatas y personajes de ficción que no quedaba muy claro quiénes eran, aunque era muy llamativo. Algo provocador, que ya les gusta, a los parisinos eso. Si la ceremonia inaugural se esparció por toda la ciudad, la de clausura se hizo en el estadio de Saint-Denis, que fue convirtiéndose en una especie de discoteca donde parte del público eran los atletas, que hacían fiesta grande en la pista.

Phoenix tocó rodeado de atletas en la ceremonia de clausura.

Cuando salieron los franceses el griterío fue fuerte, con las 64 medallas. Emmanuel Macron sonreía, acompañado del presidente del COI, Thomas Bach. Cuesta recordar la última vez que se vivió tanta euforia en Francia. Ser olímpico es el objetivo de la mayor parte de deportistas. Esta cita cada cuatro años les ordena la vida. Y ahora que habían terminado, la mayoría se soltaban con escenas que recordaban las de 1992, con el famoso "Atletes, bajen del escenario". Aquí también costó poner orden, ya que los atletas subieron al escenario sin permiso justo antes de la actuación del grupo Phoenix, que defendió al suyo Lisztomania con profesionalidad rodeado de australianas, un atleta con la bandera de Haití y un finlandés.

De París a Hollywood: la hora de Tom Cruise

París ha vivido dos semanas de extraña euforia. Como un enamoramiento de verano de aquellos que no olvides nunca, aunque sabes que acabará. Más allá de la idea de nadar en el Sena, que era buena pero desafortunada en la forma de llevarla a la práctica, casi todas las apuestas han funcionado. Ha gustado empezar todos los días con los trois coups de bastón, idea tomada del teatro con la que se invitaba a viejas glorias a inaugurar la sesión. Los escenarios han entusiasmado, las entradas se han agotado y ha sido un éxito de público. Los deportes modernos, exceptuando el invento que cuesta entender del breaking, son animados, como la escalada o el skate. Y los deportes de siempre han arrastrado a multitudes, con récords mundiales y campeones de los que se acuerdan de por vida, como Simone Biles, Mondo Duplantis, Katie Ledecky, Stephen Curry, Mijaín López, Léon Marchand, Novak Djokovic o Sifan Hassan. El deporte es así. Una generación recuerda dónde estaba cuando un estadounidense con bigote llamado Mark Spitz ganaba medallas y otros recordarán emocionados el duelo entre Simone Biles y Rebeca Andrade.

Tom Cruise, durante la ceremonia de clausura de los Juegos

Algunos participaron en la ceremonia. Representando a todos los continentes, subieron al escenario el judoka francés Teddy Riner, la nadadora australiana Emma McKeon, el luchador cubano Mijaín López, el jugador de tenis de mesa chino Sun Yingsha y la boxeadora refugiada Cindy Ngamba. Después, la gimnasta Simone Biles estuvo en la entrega de la bandera olímpica en Los Ángeles, entregada por una alcaldesa, Anne Hidalgo, a otra, Karen Bass. La ciudad californiana recibe la bandera y ahora tendrá cuatro años para intentar organizar unos buenos Juegos en una ciudad totalmente distinta. Su estilo será muy diferente y la primera cata fue como pasar de un concierto en L'Olympia a un estreno de Hollywood. Tom Cruise bajó del tejado, cogió la bandera olímpica, se subió a una moto y la llevó a la ciudad californiana, donde estaba de día y vivían un concierto con los Red Hot Chili Peppers, Billie Eilish, Dr. Dree y Snoop Dogg. Se pone en marcha la XXXIV Olimpiada. En breve, los atletas volverán a hacer sacrificios mirando en el calendario este año convertido en un objetivo: 2028. Y los mortales nos olvidaremos de muchos de estos nombres hasta que lleguen los siguientes Juegos. Pero durante estos cuatro años recordaremos estas dos semanas de felicidad. Siempre nos quedará París.

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