Mundial de Qatar

Los sustos con los himnos en el Mundial

Analizamos cómo suenan los himnos nacionales que jugadores y aficiones han cantado en Catar, un ritual tan antiguo como la misma Copa del Mundo

Los jugadores de Irán, durante el himno de su país
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BarcelonaDespués de sesenta y dos partidos que llevamos de Mundial, solo quedan cuatro himnos por escuchar: los de la final y los del partido por el tercer y cuarto lugar. Es una tradición centenaria, y que suenen en el estadio antes de empezar cada partido es una liturgia habitual de las competiciones internacionales. De esta Copa del Mundo recordaremos especialmente este momento por una acción simbólica que sucedió durante la fase de grupos, cuando los jugadores de la selección de Irán aprovecharon el primer partido que disputaban en Catar para negarse a cantar el himno nacional en protesta por la represión que viven las mujeres en su país. Este hecho quedará en la memoria colectiva, siempre agradecida cuando hablamos de Mundiales de fútbol, del mismo modo del que se recuerda la final de Italia 1990, cuando un ruidoso silbido en el himno argentino hizo explotar a Diego Armando Maradona, que esperó que lo enfocara la cámara de televisión para exclamar varias veces un "¡Qué hijos de puta!" que encendió el corazón de todos los argentinos.

El himno, lo interprete una orquesta o suene enlatado, es el momento más simbólico de un partido de fútbol internacional. Requiere respeto, en el campo y en la grada, y despierta el fervor patriótico justo antes de empezar los noventa minutos. Hay quien se pone la mano en el corazón, quien canta casi con lágrimas en los ojos, quienes hacen muecas o quienes se muestran ajenos a todo lo que está pasando. En cualquier caso, es una imagen especialmente asociada a los Mundiales de fútbol, baloncesto (en la NBA se canta en absolutamente todos los partidos) o rugby, deporte en el que precisamente habría empezado esta tradición.

Según varias fuentes, y aunque la historia tiene cierto componente legendario parece que se da por buena, la primera vez que se cantó un himno nacional en un estadio fue en 1905 en Cardiff, en un partido entre la selección galesa y la de Nueva Zelanda. Como pasa todavía hoy, los All-Blacks hicieron la clásica haka que tanto intimida a los rivales, y la respuesta galesa, a priori espontánea, fue cantar su himno nacional. Según se supo después, el entrenador local, Tom Williams, pensó que psicológicamente sería una herramienta antihaka, así que todo estaba premeditado. De hecho, incluso escogió al mejor vocalista del equipo, Teddy Morgan, para que fuera él quien empezara el cántico.

Épica y tonalidad mayor

El himno es un símbolo sonoro que en el ámbito práctico se utiliza en términos de representación y protocolo pero que cuando toca también tiene que remover cierta vena patriótica. Tal como explica Arnau Tordera, músico y compositor, "especialmente desde los nacionalismos musicales del siglo XIX, los himnos nacionales –y también los deportivos– han tendido a ser grandilocuentes y majestuosos, de forma que la supuesta grandeza del estado, o del club deportivo, o incluso de la banda musical, se proyecta a través de esta música". A efectos prácticos, todo esto implica épica para dar y para regalar.

Tordera, que hace pocas semanas estrenó La gata perduda en el Liceu, ya hizo un himno para Obeses, su proyecto de rock. Un ejercicio que vale la pena escuchar y que él explica así: "Cogí todos los clichés característicos de estos himnos clásicos para hacer una especie de parodia y homenaje. Es decir: el ritmo de marcha —muchos himnos provienen, de hecho, de antiguas marchas militares—, una orquestación exuberante, un coro pomposo y varios recursos armónicos de los que destaca el paso de menor a mayor, un efecto recurrente en este tipo de composición que activa el sentimentalismo patriótico prácticamente de manera automática".

Cuando pensamos en himnos emocionantes y carismáticos, a todos nos viene a la cabeza el de la antigua URSS, ahora adaptado en Rusia, cantado por el coro del Ejército Rojo, o el italiano, Il canto degli Italiani, que compuso Michele Novaro y que celebra la unificación del estado transalpino, o el francés. Este domingo en el estadio Lusail resonarán la histórica La marsellesa, de 1795 e himno de la Revolución Francesa, y El himno nacional argentino, de 1812 y que también se emparenta con una revolución, la de mayo del 1810 en Argentina. A pesar de tener tanta variedad de procedencias, casi todos los himnos que hemos escuchado estas semanas tenían el mismo patrón: "En general acostumbran a estar escritos en tonalidad mayor, que en la tradición musical occidental siempre hemos conectado al triunfalismo y a la luminosidad", explica Tordera. Hay excepciones, por ejemplo el nuestro, Els segadors, que está escrito en tonalidad menor, "un color armónico que asociamos más al recogimiento, a la tragedia y, desgraciadamente, a la derrota", dice el compositor.

Sea alegre o más bien triste y solemne, lo que importa es que el himno cumpla su función: "Es bueno si logra la voluntad aglutinadora para la que fue escrito", dice Arnau Tordera. Llegados a la final, en los dos estados que sigan en la competición les sonarán a cantos de ángeles.

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