BarcelonaQueridos y queridas, no se puede vivir de la nostalgia. Bien, un poco de nostalgia no duele, pero demasiado no te permite avanzar. La nostalgia nos recuerda a la seguramente mejor directiva de la historia del Barça, la del primer mandato de Joan Laporta, y también al mejor equipo del Barça, donde Xavi estaba en medio del campo. Cuesta ser crítico con dos personas capitales en la historia del club. El jugador que seguramente mejor ha entendido lo que significa el estilo del Barça, el centrocampista que llegó a La Masia cuando era un niño, que sufrió y lloró por unos colores que llevó hasta la cima, con demostraciones de talento la pelota imposibles de olvidar. Y el presidente que ficha a Guardiola, Rijkaard y Ronaldinho. El presidente de un Barça moderno, triunfante, de Unicef en la camiseta, de ir por el mundo con la cabeza alta.
Qué poco queda de todo aquello. La gente que rodea a Laporta no es la misma. El propio presidente tampoco es el mismo, ha cambiado. Y Xavi entrenador, de momento, aún no ha sobresalido como supo hacer como jugador. Normalmente, necesitas varios años para llegar a ser un gran entrenador; no todo el mundo puede ser como Guardiola, que triunfó ya el primer año, en parte por tener una plantilla más completa que la actual. Hay que hablar bien de Xavi jugador, y criticar su discurso errático, con excusas extrañas y cambios de opinión difíciles de entender. Ahora me voy, ahora me quedo. Ahora todo es optimismo, ahora no tenemos dinero. Del mismo modo, es necesario valorar todo lo que significó la revolución del primer mandato y hacerse preguntas sobre la gestión actual, demasiado diferente. Sin planes a largo plazo, con dudas éticas, improvisante. Buscando dinero jugando con fuego, como se ha hecho tensando la cuerda con Nike, con sombras en la gestión de los avales y una gran dificultad para entender cómo se gestiona el futuro del banquillo.
Qué extraña pareja, Laporta y Xavi. Hace años se comieron el mundo y ahora parecen un matrimonio que ya no quiere. Ahora se pelean, ahora se reencuentran. Ahora se juran amor eterno de nuevo en una cena con invitados, ahora duermen en camas separadas. Ninguno de los dos ha demostrado tener un discurso firme, cambiando de opinión cada dos por tres. Ya entendemos que cuesta, pero un club serio sabe tomar decisiones a largo plazo, con la cabeza fría, sin berrinches personales. Qué triste espectáculo, éste, ya que ni Xavi merece esto, por mucho que se equivoque, ni el Barça. Un debate que, de paso, permite que no se hable de los avales, préstamos o futuro económico del club. El segundo Barça de Laporta no se parece en nada al primero. Qué nostalgia, del primero. Duele.