El confort que nace del ladrillo: una casa flexible para evolucionar en el tiempo
Casa GJ (Matadepera). Alventosa morell arquitectos
En Matadepera, al pie del macizo de Sant Llorenç del Munt, una pareja joven ha levantado su primera casa en una parcela de 600 metros cuadrados que formaba parte de una propiedad familiar. El lugar, plano y orientado al sur, estaba rodeado de otras dos casas y salpicado por algunos árboles. Los propietarios querían una vivienda sencilla pero moldeable, capaz de ofrecer intimidad sin renunciar a la apertura ya la luz, y lo suficientemente flexible para adaptarse a los cambios que pueda llevar la vida.
Los arquitectos Alventosa Morell –un estudio con sede en Barcelona, fundado y dirigido por Marc Alventosa y Xavier Morell– respondieron con una idea bastante clara: una casa modular que se adapta al terreno y al clima, más que imponerse. Así, tal y como puede verse en el plano adjunto, el proyecto se despliega en nueve módulos idénticos, organizados en un eje escalonado de este a oeste. Esta estructura les ha permitido conservar los árboles existentes, orientar la mayoría de estancias hacia el sur y mantener la distancia visual con sus vecinos. Su forma fragmentada y rítmica, de volúmenes que avanzan y retroceden, genera espacios intermedios, visuales abiertas y una relación natural con el jardín. También abre numerosos recorridos en la misma vivienda.
El módulo central se eleva ligeramente por encima del resto, y con este gesto simple se define el corazón de la casa: la sala, bañada de luz en invierno y atravesada por una ventilación cruzada en verano. Las aberturas a diferentes alturas y fachadas conectan el interior con el paisaje y permiten que la casa respire.
La importancia de la materia
Sin embargo, la clave del proyecto arquitectónico no reside tanto en la forma como en la materia. Los muros de carga de ladrillo visto -desnudo, sin revestimiento ni disfraces- son a la vez estructura, piel y recurso térmico. Con su masa, acumulan el calor del sol en invierno y mantienen la frescura en verano. Este trabajo con la inercia térmica, combinado con la orientación solar y la ventilación natural, garantiza un confort estable a lo largo de todo el año sin depender demasiado de sistemas mecánicos. "Entendemos la sostenibilidad como el resultado lógico de un proceso riguroso, eficiente y comprometido con una arquitectura racional, contextual y ambientalmente sensible", resumen los arquitectos de Alventosa Morell.
El ladrillo, dejado al descubierto, también puede contemplarse como una declaración estética. Sus texturas y juntas dibujan una parrilla sutil que dialoga con las bóvedas catalanas de los techos y los huecos de las ventanas. Al fin y al cabo, ésta es una arquitectura que bebe de la tradición constructiva local sin caer en la nostalgia. El lenguaje mediterráneo se traduce aquí en la sinceridad de los materiales, en la luz natural y en la relación que se establece entre el interior y el exterior.
La continuidad de los espacios interiores se extiende hacia el jardín a través de pérgolas vegetales que repiten la retícula estructural y, de algún modo, contribuyen a crear refugios climáticos. Bajo estas sombras filtradas, la vida doméstica se proyecta hacia afuera y la casa respira con su entorno. El espacio, tanto dentro como fuera, puede vivirse como un conjunto o dividirse en ámbitos más íntimos, según el momento o las necesidades: ésta es una casa flexible y sin jerarquías, preparada para evolucionar con sus habitantes.
Con una superficie construida de 143 metros cuadrados, la Casa GJ –nombre que los arquitectos dan al proyecto– es un ejercicio de equilibrio: ni grande ni pequeña, ni rural ni urbana, ni tecnológica ni vernácula. Es, sobre todo, una casa que vuelve a la idea esencial de habitar -con sentido del lugar, del clima y del tiempo-. En su aparente simplicidad, esconde una sabiduría acumulada en la tradición catalana de construir bien, con materiales honestos, con medida y con una inteligencia climática que hoy vuelve a ser imprescindible. Alventosa Morell firman aquí una arquitectura serena, racional y también arraigada, que encuentra en el ladrillo desnudo no sólo un material, sino una forma de vivir cálida, duradera y en diálogo constante con la luz y con la tierra.