Cine

¿Se puede filmar la verdad de la vida? Cien años de la película que consagró Charles Chaplin

'La quimera del oro', uno de los filmes esenciales de la historia del cine, este año cumple un siglo de vida

Una escena de 'La quimera de oro'.
17/08/2025
5 min

Barcelona¿Se pueden construir unos zapatos danzantes con tan sólo dos panecillos y dos tenedores? ¿Son comestibles la suela y los clavos de una bota de escalada? ¿Puede una cabaña en la cima de una montaña nevada balancearse como si estuviera suspendida sobre la nada? ¿Es tangible la emoción? ¿Se puede filmar la verdad de la vida? Preguntas que van del más cómic al más metafísico e intangible. Todas están contenidas en La quimera del oro (1925), uno de los filmes esenciales de la historia del cine, obra cumbre, singular obra de arte de Charles Chaplin que este año cumple un siglo de vida. Increíble, ¿verdad? Cien años de vida y tan joven como el primer día, tan inspiradora, tan poética y preciosa. Eternamente sostenida en el tiempo, será admirada para siempre. No importa las nuevas generaciones que se aproximen, seguirán sorprendiéndose como todas las anteriores, seguirán riendo y sonriendo con las ocurrencias y los gags del vagabundo del bigote y el bombín. Las charlotadas, sí, así se llaman los hallazgos cómicos de Charlot. Aunque uno se las conozca casi de memoria, siempre apetece volver para comprobar si siguen provocando los beneficiosos efectos de todas las ocasiones anteriores. Viene a cuento que celebramos hoy La quimera del oro y envidiamos a aquellos que la puedan disfrutar estos días por primera vez en su regreso a las pantallas de cine con motivo de su centenario. Si no puede disfrutar en pantalla grande, dispone de múltiples opciones domésticas. Desde Movistar y Apple TV al todavía vivo formato del DVD y el BluRay.

Éxito de taquilla

La quimera del oro se estrenó en otoño de 1925 en Estados Unidos y fue un éxito con una recaudación nacional de cinco millones de dólares, una barbaridad en tiempos del cine mudo ya agonizante. El éxito permitió a Chaplin resarcirse de una mala racha. El desastre deUna mujer de París, su largometraje inmediatamente anterior –en el que él no intervenía como actor– hizo que se replanteara en serio su carrera. Le pareció una buena idea volver a enfundarse el disfraz de Charlot que tan bien le caía en los numerosos cortometrajes y mediometrajes de los años diez y principios de los veinte y también en El chico (1921), su primer y celebrado largometraje. De cara a conseguir que el cambio de rumbo fuera total, el cineasta vio claro que era necesario emprender el camino en solitario. Ganarse la independencia. Y eso implicaba separarse de sus amigos y socios Mary Pickford y Douglas Fairbanks, con quienes unos años antes había fundado la United Artists, productora esencial de la historia del cine. Y así lo hizo. Les consultó, eso sí, cuál sería el proyecto ideal. La opinión del matrimonio Fairbanks-Pickford era importante para Chaplin. Juntos tuvieron una idea. Mirando fotos de antiguas ideas guardadas en el cajón, sacaron el polvo a unas imágenes de la Fiebre del Oro de mediados del siglo XIX en Estados Unidos. Lagas colas, expediciones temerarias, incontables brindis al sol de miles de personas que se asomaron a la idea de encontrar oro en las montañas nevadas como horizonte vital inexcusable. Chaplin, interesado desde siempre en el gran tema de la realidad y el deseo, de la lucha del hombre contra la adversidad y las fuerzas de la naturaleza, vio posibilidades y se sumergió de lleno. Le interesó especialmente el caso de la llamada expedición Donner, que en invierno de 1846 se quedó atrapada en las montañas de Wyoming. El hambre les dejó honda huella y dicen que tuvieron que recurrir al canibalismo. Chaplin, en el filme, no quiso hacer sangre con esta cuestión y solo se atrevió con hábiles sugerencias cómicas, entre el sueño y la realidad.

Fuera de la pantalla

El rodaje de La quimera del oro se vio salpicado por cuestiones extracinematográficas que, si bien entonces no levantaban especial polvareda ni comportaban nada más que algo de mala marejada, vistas con los ojos de hoy sí resultan, como mínimo, chocantes. La actriz inicialmente pensada para el personaje femenino principal era Lita Grey, con quien Chaplin mantenía una relación sentimental y al que había dejado embarazada. Obligado por la madre de ella, Chaplin se casó en 1924 (él tenía 35 años y ella ¡16!). Tuvieron dos hijos. "El matrimonio es mejor que la cárcel", es la demoledora frase que dicen que Chaplin le dijo a los amigos de su máxima confianza. Para sustituir a Grey, Chaplin optó por Georgia Hale, con quien inició una relación adúltera. Los vaivenes sentimentales de Chaplin no eran ninguna novedad en Hollywood. Unos años antes, el actor ya se había casado obligado por su compañera de entonces, Mildred Harris –también menor de edad– que también sospechaba que se había quedado embarazada. Por último no fue así.

La escena inicial del filme fue toda una proeza. Se rodó en escenarios naturales para recrear la odisea de docenas de buscadores de oro tratando de abrirse paso entre las montañas nevadas. Chaplin la rodó en una estación de esquí de California y contrató a medio millar de sintecho para dar vida a los exploradores. Dar por buena la escena se convirtió en un suplicio quimérico, nunca mejor dicho. Y Chaplin decidió que el resto del filme se rodaría en estudio. Un oso real para la famosa escena de la cresta de la montaña, algo realmente inusual tanto por presupuesto como por peligrosidad. Lo habitual –y rudimentario- era que un especialista se pusiera el disfraz del animal en cuestión y rezar para que el invento resultara mínimamente verosímil. Harina, yeso y sal hicieron el hecho para recrear la nieve y el regaliz fue un buen sucedáneo del cuero y los clavos para la famosísima escena del "tiberio" de las botas. Abrigado tan sólo con el característico traje negro, la camisa blanca, la corbata, el bombín y el bastón parece complicado no morir congelado en plena montaña nevada. La magia del cine, está claro, obra como sustituta ideal de la verosimilitud.

Un cartel promocional de la película.

Chaplin, diecisiete años después del estreno, quiso abrillantar su filme. En 1942 reestrenó La quimera del oro. Una capa de chapa y pintura que comportaba la sonorización, acompañamiento musical y voz en off del propio Chaplin. La modernización tuvo la recompensa de dos nominaciones al Oscar: mejor sonido y mejor música. En aquellos años, claro, Chaplin ya había sobresalido dentro del cine sonoro y hacía poco que había estrenado El gran dictador (1940), su famosa y arriesgadísima sátira de Hitler rodada –poca broma– durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial y prohibida en medio mundo, España incluida.

Charles Chaplin seguramente será uno de los artistas decisivos del arte del siglo XX. Su vida personal fue un corolario de vaivenes que no tachaban precisamente en la ejemplaridad. Además, siempre fue un personaje incómodo para el establishment yanqui. Tuvo que marcharse de Estados Unidos perseguido por el anticomunismo. Él nunca se manifestó comunista pero no se ahorró críticas feroces a las desigualdades existentes en su país. ¿Qué es sino, Tiempos modernos (1936)? Y La quimera del oro, por supuesto. Acumulación de influjos, paradojas, contrastes. Aunque no se sea cinéfilo, todo el mundo debería ver alguna vez en la vida un filme de Charles Chaplin. ¿Por qué no empezar con la vida del explorador a quien una suela de zapato salva del hambre?

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