Literatura

También hay libros sobre el mar donde no se habla del mar

Una inmersión en el simbolismo más oscuro del mar en la literatura, desde Homer y Ausiàs March hasta Blai Bonet y John Banville

Ulises y las sirenas, 1909 donde se ve al legendario rey griego de Ítaca, atormentado por las voces de las sirenas, que cantaban a los marineros para atraerles hacia rocas peligrosas.
Literatura
06/07/2025
12 min

El mar hace agujero y tapa, advierte un dicho mallorquín. Como el amor, podríamos añadir, otra cosa inmensa en la que es posible ahogarse. O iluminarse, como el poeta italiano Giuseppe Ungaretti, con ese poema que se titula Mañana y que sólo tiene estos dos versos: "Me ilumino / de inmenso". El mar nos hace pensar en mañanas luminosas; el amor también.

Ahora, quien asoció como nadie el mar con el amor fue nuestro Ausiàs March. "Hervirá el mar como la cazuela en horno" será, con toda probabilidad, uno de los versos más alucinados que se han escrito sobre el mar hasta el día de hoy. También uno de los más egocéntricos, porque en el poema al que pertenece, Ausiàs March subordina la inmensidad del mar a la de su amor, al deseo que siente de volver a estar con su amada: "Velas y vientos han deseos cumplirme", dice el primero y conocidísimo verso del poema, y ​​luego pasa a enumerar. Demuestra así, Ausiàs, que cuando, unas estrofas más abajo, se describe a sí mismo diciendo "yo son ese pus extremo amador", no va de cacha ni lo dice porque sí. Este poeta valenciano del siglo XV, uno de los más importantes de la Europa de su tiempo, que tenía poco o nada que envidiar al Dante, a Petrarca, a Garcilaso, tampoco se sentiría, a día de hoy, por debajo de cualquier cantante de hip-hop o de reggaetón a la hora de hacerse los milhombres.

Tampoco le habrían impresionado las fantasías apocalípticas del cine de Hollywood. Entera, la segunda estrofa hace así: "Hervirá el mar como la cazuela en horno / mudando color y el estado natural [...] Grandes y pocos peces a recorrer correrán / e buscarán escondrijos secretos: / huyendo al mar, donde son nutridos y hechos, / por gran remedio en tierra". El poeta es tan valiente que atravesará (de Italia hasta Gandía o Valencia) ese mar espantoso del que incluso los peces huyen, sólo para reencontrarse con la amada, lirio entre cardos, o llena de cordura. Aunque también es posible que ayudaran a su inspiración los anónimos autores que a lo largo del tiempo han ido sacando y quitando versos a la letra del Canto de la Sibila: "Mares, fuentes y ríos, / todo quemará. / Darán los peces / horribles gritos / perdiendo sus / naturales deleites".

Una mujer practica surf en Maldivas.

El mar como representación del Juicio Final, de finales de los días. En plena nueva etapa belicista, con Occidente rearmándose mientras EE.UU. e Israel, con sus mandatarios oprobiosos Trump y Netanyahu y todos los que les van detrás, juegan a hacer de dioses de la guerra, la imagen de un mar encendido de cabo a rabo, de una punta a otra de ese vuelto humano plasmado por el planeta. La bomba de hidrógeno, más destructiva que la nuclear, podría causar la ignición de la atmósfera, literalmente la explosión en llamas del aire que respiramos. Que el escenario de la tragedia sea Oriente Próximo, con guerra en Irán y un genocidio en Palestina, rima de manera macabra con que, hace años, las aguas del Mediterráneo se hayan convertido en la tumba de tantas personas ahogadas en pateras ametralladas por patrulleras turcas o libanesas.

La novela de Herman Melville Moby Dick no transcurre en el Mediterráneo, sino que convierte al océano Pacífico en metáfora de la locura y la obsesión, y por eso es un relato que hoy encontramos moderno. La locura, individual y colectiva, es, efectivamente, insondable, oceánica. A su vez, los océanos, y también un mar como el Mediterráneo, nos recuerdan todo lo que no somos capaces de comprender. El mar es el misterio, a pesar de que la tengamos muy cerca. Como el bosque, se asocia con lo que desconocemos, y por tanto con una amenaza. Pero también (es el reverso luminoso) con la aventura, el descubrimiento, el puro y simple gozo de vivir.

Aguas del Mediterráneo central, cerca de la costa de Libia, vistas a través de un portillo del 'Open Arms', en misión de rescate.

El sonido de las campanas del Micalet una mañana del Corpus por las calles casi vacías del barrio del Carmen de Valencia, con la luz del verano que despunta por encima de los tejados, es todo lo que necesitamos saber sobre el mar, aunque no la vemos. Blai Bonet escribió una de las novelas importantes que se han escrito en catalán y la tituló El mar; es un relato asfixiante situado en un sanatorio de tuberculosos, donde unos jóvenes luchan contra fuerzas superiores a ellos: la enfermedad que convierte sus pulmones en cavernas, el desalimento de los pobres y el deseo sexual. Agustí Virallonga supo filmar una película que también se titula El mar y que es tan exigente y abrasiva como el libro en el que se basaba. En un cine de Barcelona donde se exhibió —y ahora ya no existe—, en la puerta de chapa de la sala, justo antes de entrar en la proyección, el espectador se encontraba con un cartel hecho con impresora doméstica. Era una advertencia sobre dos hechos que la dirección de la sala encontraba suficientemente alarmantes para tener que adelantarles a quien se atrevía a entrar a ver el filme, como quien se pone la venda antes de la herida. "La dirección de este cine quiere avisar de que, uno, esa película está hablada en mallorquín. Y dos, en esa película no se ve el mar.

Es tan grande y tan honda, el mar, que en ocasiones, para poder hablar del mar, es necesario obviar la visión del mar. Con el amor ocurre lo mismo. Como en el film In the mood for love, de Wong Kar-wai, oa Las noches blancas, de Dostoievski (y su adaptación cinematográfica, de Luchino Visconti), en la que los enamorados se llaman su amor a base de no decirse apenas nada. Un minuto de felicidad plena compensa toda una vida de desamor, como proclama el protagonista de Las noches blancas al final del relato, cuando ya su amada se ha casado con otro hombre (la traducción al catalán es de Miquel Cabal Guarro): "¿Tengo que llenarte el corazón de tristeza con reproches amargos? ¿Tengo que estrujar una sola de esas flores delicadas que te lazaste nunca a ti, que nunca! cielo sea despejado, que tu sonrisa dulce sea brillante y serena, que seas bendecida por el minuto de bienaventuranza y felicidad que diste a otro corazón, solitario y agradecido!"

Este minuto de felicidad puede darle otra forma de amor, como sucede en esta descripción de Génova por Paul Valéry, tan contenida, y por eso mismo, tan exaltada frente a la ciudad, tan enamorada. Dice (la traducción es de Antoni Clapés): "Esta ciudad, bien visible y presente en sí misma; perpetuamente familiar con su mar, la roca, la pizarra, la teja, el mármol, siempre trabajando contra la montaña". Y más adelante: "Oh olores concentrados, olores helados, potingues, quesos, cafés torrefactos, cacaos deliciosos finamente tostados que exhalan amargura..." Y para terminar: "Cocinas odorantes. Estas tortas saladas gigantescas, galletas de garbanzos, pastos en aceite, sardinas en aceite, de espinacas, frituras. Esta cocina tan antigua. Tampoco hemos visto el mar, pero la hemos presentido, la hemos olfateado en cada línea.

Ilustración para una edición de 'Veinte mil leguas de viaje submarino'.
El capitán Nemo y sus compañeros caminan por el fondo del mar, ilustración de Fabio Fabbi (1861-1946) para 'Veinte mil leguas de viaje submarino', de Julio Verne.

"Ese tejado que las blancas palomas invita / Entre tumbas y pinos tranquilo palpita; / Mediodía lo justo compone con fuegos breves / ¡El mar, el mar que siempre recomenza! / Después de un pensamiento, oh recompensa, / ¡Una larga mirada sobre el reposo de los dioses!" Valéry también escribió El cementerio marino, sin duda uno de los poemas más destacados de la literatura europea del siglo XX: aquí citamos los versos más conocidos, en su versión al catalán de Xavier Benguerel. El cementerio marino es una intensa, pugnaz, honda meditación sobre la muerte y la vida, sugerida por una visita a la ciudad occitana de Seta, en el Languedoc. El cementerio de esta población se encuentra en un punto elevado, desde donde se domina una hermosa vista sobre el mar, y es el mar, de nuevo, el que sugiere a Valéry la idea del misterio y de la muerte. También la del eterno retorno: "El mero, el mero, toujours recomencée!", se exclama, en un verso que tiene la calidad de ser absolutamente poético y, a la vez, literalmente cierto. Por la composición física del lugar, Valéry podía haber tenido un impacto similar al de Seta si hubiera visitado el cementerio de Deià, donde es enterrado Robert Graves porque pasó la segunda mitad de su vida en este pueblo se han propuesto destrozar), y también por motivos análogos a los que llevaron a Valéry a escribir su poema. corniche de Rabat, que termina con un cementerio colgado sobre la línea del horizonte, entre el azul del cielo y el del mar. Las corniche, los paseos marítimos de las ciudades norteafricanas, balcones sobre el mar, como la corniche de Alejandría, por donde deambulaban Justine, Clea, Balthazar y Mountolives, los protagonistas del Cuarteto de Lawrence Durrell, otra novela (hecha de cuatro novelas cortas) escrita mirando el mar.

Contra lo que podamos llegar a imaginar, el mar no se limita al Mediterráneo. Al final de la novela El mar, de John Banville, el protagonista, Max Morden, mientras espera la muerte de una persona querida, recuerda un momento vivido un verano de tiempo atrás, en las aguas del mar irlandés. Él estaba en remojo, sumergido sólo hasta la cintura, y de repente había un movimiento de la marea y el agua le empujaba de nuevo hasta la acera, gentilmente pero sin que él pudiera hacer nada para evitarlo. El mar no había querido hacerle daño, pero podía haberlo hecho, porque se encontraba a su merced, incluso cuando pensaba que no corría ningún peligro. Tras convocar este recuerdo, Max sigue a una enfermera en el interior del hospital, y compara la entrada a este lugar con el adentrarse en el mar. Banville, pues, vuelve a la vinculación recurrente entre el mar y la muerte, y su estilo tan preciso.El mar es una novela, pero muchos pasajes suyos se pueden leer como si fueran poemas en prosa—, que ha sido comparado con Proust y Nabokov, personalmente me hace pensar en su compatriota Joyce: concretamente, Banville parece buscar con el mar una metáfora equivalente a la que construyó Joyce con la nieve al final deLos muertos, un relato (y una adaptación cinematográfica de John Huston que le sirvió de testamento artístico) que siempre hay que recomendar aunque parezca que no viene a cuento.

Enormes olas chocan contra el dique de mar y el faro de Roker en Sunderland, Reino Unido.

Banville sale airoso de su cometido, ciertamente. Eso sí: él publicó El mar (The Sea) en 2005; veintisiete años antes, en 1978, otra escritora irlandesa, Iris Murdoch, había publicado otra novela, El mar, el mar (The Sea, the Sea) también poética, también filosófica, también extraordinaria, y que en algunos aspectos parece ser el negativo de la de Banville. El protagonista, Charles Arrowby, declara al principio del relato (cito de la traducción al catalán de Laura Baena): "Sin embargo, tengo que esforzarme por no intentar escribir elegantemente, ya que esto arruinaría mi iniciativa. Además, lo único que conseguiría sería ponerme en ridículo". Apenas a continuación, el personaje-narrador celebra algo en particular: "Oh bendito mar del Norte, un mar de verdad con mareas limpias y misericordiosas, no como el turbio y maloliente Mediterráneo!" Mucho más adelante, leemos como la natación dentro del " nadar todos los días, a veces con sol, a veces con lluvia, y empecé a sentirme empapado de mar como si el agua me atravesara la piel". El mar del Norte, que Iris Murdoch ama, es un mar pequeño y limpio, como dice su personaje, pero también tormentoso, con olas que a través de las generaciones han arrastrado a mares centenares. —magnífica expresión— del océano Atlántico, y se encuentra entre las costas británicas, danesas y noruegas. Céltico, que se encuentra en el sur, ni del océano Atlántico, que se encuentra en el noroeste de Irlanda y forma el canal del Norte. No muy lejos de estas costas se encontraba Innisfree, el pequeño pueblo irlandés imaginado por John Ford en la película El hombre tranquilo y imaginado de nuevo décadas después por José Luis Guerin en otra película mesmerizante, titulada precisamente Innisfree. En ambas, Maureen O'Hara y John Wayne festejan salvajemente, pero en la de Guerin lo hacen en fuera de campo.

Mapa de 1794 del sur de la antigua Grecia, las islas griegas y Creta.
Busto de Homero. Copia romana de un original griego del siglo II a. Mármol. Encontrado en Baiae, Italia. Museo Británico, Londres, Inglaterra.

Nadie sabe quién fue Homero, si fue alguien. Existe una teoría según la cual no es un nombre propio, sino uno colectivo, bajo el que se reuniría un grupo de autores que habrían ido recogiendo los materiales narrativos que forman la Ilíada y elOdisea y les habrían dado forma, delimitado la estructura de cada uno de los poemas en cantos, y puliendo sus hexámetros, a lo largo de los siglos. Parece que, etimológicamente, el nombre Homer podría venir de una palabra, omaros, perteneciente al eólico, uno de los dialectos del griego antiguo, que significaría rehén, o prenda. Y que los autores agrupados bajo el nombre de Homer serían los homérides, literalmente hijos de los rehenes, o dicho de otro modo, descendientes de prisioneros de guerra. Dado que hablamos de los tiempos en que se produce el tránsito de la oralidad a la escritura en la transmisión de los textos literarios, estos homéridas podrían haber tenido el encargo de memorizar los poemas épicos y asegurar su pervivencia. No hay forma de comprobar la veracidad de la hipótesis de este tipo de sociedad semisecreta de hombres, pero debe admitirse que es estimulante. Ahora bien, la idea de que fuera un aede nacido en Atenas, o en Argos, o en Esmirna, o en Ítaca como el propio Ulises, ocho siglos antes de Cristo, y que fuera un señor ciego con barba y cabello blancos, como establece la tradición más consolidada, sin duda también es del todo satisfactoria.

Tormentas de noviembre desde la costa canadiense.

La Ilíada cuenta los últimos 51 días de la Guerra de Troya, una guerra por amor, ya que estalla sobre todo como consecuencia del rapto de Helena de Esparta por parte de los troyanos, y tiene como tema principal la cólera de Aquiles, el héroe protagonista.Odisea cuenta las aventuras de Ulises —también llamado Odiseo—, guerrero y rey ​​de Ítaca, en su regreso a casa después de la Guerra de Troya. En el canto XXII de la Ilíada, Aquiles mata a Héctor como venganza por el asesinato de su querido Patroclo, y en la versión catalana de Pau Sabaté lo leemos así: "Aquiles divino se abalanzó y clavó la lanza / y la punta, de lado a lado, le atravesó el cuello tierno, / cortarle la garganta / para que pudiera hablarle y pudiera responder con palabras". Por otro lado, en el canto XV delOdisea, el porquerol Eumeu acoge en su cabaña un vagabundo, sin saber que se trata de su añorado rey Ulises, que ha llegado a Ítaca y que, después de cenar, dice estas palabras (que leemos en el catalán de Joan Francesc Mira): "Ahora, Eumeu, y también todos los demás compañeros, escúcheme a / me captar, por no estar a todos una carga.". Lo que vendrá después será el reencuentro con su hijo, Telémaco, con su esposa, Penélope, y la matanza de los pretendientes que aspiraban a usurpar el trono de Ulises.

Estos dos poemas son los pilares sobre los que se levanta toda la literatura occidental: las historias que nos hemos contado, las que nos contamos todavía hoy y las que previsiblemente nos contaremos en el futuro, si no se cumple el mal augurio del mar en llamas. En estos dos poemas existe una parte sustantiva de lo que somos como civilización, como cultura, con independencia de la lengua que hablamos, de la religión que profesamos, del color de nuestra piel. Nos une el mar, ese mar turbio y maloliente —como acertadamente escribía Iris Murdoch— que es el Mediterráneo, y que está contenida también en nuestros dos poemas fundacionales. Es nuestro mar homérico, las aguas y el barro y los vientos y el limo que nos nutren. El sufrimiento de Helena, la ira de Aquiles, la fuerza de Agamenón, la inteligencia de Penélope, la astucia de Ulises, el horror del Ciclop y de los lotófagos y de las sirenas y de Circe y Calipso y Escila y Caribdis.

Este corral mediterráneo, como lo llamaba el poeta Damià Huguet, en el que vivimos y nos desafiamos, viene de lejos y tiene vida para llegar mucho más lejos todavía. Los inquilinos del corral mediterráneo tenemos el mar en un saco, como acertó a escribir el propio Damià Huguet. La inmensidad del mar concuerda extrañamente con la pequeñez humana y con la grandeza de nuestros amores. Nos lo corroboran Saint-John Perse y Derek Walcott, ambos nacidos en las Antillas. Por ellos sabemos que el Caribe es otro Mediterráneo, que el mar siempre es el mar como un enamorado siempre es un enamorado. De Walcott podemos leer Omeros, una versión moderna de la Ilíada en la que Héctor y Aquiles no son héroes, sino pescadores, y Helena, una criada negra. Y Saint-John Perse, desde su poema Invocación, nos regala un verso para terminar este escrito: "He visto sonreír, dentro de los oscuros del inmenso, una gran joya: el Mar en fiesta de nuestros sueños..."

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