Periscopio global

Australia, superpotencia mundial del juego

Empresas y patronales se oponen a una legislación que recorte sus ganancias

Apuestas durante las carreras de Melbourne en el hipódromo de Flemington, Australia
Aleix Graell Núñez
23/04/2025
4 min

SydneyNo hay un día especial para las tragaperras, cualquiera es bueno. Es un lunes de febrero y en el Hotel Seaford de Frankston –un suburbio unos cincuenta kilómetros al sur del centro de Melbourne– hay un puñado de parroquianos jugando después de cenar. Las máquinas se apilan en hileras, todas con un taburete delante. El suelo es de moqueta, no hay ventanas, ni relojes, sólo cuatro mesas para dar el toque hasta tarde.

El Seaford tiene 105 máquinas tragaperras y entre 2022 y 2023 aquí se gastaron 15,6 millones de dólares australianos (8,7 millones de euros), 42.637 dólares al día de media (unos 23.845 euros). Lo equivalen a un salario medio de Frankston. "Australia tiene el ratio de apuestas per cápita más alta del mundo –remarca Lisa Russell, profesora de microeconomía aplicada al RMIT–, y ser los más jugadores significa ser los más perdedores".

Según una encuesta del Australian Gambling Research Centre de 2023, en los últimos 12 meses un 73% de los adultos participaron en algún juego de apuestas; millones de dólares (13.976 millones de euros).

"Es parte de la cultura desde los primeros años de la colonia –apunta Alex Blaszczynski, profesor emérito de la Universidad de Sidney–. Carreras de caballos, por ejemplo: Melbourne Cup es precisamente un día festivo. Todo normaliza los comportamientos hacia el juego, en contraste con lo que ocurre en otros países donde la estructura es totalmente diferente".

En todo el país hay más de 185.000 tragaperras y Nueva Gales del Sur, el estado heredero de la primera colonia penal británica, acumula casi la mitad de las máquinas en hoteles y clubes. Charles Livingston, de la Escuela de Salud Pública y Medicina Preventiva de la Universidad Monash, apunta que la legislación, "inefectiva y basada en la autorregulación", permite que estos establecimientos actúen como casinos con máquinas diseñadas para realizar una apuesta cada 2,5 segundos.

"En toda Australia hay mucha gente que se encuentra al límite de tener un problema con el juego", asegura Russell, quien puntualiza que cuando una actividad social se vuelve repetitiva y adictiva para un sector de la población hay que tratarlo desde el punto de vista de la salud pública. De hecho, una reciente investigación de la Universidad de Melbourne indica que hasta 105.000 australianos en un país con una población de 26 millones podrían estar en alto riesgo de sufrir daños derivados de la adicción al juego, con consecuencias financieras o de salud mental, pero sobre todo para sus entornos familiares.

En opinión del profesor Blaszczysnki la adicción al juego es invisible, no puede verse en los hospitales, escuelas ni en la calle, aunque pueda afectar a un 1% de los australianos adultos. "El gobierno obtiene unos ingresos significativos de los impuestos al juego; por tanto, si restringen el juego de apuestas, están reduciendo sus ingresos", asegura. Sólo en el año fiscal 2022-2023 el sector facturó 31.000 millones de dólares en beneficios empresariales (17.330 M€), que suponen 9.000 millones en impuestos.

El aumento de las apuestas deportivas y las casas de apuestas online ha provocado que conservadores y laboristas acuerden una investigación parlamentaria comisionada por la laborista Peta Murphy, diputada por la división que incluye Frankston. "Solo los proveedores, las ligas deportivas y los medios salen ganando de la situación actual", aseguraba Murphy en su informe final. El comité concluyó que casi la mitad de los australianos apostaban en carreras o deportes, y que de ellos hasta dos tercios estaban en riesgo en un país que per cápita apuesta unos 853 euros al año. El informe incluye 31 recomendaciones como una legislación nacional, intervenciones para reducir el riesgo o la eliminación de la publicidad y los patrocinios en el deporte por tres años. Sin embargo, la mayoría de las recomendaciones no han salido adelante e independientes y verdes cuestionan la ministra de Comunicaciones, Michelle Rowland, que en el 2022 aceptó donaciones de Sportsbet durante la campaña electoral ya la que Responsible Wagering Australia, el principal lobista del sector, invitó a cenar en un lujoso restaurante el día de su lujo.

Tampoco parece que el primer ministro Anthony Albanese tenga interés en incorporar todas las recomendaciones de la comisión Murphy. Albanese contestó a una pregunta parlamentaria que "casi el 70% del daño del juego proviene de las tragaperras", citando un dato que no proviene de ninguna agencia gubernamental ni universidad. Ese 70% aparecía en un artículo de prensa firmado por Peter V'landys, consejero delegado de la Liga Nacional de Rugby, jefe de una organización que según la prensa ingresa unos 50 millones de dólares por temporada de las apuestas deportivas. V'landys, que como reveló elAustralian Financial Review presionó al primer ministro para repeler la prohibición de la publicidad y patrocinios en el deporte, tiene una excelente relación con Albanese, que le invitó a una cena de gala en la Casa Blanca durante la presidencia de Joe Biden.

Charles Livingstone, profesor y miembro del Grupo de Expertos en Juegos de Apuestas y Trastornos del Juego de la OMS, lamenta que clubes y hoteles con tragaperras, así como las grandes casas de apuestas, tengan tanta influencia política: "Contratan antiguos políticos, tienen un acceso enorme al sistema político, y lo utilizan para asegurarse".

En uno de los informes sobre la colonia de Nueva Gales del Sur en 1822, John T. Bigge aseguraba que a los convictos ya los hombres libres les encantaba apostar, incluso jugándose raciones de comida; una actividad que después se convirtió en parte de la identidad de las clases populares. Pero como apunta John O'Hara en su tesis doctoral sobre la historia del juego, el gran "delito" de los convictos y desfavorecidos era que los pobres no pueden asumir sus pérdidas, como sigue ocurriendo hoy en suburbios como Frankston.

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