Dos décadas del euro, la moneda imperfecta

La pandemia reabre el debate sobre la arquitectura de la divisa única cuando se celebran 20 años de su entrada en circulación

El crecimiento económico y los precios en la zona euro
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BarcelonaEl Año Nuevo de 2002, las imágenes se repetían en todos los medios de comunicación de Europa: ciudadanos ilusionados retiraban los primeros euros de los cajeros automáticos. El euro entraba en circulación y, a ojos de los ciudadanos, ya era definitivamente una nueva realidad que fortalecía todavía más los vínculos económicos de once países –actualmente ya son 19– de la Unión Europea. Los europeos, y entre ellos los ciudadanos españoles, llevamos pues dos décadas con euros en el bolsillo, a pesar de que bancariamente y contablemente ya estaba establecido desde el 1 de enero de 1999.

Entre la ciudadanía la ilusión se mezclaba con la resignación de tener que acostumbrarse a una nueva divisa, mientras que en el establishment político y empresarial español el euro se recibía con euforia. El entonces presidente del gobierno español, José María Aznar, hablaba de la realización de "un sueño" y los partidos políticos, con poquísimas excepciones, se sumaban a las celebraciones. Veinte años más tarde, sin embargo, el sueño se puede cifrar: España, como los países del Mediterráneo occidental y Grecia, se encuentra entre los menos beneficiados en cuanto a crecimiento.

De hecho, la alegría general de aquel 2002 contrastaba con las críticas de los economistas. La teoría económica tiene muy estudiado el funcionamiento de lo que se denomina una área monetaria óptima y expertos de todos los colores –incluidos varios premios Nobel– apuntaron desde el primer momento que los países que compartían el euro no cumplían los requisitos mínimos de integración económica y política. En otras palabras, avisaban de que la UE estaba construyendo la casa por el tejado impulsando una moneda única sin tener una política económica muy unificada.

Los Estados Unidos, Suiza o el Reino Unido demostraban que se puede crear una área monetaria óptima a pesar de tener tanto una gran diversidad cultural como una fuerte descentralización política. Pero la principal diferencia entre estos países y la eurozona es a escala fiscal: tienen un gobierno central o federal que recauda impuestos y después se los gasta en todo el territorio, compensando las capacidades y las necesidades de cada región.

Si California es más competitiva que Texas, los ciudadanos de Texas importarán productos californianos, pero a la vez el gobierno de los EE.UU. también recaudará más impuestos de los californianos y gastará más en Texas. Así, el dinero que salga de Texas hacia California volverá, en parte, gracias a las transferencias del gobierno federal. La zona euro no tiene ningún mecanismo similar, puesto que el presupuesto de la UE apenas pasa del 1% de su producto interior bruto (PIB, el indicador que mide la actividad económica). Con el euro, si España importa mucho de Alemania, a priori no hay ninguna manera de hacer devolver dinero.

La solución teórica a este problema fue obligar a todos los gobiernos de los países del euro a limitarse el endeudamiento, todos por igual. La realidad es que este mecanismo no establece un sistema de transferencias entre territorios y, además, evita que los estados menos competitivos puedan utilizar el endeudamiento para financiar inversiones y justamente ganar de este modo competitividad.

Una forma de romper con esto habría sido que el Banco Central Europeo financiara el endeudamiento de los estados comprándolos buenos –los economistas lo llaman hacer de prestamista de último recurso–, un hecho considerado anatema por los dos primeros presidentes de la institución, Wim Duisenberg y Jean-Claude Trichet. En sus inicios el BCE siguió al pie de la letra la tradición monetaria alemana —opuesta a la de los países anglosajones— que no acepta la adquisición de deuda por parte de los bancos centrales como una política válida, puesto que la creación de dinero para ayudar al gobierno puede hacer subir mucho los precios.

Recesión en el centro, burbujas en el sur

Los inicios de la zona euro estuvieron marcados por una recesión en Francia y Alemania. El BCE tuvo que acomodar su política para ayudar a los dos motores del continente y bajó los tipos de interés, mientras la Comisión Europea hacía la vista gorda cuando los gobiernos de estos países incumplían sistemáticamente los tratados y se endeudaban por encima de lo permitido. Los tipos de interés tan bajos sirvieron para remontar la economía alemana, pero provocaron fuertes crecimientos y aumentos de precios en los estados más periféricos, como España o Italia, que habrían necesitado unos tipos más altos. La inflación en particular provocó la pérdida de competitividad de estos países, puesto que sus productos se encarecían más que los de los estados del centro del continente. "Los países periféricos crecieron más que Alemania los primeros años", entre otras razones "gracias a la fuerte reducción de tipo de interés", explica Jordi Galí, catedrático de economía de la UPF e investigador del Centro de Investigación en Economía Internacional de esta universidad.

Los tipos demasiados bajos para España explican dos fenómenos de principios de los años 2000. El primero, las fuertes subidas de precios, que muchos ciudadanos atribuyeron equivocadamente a la decisión de los comerciantes de redondear precios. La segunda, el abaratamiento del crédito, que provocó la burbuja inmobiliaria: era la época en qué todo el mundo tenía una hipoteca. Los dos son fruto de un sobrecalentamiento de la economía causado por las políticas demasiado laxas del BCE. "Una política monetaria propia muy gestionada habría podido parar el crecimiento excesivo de los 2000 y evitar la inflación diferencial [respecto a Alemania] y la pérdida de competitividad", indica Galí.

Pero con el estallido de la crisis financiera en 2008, la situación se revirtió: la periferia sufrió más la recesión que los estados del corazón de Europa. Y en esta ocasión, la Comisión Europea no hizo la vista gorda e impuso en los gobiernos una austeridad sin precedentes en un momento en que países como España, Italia o Grecia necesitaban que el sector público incrementara el gasto para compensar la caída de la actividad. El BCE, por su parte, bajó los tipos de entrada, pero los subió el 2011, en plena crisis. La recesión se alargó mucho más en Europa que en el resto del mundo e impactó muy negativamente en los estados de la periferia, varios de los cuales –España entre ellos– acabaron rescatados. En 2009, los EE.UU. ya volvían a crecer, mientras que en Grecia o España todavía les esperaban cinco años de penurias.

"La salida de la recesión en la periferia habría sido más rápida con una política y una moneda propias, como lo fue a comienzos de los 90", opina Galí. "Pero no tengo claro que se hubiera conseguido la estabilidad de precios que ha conseguido el BCE, puesto que los bancos centrales periféricos no serían tan creíbles en su voluntad de controlar la inflación", añade.

Integración los últimos años

La crisis y después el covid han servido para integrar más la zona euro. De hecho, la crisis acabó cuando el 2015 el nuevo presidente del BCE, Mario Draghi, rompió el tabú de la deuda e inició la compra masiva de bonos de los estados, lo que dio estabilidad a los mercados y margen de maniobra a los gobiernos con problemas, entre los cuales el español, para endeudarse a un coste más bajo. Con la pandemia, se ha ido todavía un paso más allá, con la emisión de buenos europeos financiados por el presupuesto de la UE, lo cual acerca un poco la Comisión Europea a hacer el papel de gobierno federal, a pesar de que todavía está lejos de recaudar impuestos. Los fondos Next Generation, a pesar de que son un programa puntual, también suponen un precedente de cara a tener un sistema para transferir dinero de los países ricos y competitivos del centro hacia la periferia, también emulando el papel que haría un hipotético gobierno europeo.

¿Se puede ir más allá? "És una cuestión puramente política. Depende de los estados llegar a un acuerdo por un arreglo más flexible y creo que lo adoptarán", asegura Galí. Para el economista, "la arquitectura precovid, forjada durante la crisis de la deuda con el objetivo de calmar los mercados de deuda periférica, es obsoleta y ya no tiene ninguna credibilidad". "La financiación con deuda comunitaria del NextGen es un salto cualitativo importante que puede convertirse en el embrión de una política fiscal paneuropea", agrega. Pero, según apunta, "la arquitectura óptima en una unión monetaria también requiere flexibilidad fiscal por parte de los estados miembros ". Habrá que ver cómo evoluciona la economía para saber cómo de flexibles están dispuestos a ser los gobiernos nacionales en las materias que afectan su moneda imperfecta.

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