Entrevista

Paula Solanas Alfaro: "Criticar el modelo de los 'unicornos' como Glovo no significa ir en contra de la innovación"

Periodista

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Retrato de la periodista y escritora Paula Solanas

BarcelonaPaula Solanas (Barcelona, ​​1993) lleva más de siete años dedicándose al periodismo económico en el ARA. Hasta hace unos meses era la responsable de la información relacionada con el mundo de la emprendeduría y la tecnología, lo que le ha dado un amplio conocimiento del mundo start-up a base de historias y entrevistas, que ahora se materializa en su primer libro, El Club de los unicornios: Glovo, Cabify, Jobandtalent e Idealista (Península, 2023). La precarización de los trabajadores de algunas de estas plataformas es gran parte del engranaje que las ha propulsado para convertirse en unicornios –empresas valoradas en más de mil millones de euros–, y sus historias son el hilo conductor del libro de Solanas.

En el libro haces un retrato muy concreto del típico emprendedor. ¿Cómo lo describirías?

— El retrato del emprendedor, sobre todo cuando se miran las empresas que había en ese primer club delunicornio de Estados Unidos, está claro que es un hombre blanco, de carrera técnica y que viene de una posición bastante acomodada y que, al mismo tiempo, se rodea a otros hombres para crear sus proyectos. Tenemos varias historias de compañeros de clase o de trabajo que tienen una gran idea, para la que van a buscar dinero a fondo de capital riesgo liderado también por hombres de mediana edad.

¿Influye la clase social?

— El tema del origen social, aunque en las empresas que salen en el libro existen diferencias, incide mucho en que uno se visualice siendo empresario, porque lo has visto en casa, porque has estudiado en una escuela de negocios donde se te ha hablado de ese tipo de referentes. También porque en el sector abunda lo que se llama family, friends & fools (familia, amigos y tontos), que suelen ser los primeros inversores, lo que implica que esta familia y el entorno debe tener un patrimonio algo importante para poder arriesgar dinero. Es evidente que si vienes de una posición acomodada tienes una red de seguridad y muy interiorizada esta idea de que si fracasas te puedes levantar de nuevo. Y, en estos casos, levantarte siempre será más fácil, porque la red de contactos que habrás hecho para crear tu proyecto te ayudará a encontrar trabajo en otro sitio. No olvidemos que el tema de los fracasos también se ha convertido en un currículum: haces una empresa y quizás no lo logras, pero esto demuestra que tienes esta ambición y esta red en el ámbito emprendedor.

Las empresas de las que hablas en El Club de los unicornios, todas salvo Idealista, tienen en común una parte oscura en términos laborales. Es gracias a la explotación de sus trabajadores que han llegado a ser unicornios?

— A las empresas de esta economía de plataforma se les ha preguntado si podrían existir si mantuvieran a sus trabajadores como asalariados en vez de como autónomos, y no cabe duda de que con los márgenes tan escasos que tiene este modelo de negocio es difícil pensar que sería viable. Al final, este modelo les ha permitido realizar una expansión y crecer a un ritmo impensable. Glovo tuvo unos años en los que semana a semana se abría a nuevos países, y llegó a mercados como Ucrania, Marruecos, Kenia… Tener un modelo en el que es tan fácil entrar como trabajador y mantener una relación laboral quede fuera del contrato ha facilitado que ahora sean cómo son.

El caso de los riders de Glovo ha sido, seguramente, el más mediático de los cuatro. ¿Cómo justifican ellos estas praxis, que han llegado a llevar a la muerte a algunos de los repartidores?

— Creo que ellos están realmente convencidos de que lo que están haciendo tiene un impacto social positivo y sus fundadores creen en este modelo como nueva concepción del trabajo. Un modelo en el que todos tenemos múltiples fuentes de ingresos y podemos ser más flexibles y gestionarnos el tiempo como queramos. Por tanto, no consideran que esto sea precariedad, sino un sistema que permite a las personas tener un trabajo que, incluso ellos lo dicen, quizá no sea el trabajo de su vida, pero sí puede resolver un momento personal concreto.

No olvidemos que estamos hablando de cuatro empresas reales. ¿Has podido contactar con ellas?

— He contactado con todas ellas, lo hice cuando todavía estaba escribiendo porque quería darles la oportunidad de contestar muchas de las afirmaciones que se hacen en el libro. Pero me encontré con algo, que ya me he encontrado durante estos años siguiendo estas compañías para el diario, que es cierto hermetismo y dificultad para obtener según qué respuestas. Cabify decidió no participar en el libro, y tiene todo el derecho, pero las demás contestaron a cuestionarios por escrito. Obviamente, a mí me hubiera gustado que me hubieran concedido entrevistas en profundidad con sus fundadores, creo que pudo aportar más material de calidad.

¿Los testigos han sido fáciles de encontrar?

— Al principio los trabajadores eran más invisibles, pero llegó a un punto de que salieron plataformas como RidersXDerechos y otras asociaciones que han hecho presión y se han sindicado. Por ejemplo, en el caso de Glovo ya existe sindicato para los trabajadores del supermercado. Ha habido una mayor conciencia de querer hacer ruido. Ahora bien, muchas de las historias que salen en el libro son con nombres falsos, sobre todo en el caso de personas que han trabajado en la parte de las oficinas, porque no deja de ser un sector pequeño y temen recibir represalias.

Como decías, muchos de ellos son gente que empezaron a trabajar en estas plataformas en momentos de necesidad. ¿Se aprovechan de esto estas empresas?

— Sí. En el caso de Cabify ha habido mucho el perfil del conductor que es mayor de 50 años y está en paro, que no encontraba trabajo y le costaba encajar en este modelo... Pero las propias empresas han hecho de eso su mensaje, para ellos es una cuestión de responsabilidad social corporativa, como Glovo, que dice que emplea a personas de los márgenes de la sociedad. Han vendido mucho que en estos trabajos contrataban a personas mayores de 50 años, o personas migrantes que hacía poco que habían llegado. Y Jobandtalent igual, no deja de ser una aplicación que te permite encadenar muchos contratos como ETT en distintas empresas. Y a una persona que no tiene una estabilidad laboral venderle esta concatenación de minitrabajos es muy fácil. En el caso de Glovo, el problema que persiste con las cuentas realquiladas también te demuestra que existe una situación de vulnerabilidad para estas personas migrantes sin papeles, y que les supone una salida fácil. Pero al final esto genera la desprotección que hemos visto, aunque en algunos casos se acabara pagando a las familias la parte del seguro al que Glovo no estaba comprometida. Hubo un repartidor nepalí –y después ha habido otros– que murió usando una cuenta que no era la suya.

¿Criticar todo esto es ir en contra de la innovación?

— Ellos están convencidos de que están en el lado bueno de la historia. En muchas de estas empresas existe una parte importante de los departamentos de políticas públicas que se han dedicado a hacer de lobi; Glovo, por ejemplo, ha llamado a muchas puertas de ministerios, e incluso forman parte de asociaciones de empresas digitales que presionan por este tipo de cambios porque creen que muchas de las regulaciones que se han hecho para limitar su alcance son para ir contra la innovación. Pero criticar estos modelos no significa ir en contra de los avances, ni ser un ludita ni nada de eso, no implica renunciar a la tecnología como tal.

¿Todo esto es un problema de falta de regulación?

— El tema es que la regulación ha ido a un ritmo mucho más lento de lo que han avanzado las cosas. La ley rider, por ejemplo, no se aprobó hasta 2021, y en 2016 yo ya empecé a escribir de Glovo en el diario, y seguramente ya se había escrito antes. Por tanto estas empresas tuvieron mucho tiempo para utilizar modelos que después a la larga se ha visto que no eran del todo compatibles con la ley. El caso de Cabify y todas las idas y venidas con la regulación de las VTC es otro ejemplo. Seguramente con unos marcos más claros y empresas que después cumplan estos controles sería más fácil, o al menos no se llegaría a situaciones extremas como las que hemos visto.

Empresas que después cumplan, dices. Glovo, por ejemplo, ha acatado la ley rider?

— Ellos defienden que con la ley rider sí que cambiaron su modelo y que ahora el rider es libre de decidir cuándo trabaja, e incluso intentaron el tema del multiplicador, que pudieran fijarse precios diferentes, pero salió mal. Al final lo que tendremos que ver son las sentencias y sanciones que les llegan por este modelo que utilizan. Por el momento está siendo una batalla de la Inspección de Trabajo contra esta empresa a base de sanciones, que creo que ya se han convertido en una partida más de su presupuesto.

Dices que Idealista es otro caso. ¿Cuál?

— Idealista es una empresa mucho más antigua y que actúa en un sector muy sensible. Expresa unas opiniones y unos posicionamientos muy contundentes sobre el sector inmobiliario, también es un actor implicado y, por tanto, no puede actuar del todo como plataforma neutral. Sin embargo, las investigaciones que han examinado estos comportamientos no han determinado que Idealista haga una función de subir los precios de los pisos, pero desde las plataformas por el derecho a la vivienda sí se ha cuestionado el hecho de que estas plataformas creen una expectativa de precio, porque acaba haciendo que los propietarios intenten acercarse a los precios que dice la plataforma, por lo que la oferta comienza mucho más arriba. Se ha convertido en una máquina de generar información sobre el mundo inmobiliario, y el posicionamiento de sus fundadores en las redes sociales también ha contribuido a algunas de estas controversias.

En el libro también hablas del papel de los medios a la hora de blanquear este sistema emprendedor. ¿Cómo deberíamos cambiarlo?

— En ningún caso la intención es hacer una crítica a nuestro trabajo, pero sí que es verdad que el sector start-up se vende muy bien, va muy bien para realizar un artículo, porque generalmente los emprendedores tienen un discurso muy bien estudiado, se ha hecho un tipo de comunicación muy específica. Esto también ha permitido que ciertas cosas pasen por alto o que la gente quede deslumbrada por discursos que, utilizando muchas palabras en inglés, logran vender muchos proyectos como garantes de la innovación, aunque después detrás haya otras cosas. Pero la idea debe ser que al igual que fiscalizamos a empresas grandes también podemos fiscalizar estos proyectos.

Hablemos de futuro. ¿El modelo empresarial de las próximas generaciones va a crear un Silicon Valley en nuestro país?

— No sé si estamos perdiendo la perspectiva: son negocios digitales, pero no dejan de ser pequeñas empresas. El tejido empresarial de Cataluña está formado por pymes de pocos trabajadores, y muchas veces esto es lo que es una start-up, y quizás estamos girando hacia una retórica en la que se quiere vestir a la pyme con este envoltorio de start-up. En el libro también se explica que hay otras formas de utilizar la tecnología y de organizar una empresa tecnológica: hay cooperativas que se dedican a hacer softwares o que tienen aplis para llevarte la comida a domicilio. Esto te demuestra que hay otras formas de organización empresarial que no pasan por lo que ahora es más habitual ver en las tecnológicas, y que puede funcionar.

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