El Transwaal, chaquetas y casquillos debidamente
El histórico comercio de la calle Hospital lleva más de un siglo vendiendo ropa de trabajo
Barcelona"Para chaquetas y casquillos como es debido, sastrería El Transwaal", un lema de los de antes, con sonoridad, eufónico, que da pachoca. Ahora, algo anticuado porque los casquillos de cocina antiguos ya prácticamente no se venden, son poco prácticos; tan altos como son, chocan con las campanas extractoras de humo. De hecho, ya no se lleva mucho que los cocineros se tapen el pelo por motivos higiénicos. En cambio, hay otra prenda de trabajo de la hostelería que se ha hecho obligatoria: los zapatos de seguridad. Con punta metálica dura, protegen los pies de la caída de cuchillos y cazuelas: "¡Tus zapatos me han salvado el pie!", exclamó hace poco un cliente de Rosa Ferrer y de Alexia González, madre e hija responsables de esta tienda clásica, irreductible, tan especial y particular de la historia y de la fisonomía de la calle Hospital. El Transwaal, sí, qué nombre tan exótico, es lo primero que piensas. Y no te acostumbras. Lo eligió su fundador, Isidre Gatius, inspirándose en la antigua provincia sudafricana, que le debió llamar la atención por algún motivo. No sabemos cuál.
La familia Gatius fue la propietaria del negocio desde su apertura en 1888 hasta que casi un siglo después, en 1986, Susana Gatius, limpia del fundador, lo traspasó a Antonio González, representante de tejidos con mucha relación con la tienda, ya su esposa, Rosa Ferrer, todavía hoy al pie del cañón, acompañada de sus hijas. Nos enseñan un patrón enmarcado con el dibujo del logo más reconocible del comercio, el cocinero que tiene cosido todos los uniformes de trabajo de la casa y que también presidió durante muchos años la fachada del establecimiento. Hoy el maniquí ya no está encaramado cada día en el gancho que habitó durante muchos años, sino que está cómodamente aposentado en el escaparate. "Los años pasan y subirlo y bajarlo todos los días ya se había hecho algo pesado", reconocen. El Transwaal conserva la doble faceta de tienda y taller de sastrería por los encargos y está especializadísima en ropa de trabajo, uniformes para oficios. El rey es la hostelería, tienen cientos de restaurantes como clientes fijos desde hace muchos años. El Siete Puertas, por ejemplo. Pero también el Círculo Ecuestre, el Círculo del Liceo y cuatro escuelas de hostelería. También ofrecen vestuario sanitario para clínicas y centros médicos o las típicas batas azules para mossos y trabajadores de almacenes, conserjerías, etc. Es fascinante poder aprender detalles y anécdotas de los oficios a través de sus vestimentas. Por ejemplo, la bata propia de los antiguos tenderos hoy la han adoptado mucho los pintores de cuadros, que la llevan para evitar mancharse.
El delantal negro es el rey
Disponen de una cuarentena de modelos de chaquetas de cocina y cuando llegamos a los delantales la oferta se dispara: más de cien modelos entre cortos, largos, abiertos, cerrados, clásicos, llamativos, con o sin peto, de color, de rayas, con acabados de piel... "Ahora se llevan los delantales todos de piel, pero nosotros no tenemos porque no se pueden lavar bien y resultan antihigiénicos", precisa Alexia. Lo que vienen como churros es el delantal negro de ropa, que es muy sufrido y dura mucho. "Hay gente que piensa que los delantales deben ponerse en la lavadora a mucha temperatura y no, lo que hace falta es lavarlos a menudo", explica Rosa. La clientela ha ido evolucionando con el tiempo. La prioritaria son hoy los restaurantes, claro, pero también los particulares que quieren tener en casa una buena equipación para cocinar con todas las comodidades cubiertas. Los turistas también, claro, que en vez de comprarse un souvenir impersonal en la Rambla optan por un buen delantal. También el visitante extranjero que se queda fascinado con el grado de especialización del comercio y compra en gran cantidad para llevárselo a casa. Un ejemplo ilustrativo: una vez al año, El Transwaal envía más de 5.000 delantales a una empresa de Japón.
La familia González Ferrer por el momento no tiene asegurada la continuidad del negocio, pero aún les quedan unos diez años de margen. .Mientras tanto, miran el barrio con cierta nostalgia. quedan solo ellos. "No hay ni joyerías, ni zapaterías, ni perfumerías ni droguerías... no hay nada. Por no haber, no hay ni gente del barrio y así es imposible que los comercios sobrevivan".