Laboral

El caótico calendario soviético en el que se trabajaba todos los días de la semana

Durante once años Stalin eliminó los sábados y domingos y los empleados descansaban en jornadas diferentes

Imagen del calendario soviético de 1930.
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Barcelona¿Por qué existen los fines de semana? ¿Por qué –normalmente– cuando descansamos lo hacemos a la vez que la familia, los amigos y los compañeros de trabajo? En la Antigua Roma ya existían las nundinas: cada nueve días se celebraban los mercados, y la clase dominante de los patricios se permitía una jornada de descanso. Las tradiciones cristianas y judías también establecieron que habría un día de la semana –el domingo y el sábado, respectivamente– que se dedicaría a venerar a Dios ya reponer. Sin embargo, en la base de estos sistemas había un elemento común: la coordinación de la mayoría de personas para dejar de trabajar el mismo día o los mismos días. Esa sincronía en el descanso tiene un sentido. Investigadores de las universidades de Stanford y Wisconsin-Madison, en un artículo publicado en 2014, llegaron a la conclusión de que el tiempo es un "bien de red", es decir, su valor depende del número de otras personas que coinciden en el mismo tiempo libre que tú.

Pero en la historia hay un ejemplo, ya algo lejano, que intentó remar a contracorriente de esa lógica e instaurar una semana en la que cada día fuera laborable. En 1929 el gobierno de Yosif Stalin decidió que alteraría el calendario gregoriano, promovido por el papa Gregorio XIII en el siglo XVI. Precisamente, la reforma iba dirigida contra la Iglesia, puesto que los dirigentes soviéticos consideraban que había demasiadas fiestas vinculadas a la religión, empezando por la existencia del domingo como "día del Señor". Como recordaba el profesor de historia de Davidson College Robert C. Williams en un artículo traducido como La Revolución Rusa y el fin del tiempo: 1900-1940, el dictador ruso instauró una nueva semana de cinco días, sin sábados ni domingos.

Así pues, cada día de la semana se le asignaba un color –amarillo, naranja, rojo, lila o verde–, y la población se dividió en cinco grupos asociados a uno de estos días. También se otorgaba un símbolo distinto a cada bloque de personas. Por supuesto, iconos del imaginario soviético, como la estrella roja, la hoz o el martillo. Los empleados trabajarían cuatro días seguidos y descansarían uno, distinto en cada caso según su grupo, de modo que la producción de las fábricas no se detuviera en ningún momento. En este nuevo calendario, que se bautizó como nepreryvka o semana laboral continua, cada mes tenía seis semanas.

"No son vacaciones si tienes que pasarlas solo"

Los resultados fueron caóticos y esta organización del tiempo de trabajo también acabó afectando a la vida familiar de los soviéticos. "¿Qué debemos hacer en casa, si nuestras mujeres están en la fábrica, nuestros hijos en la escuela y nadie puede visitarnos? No son vacaciones si tienes que pasarlas solo", se lamentaba un trabajador en una carta al diario oficial del Partido Comunista, el Pravda, recogida en un artículo del Canal Historia. Aunque los motivos para el cambio de calendario eran económicos y que a finales de año los trabajadores tenían más días de descanso (los 52 domingos festivos pasaron a ser 72 jornadas libres anuales), el impacto social fue muy negativo: las personas sólo podían coincidir con otros trabajadores de su mismo grupo y congregarse en prácticas religiosas u organizaciones sindicales era prácticamente imposible.

Por otra parte, las zonas rurales de la URSS –lejos de los centros urbanos, las fábricas y las oficinas de burócratas– nunca llegaron a incorporar la semana continua, porque seguían los ritmos de las cosechas y el cuidado de los animales. Por último, los beneficios de productividad de este experimento soviético tampoco fueron los esperados y, tan sólo dos años después de poner en marcha este sistema, se decidió extender la semana de cinco a seis días. El proyecto se descartó definitivamente en 1940, once años después de su puesta en práctica.

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