Editorial

50 años después, Vox marca el ritmo de la política española

Feijóo y Abascal juntos.
15/11/2025
2 min

Si hace sólo una década, cuando cumplió 40 años de la muerte de Francisco Franco, nos hubieran dicho que por el 50 aniversario una fuerza política de extrema derecha y que reivindica su figura estaría marcando el ritmo de la política española, es probable que no nos lo hubiéramos creído. Pero así es. A las puertas del cincuentenario de la muerte del dictador, Vox ocupa el centro del debate político español por varios motivos, pero lo principal es que está condicionando de forma muy clara la actuación del principal partido de la oposición, el PP.

El PP se encuentra ahora mismo negociando con Vox para investir a un nuevo presidente de la Generalitat Valenciana y en cinco semanas se celebrarán en Extremadura unas elecciones avanzadas precisamente porque la presidenta, María Guardiola, quiere dejar de depender de la extrema derecha. En semejante situación se encuentra el presidente aragonés, Jorge Azcón, al que Vox ha dejado sin presupuestos. Pero es que todas las actuaciones de los dirigentes territoriales del PP, desde Juanma Moreno Bonilla, que celebra elecciones en junio, hasta la balear Marga Prohens, pasando por Isabel Díaz Ayuso, se hacen con un ojo mirando hacia la formación de Santiago Abascal, sea para seducirla o fagocitarla.

Y después está el caso de Alberto Núñez Feijóo, que después de tres años como presidente del PP aún no ha sido capaz de definir una línea clara del partido para relacionarse con Vox. Y eso le lleva a avalar estrategias aparentemente contradictorias como la del PP valenciano, dispuesto a asumir los postulados de la extrema derecha para conservar el poder, hasta una Guardiola o un Moreno Bonilla que quieren desmarcarse. Y todavía hay una tercera vía, la del tándem Ayuso-Aznar, que busca absorber a Vox para reunificar el espacio de la derecha.

Esa multitud de sensibilidades que conviven en el PP y la falta de un posicionamiento claro por parte de Feijóo contrastan con el funcionamiento casi militar de Vox, donde sólo hay un líder y una dirección política, centralizada en no más de cinco personas, y donde los territorios no tienen peso alguno. La formación de Abascal conecta así con el poso franquista, que todavía está muy vivo en muchos rincones de España, donde se añora elordeno y mando y se desprecia tanto la diversidad territorial como la complejidad inherente al sistema democrático. Vox tampoco es un partido normal que busca influir en las políticas concretas y entrar en los gobiernos. Su objetivo último es sustituir al PP y ocupar el poder de la administración central del Estado para poner en práctica su programa ideológico. Y todo lo que hace es siempre en esa clave.

Esto es lo que hace tan complicada para el PP la relación con Vox. Todas las cesiones actuales pueden servir para mantener algunas sillas, por ejemplo en Valencia, pero a la larga alimentan a una bestia que aspira a imponer un modelo de sociedad retrógrado donde el franquismo sea glorificado y los derechos democráticos erosionados. Y hay que ser muy miope para no verlo.

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