El caso de la pesca y la inflexibilidad europea
El sector pesquero de Catalunya, y en general de los países mediterráneos de la Unión Europea, respira mucho mejor desde la madrugada del sábado. El Consejo de la UE de Pesca y Agricultura tenía sobre la mesa un plan para 2026 que implicaba la reducción del 65% de los días hábiles para salir a mar, que en el caso de la pesca de arrastre los dejaba en nueve. Una semana larga en todo un año. Las cofradías catalanas hablaban de una estocada de muerte para el sector, y el impacto en el mercado habría sido algo más que notable, porque en los últimos 15 años el consumo de pescado fresco en el país ha ido cayendo hasta un 40%, principalmente por el precio. Por último, y sin necesidad de activar una minoría de bloqueo de España, Francia e Italia (una herramienta disponible pero de muy alto coste político), la UE ha decidido dejar la situación como estaba: habrá 143 días hábiles para pescar y no se aplicarán nuevas restricciones medioambientales durante el 2026.
Se puede hablar de éxito político, pero las cofradías lo relativizan. Consideraban que el esfuerzo hecho de hace años por adaptar su trabajo a la sostenibilidad ecológica del medio marino no se tenía en cuenta, y que la contención del 2025 debía dar paso a un aumento de los días (querían 180) para el 2026. La aparente paradoja de la situación es que instituciones científicas y medioambientalistas han mostrado mayor proximidad y comprensión con la posición de los pescadores que con la de la UE. La realidad es que todos estos ámbitos directamente implicados en la pesca, por actividad o por análisis, tienen en cuenta con mayor o menor intensidad el factor socioeconómico. El Consejo de la UE de Pesca y Agricultura no, con lo que siempre tenderá a considerar cortas las mejoras en sostenibilidad que se vayan consiguiendo.
De hecho, la principal crítica del sector y de los países afectados es que el reglamento pesquero es inflexible, y que las propuestas de la UE se construyen a partir de cifras-objetivo a menudo injustificadas e inalcanzables. Es ejemplo de ello un caso que afecta particularmente a los pescadores catalanes: se pretendía penalizar la pesca de la cigala a pesar de que los científicos no aprecian ninguna situación de sobrepesca. Es como si en educación sólo se funcionara con exámenes tipo test o en justicia los juicios les resolviera una máquina aplicacondenas. El factor humano debe contar.
Esto nos lleva al debate recurrente de la Unión Europea como máquina burocrática. En este campo, no tanto en relación con el papeleo como con la rigidez reglamentaria. Por supuesto que una UE fuerte es necesaria, y en la época de zarandeo global que vivimos, imprescindible. Y es también lógico que para combinar los intereses de 27 países los reglamentos sean el camino a transitar. Pero si se quiere mantener un cierto sentido común y la población adherida al proyecto, es necesario luchar contra la paquidermia institucional, contra la inflexibilidad ligada exclusivamente a un reglamento, a un texto oa una cifra. Es significativo que en el caso de la pesca, ya pesar de la avalancha de argumentos del sector e incluso científicos, la sensación mayoritaria desde el inicio del Consejo, el miércoles, y hasta poco antes de que se conociera la resolución era que se impondría la propuesta ultrarestrictiva de la UE.
Hay que saludar, por tanto, que, al margen de la resolución final, del Consejo de la UE haya salido un compromiso de reforma del reglamento. Veremos.