Donald Trump, el 47º presidente de Estados Unidos, el primer máximo mandatario del país que accede al cargo tras haber sido condenado por la justicia, este lunes se ha erigido él mismo, tras jurar el cargo ante la Biblia, en el 'hombre "elegido por Dios" para volver a hacer "América grande". que ha situado sin miramientos como culpables de una "época horrible". Lo ha hecho en un discurso hiperbólico teñido de delirio de grandeza. Sin pudor alguno, Trump ha dicho ad nauseam que bajo su mandato Estados Unidos volverá a ser la mayor nación, más poderosa, más temida y más rica del mundo.
Paradójicamente, las primeras medidas que ha anunciado han ido exactamente en la dirección contraria, la de hacer retroceder a EEUU hacia el pasado, con señales diáfanas de una política involutiva en toda regla: frenético en la agenda verde, cierre de fronteras, rehabilitación de los antivacunas, aranceles al comercio, masiva expulsión de inmigrantes, derecho de conquista... El país que Trump tiene en la cabeza es el de industrias contaminadoras ("Perforaremos, baby, perforaremos!": pozos de petróleo y de gas), binario ("Sólo existen dos géneros: el masculino y el femenino"), escuelas patrióticas y religiosas ("La educación hasta ahora ha enseñado a nuestros hijos a sentirse avergonzados" ) y guerra comercial y económica ("El canal de Panamá será nuestro").
El mundo es desde hoy un lugar sobre el que Trump cree que puede hacer lo que le convenga: "El golfo de México se llamará a partir de ahora golfo de América". del mesianismo de su líder, como un nuevo pueblo elegido. "América volverá a reclamar su lugar como la nación más poderosa bajo la capa del sol". la bandera de las barras y estrellas en Marte.
Ante estos Estados Unidos de Trump, la otra gran potencia mundial, China. Por un lado, el nacionalismo sin límites de Trump supone un aval al nacionalismo imperial de China (incluso Putin puede sentirse ideológicamente tranquilo). Por otro lado, la renuncia del nuevo presidente estadounidense a liderar la lucha contra la crisis climática abre sus puertas en Pekín, en plena carrera por el coche eléctrico y la energía limpia, a erigirse en abanderada de la salvación del planeta ante la irresponsabilidad estadounidense. Por lo que respecta al Viejo Continente, la Unión Europea ve cómo pierde claramente sintonía con su tradicional aliado de Washington. El bloque occidental está de repente más debilitado y dividido, y lo mismo puede decirse de los valores democráticos sobre los que se asienta. Porque más allá de la retórica constitucional, EEUU que proclama a Trump es un país ultranacionalista y religioso y, como ha alertado el ya expresidente Biden, peligrosamente oligárquico.
Si, como dice Trump, con su segundo mandato comienza una nueva era, tomándonos a su fe grandilocuente, que Dios salve a América y que salve el mundo. Y Europa, que despierte.