IA, la burbuja y el peligro del exceso de expectativas
Muchos analistas ven similitudes entre el boom de las inversiones en inteligencia artificial (IA) y lo ocurrido en el 2000 con las .com. Tras una etapa de euforia y precios al alza, se produjo entonces el pinchazo de la burbuja de las .com. Eran años en los que internet se iba popularizando. Las empresas recibían inversiones millonarias en bolsa sin que quedara claro si acabarían teniendo los beneficios esperados. Muchas desaparecieron cuando estalló la burbuja, cuando las expectativas se desbocaron y llegó una recesión que puso las cosas en su sitio. Otros, como Amazon o eBay, por ejemplo, después de una época de pérdidas, acabaron siendo gigantes tecnológicos. Ahora muchos analistas ven paralelismos. Y con el temor de que, en caso de crisis, la dimensión económica será mucho mayor que la anterior. De hecho, una sola de las compañías implicadas, Nvidia, vale en bolsa hoy el equivalente a todo lo que se perdió en esa crisis.
Es significativo, por ejemplo, que un inversor influyente, Michael Burry, famoso porque anticipó la crisis de las hipotecas subprime, haya anunciado que apuesta a la baja contra dos de los gigantes del sector: Nvidia, líder en chips para IA generativa, que superó los cinco billones de valor bursátil (aunque ahora está un poco por debajo), y Palantir, especializada en software para big data. Y otros, como Open AI, la creadora del ChatGPT, que prevé salir a bolsa, han insinuado que quizás necesitarían apoyo gubernamental para ganar la carrera en China.
Los analistas están convencidos de que existe una sobrevaloración de estas empresas y que, por tanto, cualquier rumor o descubrimiento de tecnologías más baratas y eficientes puede hacer estallar la burbuja. Más que por falta de potencial de la tecnología, por exceso de expectativas, como ocurre muchas veces en bolsa. Posiblemente, tal y como ocurrió con la red, esto no supondrá un retroceso en la implementación de la IA, que va camino de ser aún más disruptiva que internet en nuestras vidas. Pero sí plantea muchas preguntas sobre en qué manos está la IA, cómo se está gestionando, quién está invirtiendo y quién se beneficiará.
Que las grandes tecnológicas sean más poderosas que muchos países es algo que preocupa. Y más si se tiene en cuenta su tendencia a la concentración ya los oligopolios, con una gobernanza privada y poco transparente, aunque afecta al día a día de todos. En plena COP30 es necesario recordar también el enorme gasto de energía y agua que suponen los centros de datos necesarios para hacer funcionar la IA, a pesar de los avances en eficiencia. Y también, la rapiña generalizada de la información y los datos que recogen sin compensación alguna de millones de fuentes. La UE es el principal referente mundial en regular la actividad de estas grandes tecnológicas, pero, en cambio, prácticamente no tiene propias y, por tanto, su capacidad de presión se ve limitada por su dependencia. Su poder son los datos y debe saber ponerle precio.
La carrera hoy es entre China y Estados Unidos, similar a la que llevó a los astronautas a la Luna, pero con efectos que pueden cambiar la forma en que vivimos. Por eso es importante que haya más transparencia y control democrático sobre cómo se utiliza y para qué.