Jóvenes (y no tan jóvenes) condenados a vivir con sus padres

Una joven estudiante en una vivienda compartida.
12/08/2025
2 min

No poder tener una vida realmente autónoma hasta los 35 años es lo que ocurre en ocho de cada diez catalanes. Es una anomalía social en toda regla. La dependencia de los padres, es decir, el hecho de verse obligado a compartir vivienda con los progenitores –ya la vez, en parte, a depender de sus ingresos–, impide a un gran número de jóvenes tener la independencia vital de la que sí gozaron las generaciones precedentes a su misma edad. Una falta de independencia como ésta conlleva renuncias y peajes. Lo más conocido y evidente es el retraso a la hora de emparejarse de manera estable y, por tanto, de decidir formar una unidad familiar. Y, como consecuencia, la renuncia o aplazamiento, a menudo forzados por la situación, de tener hijos. La baja natalidad catalana, que no deja de acentuarse, tiene mucho que ver con esa disfunción social.

No hace falta recular mucho en el tiempo para ver cómo hace unos años la sociedad consideraba una persona de 35 años un adulto perfectamente incorporado al engranaje laboral y social. De hecho, hace menos de un siglo a esa edad la mayoría ya eran madres y padres y hacía tiempo que vivían por su cuenta. No en vano, la esperanza de vida era mucho menor. En pocas décadas, pues, se ha alargado mucho la esperanza de vida, sí, pero también se ha precarizado mucho a la juventud.

El factor esencial que impide la emancipación de los jóvenes es sobradamente conocido: el precio de la vivienda, tal y como hace constar el Observatorio de la Emancipación del Consejo de la Juventud de España, institución de la que salen los datos que comentamos, datos que sitúan la tasa de emancipación en la franja de 1%. Para el conjunto de España, todavía es algo menor: un 15,2%, la peor desde que se hace este informe, que se remonta al 2006. Es preocupante que, en lugar de mejorar, empeore. No se están haciendo bien las cosas. De hecho, los propios autores del informe, en cuanto a la vivienda, califican el papel de la administración pública de "pasivo": "No están a la altura, la vivienda es un derecho que no puede dejarse en manos de la especulación". Es necesario, pues, exigir un nuevo impulso en la construcción de viviendas y en su acceso para los jóvenes: con topes al precio del alquiler, con ayudas a la compra y con otras fórmulas a ensayar. Aunque sea a base de prueba-error. Pero es necesario actuar.

El informe niega, por otra parte, el tópico de los jóvenes nini: que ni trabajan ni estudian. También aquí pone datos: sitúa sólo en un 3% a los jóvenes en esta dinámica. De hecho, apunta que cuatro de cada diez jóvenes compaginan trabajo y estudios, una tendencia que está al alza debido precisamente al encarecimiento de la vida y de las consiguientes dificultades para emanciparse. Es más, cada vez queda más claro que estudiar fuera del hogar familiar, algo tan habitual en otros países europeos o en Estados Unidos, en Cataluña y España se ha convertido en un privilegio. De la misma forma que en la práctica lo es poder disponer de una vivienda propia (o incluso compartida) antes de los 35 años. La conclusión es que, además de tener el ascensor social averiado, tampoco funciona bien el ascensor generacional.

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