Europa está en guerra con Rusia en territorio ucraniano. En febrero cumplirá cuatro años del inicio de la invasión. Cada vez más suenan tambores de guerra de un conflicto más general. ¿Exageración? ¿Alarmismo interesado? Lo cierto es que la dinámica geopolítica es ciertamente desagradable e incómoda. Nadie quiere esa deriva bélica y de rearme. Pero la realidad es la que es: el expansionismo de Putin es explícito e implacable, como también lo son los fracasos que hasta ahora ha cultivado el presidente estadounidense, Donald Trump, en su misión de mediador y pacificador, una misión marcada por la disruptiva proximidad que ha mostrado con Moscú y por la presión a K –para que se rearme y asuma su autodefensa–. Éste es el panorama. Es importante no perderle de vista.
Las declaraciones de este jueves del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, deben leerse en este contexto. Cree que Europa "es el próximo objetivo de Rusia" y dice que "ya estamos en peligro". Hasta el punto de que pide a los gobiernos occidentales que se preparen para un escenario de guerra comparable al que vivieron "los abuelos y bisabuelos" del continente. Por mucho que en esta alerta de Rutte late la voluntad de concienciar a los gobiernos europeos para que, siguiendo los dictados de Trump, hagan más gasto armamentístico, lo cierto es que no se puede obviar el hecho de que Europa está perdiendo la garantía de defensa atlantista con EE.UU. como hermano mayor, ni tampoco se puede minimizar que el nacionalismo. imprevisible y poco fiable. Sometida a una pinza EE.UU.-Rusia, Europa necesita reaccionar. Lo está haciendo. El giro alemán es el más llamativo, primero con Schulz y Von der Layen, y ahora también con Merz.
La apelación de Rutte a las dos guerras mundiales del siglo XX no es gratuita. Es una forma de sacudir la mentalidad europea forjada en el largo período de paz y prosperidad en el que ha vivido el continente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (con la excepción de la guerra regional de los Balcanes en los años 90, consecuencia indirecta de la descomposición de la antigua URSS). La Guerra Fría no era guerra, era confrontación ideológica, disuasión nuclear, reparto de influencias en un mundo bipolar y equilibrio inestable. Las guerras se externalizaban y Europa quedaba preservada.
Por tanto, se entiende que cueste asumir el cambio de rol. Pero toca asumir la responsabilidad. Ucrania nos ha vuelto a llevar el horror bélico en el corazón de Europa, una guerra en la que nos jugamos mucho. Y, como se está viendo, el amigo americano ya no es exactamente un amigo: Trump no está dispuesto a ayudar –a lo sumo, a hacer negocios con la ayuda– y, por si fuera poco, se comporta con un desprecio burlón hacia las instituciones comunitarias y jefes a sus líderes. Su defección nos obliga a tomar las riendas de nuestro destino. El objetivo no es la guerra, sino la autodefensa. Para preservar la democracia y el bienestar no hay más remedio que fortalecerse, también militarmente. Por mucho que esto violente el pacifismo mayoritario de las generaciones que hemos vivido y crecido al abrigo de la OTAN liderada por EEUU.