No será la panacea ni solucionará la avalancha de turistas que sufre Barcelona, pero es un pequeño paso en la buena dirección. La limitación del número de cruceristas, pactada por el Ayuntamiento y el Puerto a partir de reducir la capacidad de llegadas, es un gesto. Deberán venir muchos más, gestos, si realmente quiere recuperarse la ciudad para los barceloneses, que ven como el espacio público de las zonas más turistificadas ya no les pertenece o que directamente están siendo expulsados porque no se pueden permitir una vivienda. Por el momento, la política concertada de reducción del número de cruceristas tendrá una afectación limitada pero concreta, que donde más se notará será en el centro de la ciudad, lugar donde se concentran este tipo de turistas de corta estancia que llegan en barco.
Lo que el Ayuntamiento y el Port han acordado es reducir en 5.800 pasajeros la capacidad de las terminales. De hecho, se cerrarán dos y se hará una nueva, pero en conjunto habrá esta merma en la acogida de cruceristas. En números redondos, la cifra total de turistas que llegan en barco en un mismo momento pasará, pues, de los 37.000 a los 31.000. Desde 2018, el tráfico de pasajeros de crucero en Barcelona ha crecido un 20%. Ahora, por primera vez, habrá una reducción obligada. La medida se hará a través del cierre de dos terminales y la apertura de una nueva, más moderna y gestionada no de forma privada: será pública, lo que dará margen para modelar el tipo de oferta que se vehicule, priorizando, por ejemplo, a los barcos pequeños ya aquellos que tengan Barcelona como puerto base. La medida responde al pacto del PSC con los Comunes durante la negociación de las ordenanzas fiscales de 2025.
Los cambios, sin embargo, todavía tardarán en notarse, ya que la operación, que también se aprovechará para instalar nuevos sistemas para conectar los barcos a la red eléctrica, no quedará completa hasta el 0 y el 0 hasta el 0. plan de mejoras de movilidad en la zona para atenuar el impacto de los cruceristas sobre la ciudad. Entre otras actuaciones, está previsto crear un paseo que conecte a pie, en bicicleta y en transporte público las Drassanes y la Marina del Prat Vermell, a ambos lados de la montaña de Montjuïc. La inversión total público-privada ascenderá a 185 millones de euros.
El turismo es un motor económico voraz, importante en términos cuantitativos, pero que genera una riqueza más a corto que a largo plazo, a la vez que es una fuente de problemas. Desde el punto de vista económico, no puede prescindirse de golpe, aunque el objetivo debe ser que su peso relativo se reduzca y crecer en otros sectores más productivos y con menos costes sociales. En cuanto a la convivencia, es necesario encontrar vías para no seguir perjudicando la vida cotidiana y la vivencia general de los ciudadanos, y blindar derechos básicos como el de vivienda, entre otras cosas por interés del propio sector turístico, porque Barcelona puede perder mucho de su acogedor acogedor si sus habitantes se instalan cada vez más en la turismofobia. O se pone el freno, como se ha empezado a hacer en el puerto, o la gallina de los huevos de oro del turismo se acabará girando cada vez más en contra de la ciudad.