Infancia

Dejad que se frustren (y que se entristezcan)

Las emociones negativas son altamente educativas, y las tienen que aprender a gestionar desde pequeños

Imagen de archivo de dos niños.
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Las criaturas y los adolescentes se tienen que frustrar, y entristecer, porque son emociones que tienen que aprender a resolver solos, con nuestra compañía, pero lo tienen que hacer ellos. Lo afirma la psicóloga Clara Mas Bassas, que acaba de publicar el libro Ho vull ara. Consells i eines per ajudar els nostres fills a tolerar la frustració (Rosa dels Vents).

¿Y cuándo pueden empezar a aprender a frustrarse? Desde muy pequeños. Jugando en casa con los hermanos, con los padres, perdiendo partidas de cartas, por ejemplo. “Dejarles ganar para que no pierdan es un error, porque es cuando pueden empezar a gestionar la frustración”. También tienen que ver cómo lo hacen los padres “porque son las primeras personas en las que se enmirallan”. Así que si los adultos son de los que reniegan y se enfadan cuando pierden una partida, después no hay que preguntarse por qué los hijos se mosquean cuando les pasa a ellos. “Para empezar, tienen que entender que un juego supone un entretenimiento que hacemos para pasárnoslo bien y que perder y ganar es la gracia del juego, y no pasa nada, porque se puede volver las veces que se quiera”.

No resolver, acompañar

En la adolescencia, las frustraciones se pueden generar por los amores no correspondidos. “No se las tenemos que resolver, sino que les tenemos que acompañar, porque probablemente les pasará más de una vez y, por lo tanto, ellos tienen que hacer el proceso de luto para superar las expectativas que tenían y aceptar la realidad”. Ahora bien, los padres pueden estar a su lado, “les tienen que hacer entender que están ahí y que, si quieren, pueden descargar la emoción que sienten, pero no resolvérsela”. De hecho, dice la psicóloga Clara Mas, “cuando somos adultos también nos puede pasar, necesitamos más alguien que nos escuche porque tenemos confianza”.

Para acabar, otra manera de afrontar la frustración –ejercicio que también tienen que hacer los adultos– es aceptar que las criaturas y los adolescentes se tienen que aburrir. “Nos cuesta mucho a los adultos aceptarlo, porque está relacionado con la sociedad en que vivimos, que nos pide siempre ser activos”, afirma Mas, que concluye que se tiene que aceptar que debe haber ratos en los que no se tiene que hacer nada. De hecho, los neurólogos han asegurado que los niños que han sabido aburrirse, de mayores han tenido capacidad de tomar decisiones propias. ¿Por qué? Porque, como no tenían nada planificado, han tenido que hacer conexiones en la zona de la corteza del cerebro, que es la relacionada con la toma de decisiones. Así que el cerebro se ha entrenado.

Evitarles el sufrimiento es ponerlos dentro de una burbuja de cristal

Los adultos conectan con su niñez cuando tienen hijos. El hecho de querer mejorar lo que ellos vivieron les puede llevar a hacerles evitar el sufrimiento (emocional). “Tenemos que aprender que el sufrimiento forma parte de la vida, y por eso nuestra tarea como padres no es eliminarlo, sino acompañarlos cuando lo sientan, hacerles entender que están a su lado y que pueden confiar en ellos”, afirma la psicóloga Clara Mas Bassas, especializada en educación emocional.

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