¿Por qué nos gusta tanto quejarnos?
Aprender a vivir las reglas del juego de la vida es uno de los elementos clave para dejar ese mal hábito
Dice un proverbio oriental que, si un mal tiene solución, de nada sirve quejarse. De la misma forma, si el mal no tiene solución, tampoco sirve de nada lamentarse. Es decir, la queja es inútil y sólo hace que llenar el ambiente y el espíritu de negatividad. Y sin embargo, somos muchas las personas que vivimos los días entre quejas y lamentos. Si hace calor, porque hace calor. Si hace frío, llegue ya el verano. Si llueve, porque te mojas, si no llueve, qué desastre la sequía. Nunca acabamos de estar contentos ni satisfechos con las cosas tal y como son, por mucho que si analizáramos nuestra vida a fondo, veríamos que lo tenemos todo bien, que no nos falta de nada.
¿Cómo puede que la queja esté tan extendida entre nosotros? Para Mireia Cabero, psicóloga, profesora de la UOC y directora de Cultura Emocional Pública, existen seis condicionantes que facilitan que, colectivamente, sea tan fácil quejarse. Para empezar, admite que la vida es compleja, con momentos buenos y otros malos. Por tanto, hay motivos reales para quejarnos cuando las cosas no van como nosotros quisiéramos. “Todos estos hechos son analizados por una mente que tiene la capacidad de impactarse emocionalmente cuando las cosas no salen como queremos. Esto hace que nos enfademos, nos frustremos o nos decepcionemos”, explica Cabero. Y es con el filtro de esas emociones que acabamos observando la vida.
"A nivel cultural tenemos la tendencia a un estilo cognitivo que es la búsqueda de problemas, de mirar lo que no va bien en vez de buscar todo lo que va bien y que es positivo", dice. “No nos han educado por tener una mirada justa de la vida, sino que tenemos una mirada muy crítica. Deberíamos aprender a tener una mirada más apreciativa y, al tiempo que algo no nos va bien, mirar lo que sí va bien”, continúa la psicóloga, que asegura que acostumbramos a hacer lecturas muy tendenciosas y selectivas.
Victimización
Por otra parte, Cabero recuerda que, por lo general, acostumbramos a tener una baja tolerancia a la frustración. Además, advierte que la queja nos aporta una serie de beneficios: “Depositamos la responsabilidad y la culpabilidad hacia fuera, por tanto, ya no nos hacemos responsables y tenemos un beneficio de la victimización de la queja”. Frases como “mira lo que me ha pasado” hacen que uno se deje de sentir responsable o culpable y propician que, desde fuera, se sienta lástima por nuestra situación. "Esto hace que sentimos un rescoldo y un acompañamiento que nos refuerza el hecho de quedarnos como víctimas y como personas quejosas", subraya.
Todo ello incentiva a que, al final, sea muy difícil no caer en la tentación de quejarnos. "Es más fácil eso que buscarnos la vida", admite. Además asegura que las emociones negativas y los discursos negativos contagian más que los positivos. "Es más sencillo contagiarse de algo cómodo que de una difícil, aunque no seamos capaces de ver que todo esto al final tendrá un coste", dice Cabero.
El caso es que, según la psicóloga, el quejarnos sólo nos aporta beneficios durante los primeros cinco minutos: “Cuando tenemos un disgusto emocional nos hace bien expresarlo hacia fuera, porque sacamos esta pequeña bomba de relojería en forma de enfado, de gritos, de llanto. Pasados estos cinco o diez minutos, la reivindicación ya no resuelve nada. Lo que sí sirve es dedicarnos a analizar qué ha pasado, cómo resolverlo y cuáles son las alternativas que tenemos”, dice Cabero.
Es en este punto en el que se ve la diferencia entre las personas que se enfocan en querer resolver las cosas y las que sólo quieren explotar emocionalmente para que las cuiden y les den una solución. "Normalmente, suelen ser personas con mentalidad más pesimista", continúa la psicóloga.
Desprogramar el hábito
Son aquellas personas con mentalidad de crecimiento hacia la vida quienes dedican menos tiempo a quejarse y más tiempo a buscar soluciones, según explica Cabero. Sin embargo, asegura que todo el mundo puede “desprogramar” el hábito de quejarse, si pone algo de voluntad: “Hay que saber las reglas del juego de la vida y saber que no siempre será como un vuelo que sea. Debemos normalizar este hecho y, a partir de ahí, ver que no tiene sentido quejarnos de esa normalidad”, apunta.
“Hay mucha gente que exige a la vida que todo sea como ella quiera. Y aquí no estamos jugando en La oca, sino en el parchís. Por tanto, estas son las reglas del juego de vivir. La vida hace lo que puede y lo que quiere, y pasa lo que ocurre”, continúa. Así pues, la primera "desprogramación" de la queja es asumir las reglas del juego.
Por otra parte, la psicóloga nos recomienda aplicar un hábito, la regla del 5/60: Por cada cinco minutos de queja, dar una hora de soluciones. “Así nos vamos programando y educando en que, donde debemos dedicar más tiempo, es buscar una solución”, explica. Por supuesto, este hábito siempre es más fácil si nos rodeamos de personas que también piensen y actúen similar.
Por último, Cabero aconseja que entrenemos el músculo de la tolerancia a la frustración. “Es necesario que entendamos que, cuando algo nos frustra, es porque nuestras expectativas no se han producido y lo que nos toca es generar circunstancias para que nos pase todo lo que queremos”, concluye.