Viajar

"He acogido a más de 400 personas": la experiencia de recibir turistas en casa

Hablamos con cuatro familias catalanas que han abierto las puertas de su casa para hospedar a visitantes de todo el mundo este verano

7 min
Ana Mañas y Diego, un turista de Burgos, en su piso de La Llagosta.

BarcelonaEn 2024 parece que será un año récord para el sector turístico. Entre los meses de enero y julio, Cataluña ha recibido 11,5 millones de visitantes extranjeros, un incremento de un 10,5% respecto al mismo período del año pasado, según datos delEstadística de movimientos turísticos en fronteras del Instituto Nacional de Estadística (INE). Estas cifras sitúan al país como la primera comunidad autónoma de destino del turismo internacional en todo el Estado, con el 21,5% de los visitantes. Según indican los datos, de los 53,4 millones de turistas extranjeros que visitaron España entre enero y julio, hay 9,3 (un 12,8% más que el año pasado) que optaron por quedar dormir en establecimientos fuera del mercado turístico, es decir, en viviendas de propiedad, de familiares o amigos y otros tipos de alojamientos.

Con el auge del CouchSurfing o del intercambio de casas, cada vez es más habitual acoger viajeros en casa. Ir a dormir a casa de alguien sin pagar nada a cambio o acoger a turistas en casa puede ser una manera fantástica de viajar, con la complicación de que ni son invitados, ni están en un apartamento o en un hotel. Es normal tener reticencias a la hora de compartir los espacios en los que nos sentimos más cómodos, donde hemos vivido los momentos más íntimos o tenemos los objetos más preciados... Sin embargo, las personas con las que hemos hablado han encontrado más ventajas que inconvenientes.

Conocer otras culturas

Ana Mañas es una apasionada del CouchSurfing. Esta plataforma –que literalmente significa “navegar entre sofás”– pone en contacto a usuarios que buscan un lugar donde dormir con otros que ofrecen un sofá (o una cama de sobra) en su casa. Diego vino a pasar tres noches a casa Ana, que vive en La Llagosta. "Ya nos conocíamos de los acontecimientos de CouchSurfing", explican. En la plataforma, “además de alojar a alguien o de estar en casa de alguien, puedes ir a eventos”. Pueden ser desde encuentros en el bar hasta excursiones a la montaña, y allí se reúnen “los viajeros y la gente local”.

Ana y Diego en casa de ella, en La Llagosta.

La razón que ha llevado a Ana a abrir las puertas de casa es "la experiencia de conocer la cultura o la manera de vivir", y dice que esto en ningún caso le entorpece en su día a día: "Puedo tener una persona en casa, pero sigo ocupándome de mis cosas. Si tengo tiempo de hacer planes, lo organizo, pero si no, cada uno puede ir por su parte y no tienes ninguna obligación", asegura.

Ana ha acogido a más de 400 personas desde 2014, cuando se hizo miembro de CouchSurfing. En respuesta a si ha tenido alguna mala experiencia, dice que alguna vez puntual se ha encontrado con gente que "iban y venían", pero no querían hablar con ella, "iban a la suya". Pero de forma general "hay un código no escrito" que es necesario "interactuar con la que te aloja".

Las personas que quieren estar en casa Ana se lo dicen normalmente entre una y dos semanas antes. "Si tengo disponibilidad y la persona me parece bien, puede venir". El filtro para decidir si aceptará o no esta persona, para Ana, es "la forma en que te envía la petición": "Cómo te escribe, cómo se dirige a ti, así ves si tiene interés en ti o si sólo quiere ir a Barcelona".

Lo que más le gusta de CouchSurfing es conocer a alguien y descubrir que tienen cosas en común: "Una vez acogí a una alemana y el día que ella tenía que marcharme resultó que yo quería irme de ruta por la cuesta catalana y de repente ella vino conmigo en este viaje", recuerda. Con otra chica francesa, se hicieron muy amigas y han viajado juntas desde entonces a muchos países: "Nos hemos encontrado en Madrid, Lisboa, Roma, Almería, y creo que nuestro próximo destino será París".

Practicar una lengua

Cristina Garcia y su marido decidieron coger un au-pair para que sus hijos, Àlex y Carlota, aprendieran inglés durante el verano, pero también por los aprendizajes que da la convivencia: "Queremos que nuestros hijos aprendan a respetar , a convivir con alguien desconocido, a comunicarse de forma educada, conozcan otra cultura".

El au-pair, Christina, es de Moldavia, tiene veintiún años y está terminando los estudios de traducción en Rumanía. Le habían hablado muy bien de España y tenía ganas de venir y descubrir la ciudad. "Nunca había cogido un avión en la vida, ni metro. Tampoco había estado nunca en la playa, ni había salido de su país", explica Garcia, quien cree que ha sido una experiencia muy enriquecedora para ambas partes. Es sobre todo a la hora de cenar cuando pueden interactuar más: "Hablamos, nos explicamos cosas, le hemos hecho degustar el pan con tomate y la tortilla de patatas", explica.

Garcia valora "positivamente" la experiencia: a pesar del hándicap del idioma (Christina no habla catalán ni castellano), ha sido un aprendizaje, sobre todo para los hijos. A cambio de cuidar de los niños y realizar algunos trabajos de casa, Christina se aloja y come gratis, y recibe una semanada cada viernes. Para García, el principal inconveniente es que "pierdes cierta intimidad": "Tienes que guardar un poco las formas: hay una persona en tu casa que no conoces, no sabes cuál es su cultura, sus costumbres… No puedes ir según cómo vestido por casa…", detalla.

La familia y Christine, una au-pair que viene a cuidar de las criaturas.
La familia y Christine jugando a un juego de mesa durante el verano.

En cambio, reivindica que tener un au-pair en casa les ha ayudado a conciliar: "Pasamos fuera de casa más de nueve horas cuando trabajamos, incluso cuando van al casal es difícil". Y afirma que otro beneficio es que durante las vacaciones esto les ha permitido a ella ya su marido realizar alguna actividad juntos: "Nunca podemos hacer cosas sin los niños".

Cristina y su marido optaron por coger el au-pair a través de una agencia, Best Aupair Barcelona. "No sabes quién te metes en casa, así hay un primer filtro", explica, y añade: "De requisitos no pusimos muchos, simplemente que queríamos una estancia mínima de dos meses, que hablara inglés y que supiera nadar".

Ahorrar en todo el mundo

Jaume Prats, su pareja Mar y su hija Greta empezaron a realizar intercambios de casa en el 2021 cuando Greta tenía nueve meses, por una cuestión económica y de pragmatismo: "Cuando íbamos a un hotel, con una criatura, nos dimos cuenta de que no podíamos hacer nada una vez que ella dormía. Allí no tienes espacios para jugar..." Desde entonces han hecho 27 intercambios y aseguran que han llegado a ahorrarse hasta 500 euros la noche. Justamente que el piso esté equipado es una de las cosas que priorizan a las personas que han tenido en casa: "Muchas veces la gente ya busca a alguien que pueda tener una cuna en casa, juguetes o un trono".

Aunque no han mantenido amistad con nadie a largo plazo, las relaciones con las personas que reciben siempre han sido cordiales: "Cuando vienen normalmente quedan con mi madre o con mi tía por las llaves, y acaban charlando y hablando sobre dónde ir a cenar, dónde están las farmacias más cercanas...", rememora Mar.

La familia Prats en su casa.
La familia Prats preparando una cama.

Por lo general, siempre han confiado mucho en los visitantes que recibían. Aunque Jaume explica que alguna vez habían escondido el dinero en efectivo que tenían en casa, Mar recuerda que dejaban las llaves de casa a sus padres –que vivían en el piso de arriba– al alcance. "Al final si las cosas van mal dadas tienes su dirección, y sabes a quién denunciar", dice bromeando Mar, que celebra que esto no les haya pasado nunca. Y, de hecho, explica que hay mucha complicidad entre los viajeros: "Muchas veces cuando volvíamos nos lo encontrábamos más limpio que cuando habíamos marchado". "La gente te deja algún regalito cuando viene y tú llevas algún regalito del lugar de donde vienes: por ejemplo, nosotros llevamos un poco de jamón", añade.

Para ellos dejar su casa tiene otra contrapartida, es la manera de cumplir su sueño de dar la vuelta al mundo: "Hemos acogido a gente mucho tiempo sin gastar puntos para que cuando podamos ir a dar la vuelta al mundo nos lo gastaremos todo".

Pioneros del intercambio

Montserrat y su marido, Ignasi, empezaron a hacer intercambio de casas en 1990 porque una pareja de amigos que lo hacía se lo propuso. "Íbamos con una señora que tenía un despacho en Barcelona, ​​que se llamaba Intervac. Te enseñaba una revista donde había distintos anuncios por países, y podías ver adónde te gustaría ir". El servicio costaba unas 14.000 o 15.000 pesetas. En este catálogo había fotografías de la gente: "Para nosotros era importante saber qué tipo de personas vendrían", dice Montserrat.

Otro elemento relevante era el idioma común, para poder comunicarse. Se ponían de acuerdo por teléfono o por correo electrónico, y también se escribían para ver las afinidades que podían tener. "Mirábamos cada uno los respectivos anuncios en la revista, y veíamos cuando nos iba bien para quedar", explica.

Montserrat e Ignasi hicieron 24 intercambios: "Yo quería llegar a 25, pero no llegamos, qué pena". Siempre tuvieron buenas experiencias hasta el punto de que repitieron muchos. Nunca sufrieron para que los huéspedes fueran irrespetuosos. Incluso les dejaban el coche para que pudieran desplazarse por Catalunya. "La gente que venía a casa, si tocaba cosas de los muebles, después lo volvía a dejar bien puesto", explica Montserrat.

También guardan un buen recuerdo de la relación de familiaridad que establecían los huéspedes con el entorno: "Una vez vino una señora judía de Estados Unidos con dos hijos. Unos padres de aquí se los llevaban a las fiestas mayores de alrededor. Se hacían amigos de los vecinos", recuerda.

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