Una piscina en el cielo, suspendida entre dos edificios y dos mundos

La espectacularidad de una nueva 'sky pool' transparente a 35 metros de altura esconde un apartheid social en un nuevo barrio de Londres

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Sky Pool de Embassy Gardens en Londres

LondresPuertas para ricos, puertas para pobres. Los pobres lo miran –no tienen derecho a ello ni pagando– y los ricos lo disfrutan. Como de costumbre. La verdad de la nueva y espectacular sky pool del suroeste de Londres, en Embassy Gardens, a treinta metros del también espectacular y a prueba de bomba edificio de la embajada de los Estados Unidos, y a 35 metros de altura, y que une los 14 que separan los dos bloques de diez plantas que le sirven de pilares, esconde una realidad social bastante desagradable. Y, salvo las distancias, casi tan descarnada como la que sufría, a nivel personal, el protagonista del cuento El nadador, de John Cheever.

En esa historia de la California rica y opulenta de los años sesenta, publicada en 1964 en The New Yorker, un hombre nadaba de piscina en piscina de las casas de los que habían sido sus vecinos, todo mansiones espectaculares con césped muy cuidado y hamacas que llamaban a yacer a hacer la siesta. Hasta que llegaba a su casa y la descubría abandonada, con la piscina vacía y llena de hojas muertas, nada que ver con el esplendor que había visto y nadado en una carrera contra su propia desdicha.

El hombre lo había perdido todo –disculpas por el spoiler– y solo le quedaba aquella pulsión física de un tiempo en el que un matrimonio aparentemente feliz, y una vida sin privaciones materiales, parecía a cobijo de cualquier contratiempo. Gran error.

Sol y vértigo

El primer fin de semana de sol y temperaturas altas en Londres –por encima de 25 grados– ha puesto a cuerpo descubierto las imágenes aéreas difundidas por diferentes cadenas de televisión de la mencionada sky pool, quizás la primera o una de las primeras del mundo con las características antes mencionadas, de un material acrílico, ultraresistente y nada pesado.

Este cronista tiene todavía más vértigo que James Stewart en Vértigo y dudo mucho que, en caso de que pudiera, nadara en lo que hace pensar –visto desde el suelo y en días de cielo limpio y luz radiante como los tres últimos en la capital británica– en una obra de la pintora e ilustradora norteamericana T.S.Harris, por no decir del gran maestro Edward Hopper.

Tampoco pueden nadar en esta piscina, aunque no tengan vértigo, una parte de los residentes –aquellos que viven en los pisos sociales de la promoción– de los dos edificios que hacen de base, torres del que es un nuevo barrio de Londres, bautizado como Nine Elms, en el distrito de Wandsworth, y surgido sobre los restos de una arqueología industrial y de antiguos depósitos logísticos, y también de un bosque de olmos, al lado del río Támesis, en el lado sur, fronterizo con la antigua central térmica de Battersea –la de la cubierta del famoso disco de Pink Floid Animals–. Un icono del Londres de smog permanente que ahora también está en proceso de reconversión: residencias de superlujo y mega centros comerciales de próxima inauguración, cuando la pandemia sea solo una pesadilla de los países y de las clases menos favorecidas.

Una imagen general de la piscina suspendida de Embassy Gardens, en el suroeste de Londres.

Nine Elms y todo el desarrollo urbanístico de la zona es uno de los ejemplos más flagrantes de la burbuja especulativa que ha vivido y todavía vive Londres en cuanto a la vivienda. Como ha denunciado en reiteradas ocasiones el concejal laborista del distrito, Aydin Dikerdem, la promoción de la zona y las reglas que se siguieron para implicar a los constructores privados –en el caso de los edificios de la sky pool, la compañía irlandesa Ballymore– tuvieron lugar durante el segundo mandato de Boris Johnson, actual primer ministro del Reino Unido, como alcalde de Londres.

Cuando en 2012 Johnson lanzó los planes de regeneración de las aproximadamente 230 hectáreas de la zona, los describió como "la historia transformadora más grande de la ciudad más grande del mundo, pieza final del rompecabezas" del centro de Londres.

Así, a lo largo del río han surgido torres de pisos de lujo, un bosque de hormigón, cristal, paneles de plástico de colores y falsos ladrillos. La piscina transparente, desde la que se tiene una magnífica vista del skyline de la ciudad y del macizo edificio de la embajada de los Estados Unidos, es la guinda del pastel.

Inicialmente, la zona tenía que tener entre el 33 y el 44 por ciento de vivienda social. Pero la reforma de las leyes hecha por la mayoría conservadora del distrito consiguió reducir la proporción al 15 por ciento. "Esta antigua zona industrial en el corazón de Londres fue una oportunidad increíble para una ciudad que se enfrentaba a una grave crisis de vivienda. Aún así, desde sus inicios, los políticos conservadores han priorizado la ganancia privada de los desarrolladores sobre el bien público", ha denunciado Aydin Dikerdem.

Un cuarto de la propiedad

El distrito utilizó un dinero (308 millones de euros) que habría permitido mantener la ratio de vivienda social para destinarlo a mejoras en la línea de metro Northern, que llega al barrio. Esta misma inversión, sin embargo, se habría podido obtener de los fondos del gobierno para las redes de transporte de la capital. Si se desviaba o se destinaba la cantidad señalada a un uso también social no se podía interponer ningún recurso. El resultado ha sido la mencionada caída de la proporción de la vivienda social y la maximización de beneficios de los constructores.

Obviamente, como ha denunciado el concejal Dikerdem, "se trata de un enorme subsidio de los contribuyentes para mejorar los precios de las casas en una urbanización de lujo con una infraestructura –la sky pool– que los residentes de Wandsworth no tienen en propiedad". Y lo que es más sorpresivo es que ni siquiera pueden acceder a ella los residentes que han comprado los pisos del 15% de residencia social: unos apartamentos de dos habitaciones al precio nada despreciable de 928.000 euros.

Vista aérea de la 'sky pool' de Embassy Gardens.

Esta compra, sin embargo, es un modelo mixto. El inquilino adquiere una parte del piso –en este caso el 25%–, paga la hipoteca, y sobre las otras tres cuartas partes del apartamento tributa un alquiler. Para dejar muy claro que hay un apartheid social en los dos bloques –y en otros, con accesos a gimnasios restringidos solo para los más acomodados– que hacen de base a la sky pool, los dos edificios tienen dos entradas: la de los ricos –como mínimo han pagado también por la propiedad íntegra de un apartamento de dos habitaciones los 1,2 millones de euros que se los piden– y la de los otros.

Como se ha dicho antes, ni pagando tienen derecho a bañarse en la piscina del cielo. El apartheid económico siempre ha existido por todas partes. Pero quizás en el Londres del siglo XXI, sobre una promoción de viviendas que en buena medida tenían que ser públicas, da todavía más vértigo. Nadar de torre a torre no es hacerlo entre dos mundos, entre el pasado y el presente del protagonista del cuento de John Cheever. Nadar de torre a torre es, en este caso, constatar que siempre hay un Up & Down.

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