Enric y Meghan, de rebeldes con causa a títeres de Netflix
Cinco años después de su fuga de palacio, la serie de Meghan que ha estrenado Netflix demuestra que se han convertido en poco más que dos 'clowns' internacionales de los que burlarse en las redes sociales


BarcelonaCuando los Sussex decidieron huir al espíritu de Buckingham la opinión pública se dividió enormemente. No había punto de encuentro entre los partidarios del matrimonio a la fuga y los partidarios del resto de Windsor. Tanto dentro como fuera del Reino Unido, el peso de ambos bandos estaba muy igualado, algo que nunca suele ocurrir porque la familia real británica siempre juega con mucha ventaja. Pero el susexito –como se llamó entonces el adiós de Enric y Meghan Markle– había sido muy erosivo para la royal family en términos de opinión pública. Los duques de Sussex habían creado de repente tantos contrarios a los Windsor que, incluso, había gente que opinaba que aquella era la mayor crisis de la monarquía británica desde que el rey Eduardo VIII abdicó por amor, se casó con Wallis Simpson y se fue a vivir en París.
Enric y Meghan consiguieron tanto cariño popular anunciando que no podían soportar la vida de palacio que había quien creía que la familia real británica no se recuperaría de las miserias que explicaría la pareja una vez fuera. A pesar de que estaban algo exageradas, realmente, aquellas temencias tenían entonces cierta base, puesto que los Sussex habían tomado la decisión oportuna en el momento oportuno y tenían todo el viento a favor. Habían logrado victimizarse, llevar la delantera del relato, convertirse en portadores de la verdad contra las oscuras conspiraciones de palacio y, sobre todo, habían obtenido todo el beneficio que les daba parecer una familia actual, infinitamente más aspiracional que el resto de los Windsors juntos. El 18 de enero cumplió cinco años de ese momento y de todo aquel capital popular que tenían los Sussex, no les queda nada. O prácticamente nada.
Una farsa
Una muestra de su declive le ha dado el último proyecto que han firmado, Cono amor, Meghan, en el que sólo aparece ella pero que, evidentemente, es obra de los dos. Esta serie de ocho capítulos de Netflix muestra cómo la actriz retirada invita a gente a casa y realiza actividades ecofriendly, childfriendly, healthfriendly, dogfriendly y, sobre todo, avorrifriendly. Tanto es así que doce días después de su estreno, el pseudodocumental no ha hecho más que obtener críticas negativas en todas las posibles plataformas donde se puede criticar un formato. Parodias en redes como TikTok, tuits destructivos y unas cualificaciones bajísimas tanto por parte de críticos profesionales como de amateurs han convertido esta serie en un hazmerreír global. Entre toda esta efervescencia negativa, destacan los furibundos análisis que han publicado The Telegraph –"El formato es el siguiente: Meghan invita a gente a su casa de mentira y le dicen lo increíble que es. Y así durante ocho episodios"– y Variety –"Está hecha con mucho amor, entendiendo por amor el amor mayor que una persona puede tener por sí misma"–. Dos entre otras muchas igual de contundentes.
Pero sin entrar en detalles de contenido que sólo le estropearían el fin de semana, cabe destacar algunas cuestiones sobre el formato que no tienen ningún sentido puestas junto a su vida real. La primera es que es una estafa muy descarada presentar el formato como un documental cuando en realidad ni la casa donde está grabado es la suya... Incluso el docureality de María Teresa Campos con sus hijas utilizaba la casa de la periodista. Y eso que Campos no era precisamente de la era de la telerrealidad. Es evidente que en un formato de este tipo se controla el contenido para modular la imagen que se proyecta de ti, pero pretender seducir a alguien cuando no tienes ni la mínima generosidad de utilizar de fondo tu casa es una falta de respeto hacia el espectador, que fácilmente se sentirá estafado.
La segunda miseria a destacar del show de Markle es su pijismo desbordante. Ella y Enric, que se marcharon de la familia real porque eran personas que adoraban una vida sencilla alejada de la parafernalia de palacio, resulta que ahora para poder poner miel en sus recetas deben tener colmenas de abejas propias en el jardín que, encima, deben recoger con un apicultor que les viene a casa a hacerlo. También ha sido muy comentado que mientras hace galletas para su perro especifique en la cámara que las realiza con agua filtrada. Estas exageraciones permiten vislumbrar que busca un posicionamiento de mercado healthy obsesivo que la convierta en la heredera de Gwyneth Paltrow. Una lástima que no sea posible quitarle el récord Guinness a la oscarizada niña mimada de Hollywood. De ella, todo esto es creíble. De Markle, no. Además, éste personal branding que alguien ha ideado para la duquesa llega diez años tarde al mercado. El grosor de Instagram, actualmente, adora las smash burgers mucho más que los pétalos de flores que ella pone en todas partes.
'Tradwife'
En tercer lugar, cabe mencionar que la Meghan feminista, antirracista, combativa y crítica que no cabía en el corsé de palacio ha desaparecido completamente. Si esto es un documental sobre su vida, debemos constatar que, o bien ha abandonado todas sus luchas –ya que no hace mención alguna–, o bien sólo las había invocado antes haciendo falso activismo. En su show, se la ve únicamente en un papel de ama de casa de gama extra que hace todos los esfuerzos posibles para convertirse en una anfitriona perfecta de quienes la visitan. Una tradwife de manual pero vestida de californiana rica. Cuesta pensar que esta Meghan pueda seguir siendo aspiracional para el target que la idolatraba cuando ardió las naves con Buckingham.
Por último, también hay una sobreactuación en su buscado posicionalmente de versión eco de las desperate housewives de Beverly Hills. Cocinando con unas joyas doradas que se ven desde Londres, delata la voluntad de ser apreciada como una celebrity de primera división para posicionarse como una candidata ideal para anunciar –a su recién estrenada cuenta de Instagram– cualquier artículo de lujo que le propongan en poco tiempo. También lo evidencia la deliberadísima frase que le dice a Mindy Kaling cuando la va a visitar a su casa. A la actriz y comediante se le queja por que se refiere a ella como Meghan Markle cuando ahora su "nombre familiar es Sussex". Si esto nos lo hubiera dicho hace cinco años, habríamos dicho que era una campaña de intoxicación.
Generar rechazo como reclamo
Realmente, el producto no funciona conceptualmente porque con él Sussex buscan muy descaradamente un posicionamiento de mercado imposible. Quieren parecer mucho vips y mucho del pueblo simultáneamente y, para ello, han creado un producto que no tiene ningún sentido. Quieren ser personajes premium para vender a precio de oro los productos de la marca que –oh, ¡sorpresa!– Markle acaba de lanzar y, al mismo tiempo, quieren resultar llanos y accesibles para evidenciar lo estirados e insufribles que son sus familiares reales. Desgraciadamente, es posible que no consigan ninguna de las dos cosas y que la única salida que les quede sea seguir haciendo shows ridículos televisados.
Sin embargo, la serie incluye suficientes detalles que hacen entre rabia y vergüenza para que haya mucha gente mirándolo para poder odiar posteriormente, un fenómeno muy habitual actualmente en el que se cobra por reproducciones y da igual si te miran por cariño como por odio, porque lo importante es que se miren el contenido. De hecho, algunas de estas cosas odiosas que hacen parecen hechas a propósito. No puedes hacer una serie donde la cocina desempeña un papel tan destacado y cocinar tan mal los espaguetis como lo hace ella. No puede ser una casualidad. Alguien con buen criterio, al ver que esto sería un egoxou insufrible, le habrá pedido que incluya elementos de crispación para que los espectadores al menos lo promocionen cuando lo critican. No puede que normalice hacer los cubitos con agua que no sea del grifo para que queden transparentes y los ponga pétalos dentro sin saber que esto es un insulto para las clases populares que miran a Netflix.
Markle fue de las 100 personas más influyentes del mundo según la revista Time en el 2018 y también en el 2021. Tras ver la serie, este dato resulta inverosímil. Pero es fácil entender el porqué de su declive. La distancia entre la Meghan de entonces y la Meghan actual sólo tiene un único motivo: la voluntad inquebrantable de querer vivir sin trabajar. De Enric mejor ni hablar, porque ya vende tan poco que apenas aparece ni en la serie. Después de convertirse en dos clowns pop internacionales que sólo han demostrado talento sabiéndose convertir en el centro de debates estériles, han aceptado un nuevo cheque de Netflix y habrá segunda temporada. De hecho, danzar al sueño de la plataforma que les financia la vida es lo único para lo que han acabado sirviendo. En la plataforma ya estarán haciendo brainstorming para ver cómo pueden empeorar la futura entrega de la serie para que sigamos hablando de ella. Saben que es la única manera de que alguien se lo mire. Tener esperanza de que alguien se lo tragará por cariño a ellos es ahora mismo una guerra absolutamente perdida.