Brasil

Así ha azuzado Bolsonaro una invasión anunciada y anhelada

El expresidente creó el caldo de cultivo que ha derivado en este ataque sin precedentes en la historia de Brasil

Joaquim Piera
2 min
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Sao Paulo"Para cerrar el Supremo solo hace falta un soldado y un cabo”. La frase de Eduardo Bolsonaro, diputado federal e hijo del expresidente Jair Bolsonaro, pronunciada en julio de 2018, indica la obsesión de toda la extrema derecha brasileña, y de la familia Bolsonaro en particular, para intervenir físicamente en el corazón judicial del país. El discurso totalitario y golpista de Jair Bolsonaro, y de sus tres hijos políticos, tiene su origen incluso antes de la llegada al poder después de ganar las presidenciales de octubre del 2018. Si hubo una constante a lo largo de toda la legislatura en la que la ultraderecha ocupó el Palácio do Planalto fueron los ataques furibundos contra el Tribunal Supremo Federal, al que acusaban de ejercer un “contrapoder antidemocrático” para reducir las atribuciones presidenciales.

Invadir el Supremo se ha convertido en los últimos cuatro años en un anhelo para la familia Bolsonaro y sus seguidores más radicalizados. Desde que los trumpistas demostraron que podían asaltar el Capitolio de Washington el día de Reyes del 2021, los bolsonaristas más fanáticos, violentos y extremismos se planteaban repetir una acción en Brasilia siguiendo los mismos parámetros.

El discurso de odio, inflamando el ánimo y los ataques contra adversarios políticos y jueces del Supremo, funcionó como un mantra durante cuatro años y justificaba cualquier acto violento de toda naturaleza. Además, Bolsonaro tensó la cuerda hasta el límite, como mínimo con dos amenazas implícitas golpistas: en las celebraciones del Día de la Independencia, el 7 de septiembre del 2021, y días antes de la segunda vuelta electoral, cuando se reunió con el núcleo fuerte de su gobierno para tantear la posibilidad de suspender los comicios, una decisión que no recibió el apoyo de su equipo.

Las acampadas después del triunfo de Lula

Bolsonaro, a pesar de imponerse el voto de silencio después de perder las presidenciales de octubre, creó el caldo de cultivo que ha derivado en este ataque sin precedentes. En primer lugar, no reconoció el triunfo de Lula (ni todavía ahora) y, en segundo lugar, estimuló los cortes de carreteras en todo el país el día que empezaron, ese mismo domingo electoral por la noche, que derivaron en acampadas ante los cuarteles militares de todo el país. Y, todo ello, con una inacción calculada de las fuerzas de seguridad y del ejercido durante más de dos meses, que ha dejado una bomba social al nuevo gobierno. Integrantes de la familia Bolsonaro y los diputados más extremistas han espoleado todo este tiempo a los manifestantes a mantener viva la movilización.

Bolsonaro abandonó el cargo y Brasil dos días antes de fin de año para viajar, con un avión presidencial, hasta Estados Unidos y establecerse sin fecha de regreso en Orlando (Florida). La decisión, criticada incluso por sus seguidores, se fundamentó no en el hecho de negarse a pasar la banda presidencial a Lula, sino para no estar en territorio brasileño el día que perdía la inmunidad parlamentaria.

Ahora no hay ninguna duda de que el expresidente autoexiliado estaba informado de lo que pasaría este domingo, porque se ha sabido que se había encontrado en Estados Unidos con su exministro de Justicia, Anderson Torres, secretario de Seguridad Pública de Distrito Federal y máximo responsable de la Policía Militar y Civil en la capital, que ha sido destituido.

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