'Impeachment' a Donald Trump

El Capitolio de los Estados Unidos claudica frente a Donald Trump

El Senado absuelve al expresidente del cargo de “incitación a la insurrección”

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Donald Trump, animando sus seguidores a asaltar el Capitolio, el 6 de enero

WashingtonRendición total ante Donald Trump. Tras el juicio político más fugaz de la historia, apenas cinco días, el republicano quedó exculpado del cargo de “incitación a la insurrección” por el asalto al Capitolio del 6 de enero, el día en que el Congreso se reunía para sellar el resultado de las elecciones que Trump perdió frente a Joe Biden. Siete republicanos se unieron a los demócratas, seis más que hace un año. En total, 57 votos a favor, 43 en contra. Se necesitaban 67.

Los demócratas votaron en bloque, pero demostraron estar tan poco interesados en solidificar su caso como los republicanos en cerrarle las puertas de un futuro regreso a la Casa Blanca. Buenas noticias para futuros líderes con tentaciones golpistas. El Congreso se negó a poner un checkpoint que disuada a presidentes de ignorar la voluntad de los ciudadanos. El propio Trump lo celebró con un comunicado en el que describió el impeachment de “caza de brujas”, anunció que pronto tendremos noticias suyas y expresó su deseo de “continuar nuestro increíble viaje juntos para [poder] conseguir la grandeza americana para toda nuestra gente”.

Washington, a su manera, ha hecho realidad la descripción que Donald Trump hizo de la capital estadounidense cuando era candidato en 2016. La definió de “cenagal”, un estanque de aguas corrompidas que ayer fue incapaz no solo de plantarse frente a Trump sino que convirtió el último día del impeachment en un teatro de la peor política que ha llevado a una gran parte de la población estadounidense a considerar que el Congreso no funciona. La misma política que elevó hace una década al Tea Party y propulsó posteriormente a Donald Trump a la presidencia o ha llevado al Capitolio a una congresista que ha apoyado la ejecución de cargos demócratas.

Giro inesperado

Todo parecía sentenciado incluso antes de comenzar la jornada. Pero saltó por los aires en dos horas de desconcierto que habían comenzado a gestarse horas antes. La madrugada del sábado, la congresista republicana Jaime Herrera Beutler, uno de los diez votos republicanos que apoyaron el impeachment en la cámara baja, hizo público un comunicado que confirmó una información de CNN según la cual Donald Trump y el líder republicano en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, habían mantenido una discusión por teléfono mientras se estaba teniendo lugar el ataque. Su testimonio estuvo a punto de prolongar el juicio político de forma indefinida.

Según el comunicado de Herrera Beutler, durante la llamada Trump se resistió a hacer una declaración pública para que terminara el asalto y defendió que no eran sus seguidores, sino manifestantes antifascistas, quienes lo protagonizaban. McCarthy se lo negó, tras lo cual, y siempre según el relato de la congresista, Trump le respondió: “Bueno, Kevin, supongo que esa gente está más molesta sobre las elecciones que tú”. Es decir, para Trump la turba hacía más por él que el propio McCarthy.

Al comienzo de la sesión, la acusación demócrata pidió emitir una citación para que la congresista testificara. La defensa de Trump amenazó con citar “a un centenar” si el Senado permitía testimonios. Y el Senado los permitió, por 55 votos a favor -incluidos 5 republicanos- y 45 en contra. Pero, en realidad, nadie parecía estar realmente ni preparado ni con apetito para prolongar el juicio. Los demócratas, por los posibles obstáculos para avanzar la agenda legislativa de la Casa Blanca de Joe Biden que podría suponer estirarlo en el tiempo. Para los republicanos, porque el juicio solo inflama una guerra civil entre el trumpismo y lo (poco) que queda del viejo Partido Republicano.

Tras dos horas de caos y confusión, de corrillos dentro y fuera de la sala, la sesión se reanudó con el acuerdo de incluir en acta el comunicado de Herrera Beutler. Nada más. Ni una citación. El juicio político a Trump, al igual que sucedió en su primero, quedó de esa forma cojo al no admitir testimonios que hubieran podido aclarar, en este caso, qué estaba haciendo el presidente mientras tenía lugar el ataque. Por ejemplo, si como sugirió Ben Sasse, senador republicano, Trump “estaba encantado” con el ataque y se deleitaba mientras lo veía por televisión.

McConnell evita mojarse

Ni siquiera quedaba por resolver uno de los pocos aspectos con cierto morbo: si Mitch McConnell, líder republicano en el Senado, el congresista conservador más poderoso, rompía definitivamente con Trump tras haberlo acusado hace unas semanas de haber “provocado” a los insurrectos. En una carta dirigida a sus compañeros, McConnnell explicó que votaría en contra de la convicción de el-presidente. Su argumento: el Senado “carece de jurisdicción” para juzgar a un mandatario que ya no está en su puesto. La propia cámara alta votó el martes en favor de la constitucionalidad del proceso. Un argumento perfecto para no posicionarse.

“Mi temor es que la violencia que vivimos en aquel día terrible pueda solo ser el principio”, compartió con el Senado el demócrata Joe Neguse, uno de los fiscales. “Esto no puede ser el principio, no puede convertirse en la nueva normalidad”, alertó. Quizá su única esperanza es que la ciudadanía esté a la altura de una responsabilidad que el Congreso no ha asumido.

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