Magreb

Las dos caras de Marruecos

A pesar de su imagen de modernidad y moderación, el país esconde grandes desigualdades y la persecución de la disidencia

El rey del Marruecos, Mohammed VI (a la derecha), reunido con el magnate Aziz Akhannouch, ganador de las elecciones, este viernes al Palacio Real de Fez
Ricard G. Samaranch
13/09/2021
4 min

RabatEl régimen marroquí ha mostrado siempre una gran habilidad a la hora de venderse al exterior. En un periodo de efervescencia en el mundo árabe, y con un Occidente consumido por la amenaza yihadista, el reino alauí ha sabido proyectar una imagen de modernidad, moderación y estabilidad. Es decir, el socio ideal en el Norte de África para la Unión Europea, si bien de vez en cuando su obsesión por el Sáhara Occidental cree algunas crisis diplomáticas. Aun así, Marruecos tiene una cara oscura, menos evidente pero tampoco realmente oculta: una cara de represión, pobreza y gran desigualdad.

El pasado jueves, Marruecos recibió las felicitaciones de varios países, como Bélgica o los Estados Unidos, por la "exitosa” organización de su triple cita electoral. Los observadores del Consejo de Europa destacaron la “integridad” y “transparencia”. Ciertamente, en comparación con el simulacro electoral en Egipto, o las opacas elecciones en Argelia, los comicios en Marruecos son más creíbles.

Sin embargo, algunos periodistas denunciaron una compra de votos masiva. “La compra de votos es una práctica común aquí, pero nunca había sido tan descarada como ahora. Incluso se compraban dentro de los colegios”, comenta el analista Abdessalam Benabad. Además, la aplicación del límite de gasto electoral es muy laxa, lo cual favorece a magnates como Aziz Akhannouch, ganador de las elecciones.

Periodistas perseguidos

Ahora bien, el principal problema del sistema político marroquí es la selectiva violación de los derechos humanos que hacen las autoridades. En el reino alauí, la oposición al régimen está consentida mientras no se crucen algunas difusas líneas rojas, como han podido comprobar varios periodistas en los últimos meses. El último de ellos, Omar Radi, sentenciado en primavera a seis años de prisión por violación, espionaje y por haber recibido financiación extranjera ilegal. Antes fueron condenados los reporteros Taoufik Bouachrine y Souleiman Raissouni, también por cargos relacionados con delitos sexuales. Todos ellos habían investigado o publicado asuntos relacionados con la corrupción del régimen.

"Los periodistas independientes en el país son asediados constantemente e imputados con cargos absurdos. Las autoridades marroquíes no engañan a nadie con estos falsos juicios por venganza", declara Sherif Mansour, responsable para el Oriente Medio y el Norte de África del Comité para la Defensa de los Periodistas (CPJ), que estima que hay cuatro periodistas entre rejas en Marruecos.

Hace un tiempo, el Estado solía asediar a los periodistas con cargos relacionados con actividades subversivas, lo cual los convertía en héroes. Hoy en día, en cambio, lo hace con acusaciones de tipo sexual, hecho que despierta menos simpatías. "Yo creo que tienen un dossier de cada uno de nosotros preparado, y cuando cruzas alguna línea roja, lo sacan", explica una observadora política. Marruecos es una sociedad muy conservadora y el sexo fuera del matrimonio está tipificado como delito en el Código Penal, a pesar de que no se suele perseguir.

En la región del Rif, en el norte del país, la represión ha sido a gran escala. A finales de 2016, estalló un fuerte movimiento de protesta pacífica (conocido como Hirak) con demandas de tipo socioeconómico en una región con una fuerte identidad bereber y tradicionalmente marginada por el poder. Las autoridades arrestaron a centenares de personas –hasta 2.000, según el Hirak–, de las cuales una veintena, los principales jefes del movimiento, todavía están en la prisión condenados por cargos como "sedición". "La represión hace que no se pueda hacer ninguna acción. El movimiento solo está vivo en las redes, pero siempre con perfiles anónimos porque el régimen también las controla", dice Anuar, un activista del Rif que, como decenas de otros, ha apostado por exiliarse en Europa.

Ostentación y pobreza

En el ámbito socioeconómico, se reproduce la dualidad del país. Por un lado, el gobierno presume de grandes infraestructuras con el objetivo de ser la economía más dinámica de África: un tren de alta velocidad entre Tánger y Casablanca, las plantas de energía solar más grandes del continente o la construcción de un nuevo puerto en Tánger que se ha situado en la primera división del Mediterráneo, compitiendo con los de Valencia o Barcelona. Ahora bien, esta pomposa realidad convive con los barrios de barracas y la miseria en algunas zonas rurales.

"El progreso económico ha beneficiado a los ricos, más que a los pobres o incluso la clase media. En el índice de desarrollo humano de la ONU, Marruecos es el país con la posición más baja entre sus vecinos del Magreb", comenta Intissar Fakir, investigadora del Middle East Institute. Este hecho explica, por ejemplo, que la mitad de los jóvenes marroquíes quieran emigrar a Europa, según algunas encuestas, una realidad que se hizo patente con la entrada a Ceuta de miles de migrantes en mayo. "La desigualdad en Marruecos es muy grande. Algún día la gente se cansará y estallará todo", advierte un taxista que ha boicoteado las últimas elecciones.

El régimen es muy consciente de estas carencias y el rey encargó a un grupo de expertos elaborar un informe para cambiar el "modelo de desarrollo" hacia un crecimiento inclusivo. Publicado recientemente, el documento incluye varias medidas ambiciosas, la principal de las cuales es la universalización de la sanidad pública. "Marruecos ha tenido buenos planes, progresistas, pero el problema es la implementación y la voluntad pública de aplicarlos", lamenta Fakir.

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