Rusia y China

Xi y Putin: historia (y anécdotas) de una amistad

Trayectorias paralelas, marcadas por la disolución de la URSS, entre dos "queridos amigos" que brindan ante las cámaras

El presidente chino, Xi Jinping, y su homólogo ruso, Vladímir Putin, hacían un brindis en Moscú.
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Cuando se disolvió la URSS, Xi Jinping y Vladímir Putin no eran nadie. En 1991, Xi acababa de conseguir un cargo de bajo rango dentro del Partido en Fuzhou, capital de una de las provincias costeras que sacaban adelante la economía china. Dos años antes, cuando cayó el Muro de Berlín, Putin estaba destinado en Dresde como burócrata de la KGB. Nadie imaginaba que Xi y Putin acabarían siendo los líderes de China y Rusia. Pero los años de la disolución de la URSS fueron, probablemente, los que más han marcado la cosmovisión de estos dos dirigentes.

Más de veinte años después, en 2013, los presidentes Xi y Putin celebraban el aniversario del segundo en Bali. El dirigente chino trajo un pastel y el ruso, vodka y salchichas. Putin dijo que Xi era el primer dirigente mundial con el que celebraba un aniversario. Todavía unos años más tarde, en 2019, Xi invitaría a Putin a su fiesta de aniversario de los 66 años. Su amistad parecía cada vez más cercana. Sus figuras políticas, también. Y las dos tenían como trasfondo existencial la caída de la Unión Soviética. 

El caos, violencia y descomunal crisis económica posterior a la desaparición de la URSS fue el contexto que impulsó a Putin al poder. El dirigente ruso vinculó la pérdida de poder internacional de Rusia con el contexto de inflación, mafias y descontrol que sufría el país. De la disolución de la URSS Putin sacó la conclusión de que una Rusia poderosa y próspera solo podía ser una Rusia imperial.

Xi hizo una lectura diferente. El problema de la disolución de la URSS no fue la pérdida del Imperio, sino la pérdida del Partido. La URSS cayó porque apostó por la occidentalización de Gorbachov. Los dirigentes chinos sacaron una lección: liberalizar el Partido es abrir las puertas a la irrelevancia internacional y al caos interno. El Partido es la piedra angular eterna: si desaparece, el resto se hunde.

Entre Xi y Putin hay más paralelismos. Los dos han sido hombres fuertes que han presionado a las élites de su país. Putin creó una nueva clase extractiva que sustituyó a los antiguos oligarcas que acumulaban demasiado poder e independencia respecto al poder político. Putin les había ofrecido un pacto: someteos a mí y os dejaré ser ricos. Los que se negaron, como Mijaíl Jodorkovski o Borís Berezovski, fueron encarcelados o asesinados. Este proceso ha desembocado en la situación actual de dictadura personalista putiniana. Hasta el punto de que, a comienzos de la invasión de Ucrania, nadie además de Putin tenía ningún tipo de influencia o poder de voto respecto a esta decisión militar.

Xi ha conseguido presionar a la misma élite de la que forma parte: el Partido Comunista. A pesar de que China no es una dictadura personalista, puesto que el sistema leninista de partido y la burocracia imponen limitaciones al poder, Xi sí ha reducido a la nada cualquier facción que se oponga a su figura. Incluso en la época de Mao había grupos más liberales para hacer de contrapoder: ahora, para que esto suceda, quizás tendremos que esperar generaciones.

Tanto Xi como Putin, durante sus primeros años de mandato, lograron la fama de personas capaces de solucionar los problemas que estaban carcomiendo a sus países. En el caso de Putin, la crisis económica y el poder mafioso-oligárquico. En el caso de Xi, la corrupción en la que habían caído millones de miembros del Partido, enriquecidos gracias a las reformas económicas del país. Putin y Xi eran las espadas contra el caos que se había infiltrado en la nación rusa y el Partido Comunista de China.

Para los dos dirigentes, la occidentalización de sus sociedades y Occidente como ente geopolítico son las principales fuerzas que se tienen que combatir. En términos históricos, Putin y Xi se sienten herederos de una tradición imperial: en el caso del primero, el imperialismo ruso expansionista de un Pedro el Grande o una Catalina la Grande; y, en el caso del segundo, la idea de un sistema tributario en que China se convierte en el centro del mundo gracias a su poder de influencia, sin necesidad de aventuras militares. De hecho, Rusia se está convirtiendo en el más grande “estado vasallo” de esta hegemonía china.

Los dos dirigentes pueden ser amigos y parecerse, pero los separa una diferencia fundamental: Putin es el jefe de una Rusia decadente que cada vez se parecerá más a Irán o a Corea del Norte, mientras que Xi dirige una China que es la verdadera sucesora de la Unión Soviética, es decir, la única potencia que podría hacer frente a la hegemonía de Estados Unidos.

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