Joe Biden y Vladimir Putin, a Ginebra.
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En el tablero mundial se juega una partida entre democracias y autocracias. Así lo ve el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, que planteó esta contienda global en el discurso inaugural de su mandato, tan solo días después de una insurrección fallida en la sede democrática de su país. Es en este marco donde sitúa su política hacia Rusia de cooperar cuando sea posible, pero sin renunciar a levantar la voz ante violaciones de derechos humanos y a castigar con sanciones ataques e injerencias contra su país y contra sus aliados. Una especie de realpolitik reversionada por enésima vez.

Biden dejó claro ayer en la cumbre de Ginebra que su deseo principal es tener una relación “estable y predecible” con Putin en los temas espinosos para evitar conflictos armados y permitir la colaboración en otras áreas en las que sus intereses coinciden. Al presidente ruso ya le va bien después de los cuatro años de presidencia de Donald Trump. Su relación con el anterior líder norteamericano fue buena -Trump, por ejemplo, no criticó nunca su represión de opositores políticos- pero no obtuvo las políticas favorables a su gobierno que esperaba. En un tono cordial, pues, los dos líderes mostraron una voluntad de mejorar las relaciones entre sus países, que se encuentran en uno de los puntos más bajos desde la Guerra Fría.

No llegaron a grandes acuerdos ni escondieron sus diferencias -en temas como derechos humanos o ciberataques -, pero tampoco hubo hostilidad, en palabras de Putin. Fue una cumbre de mínimos predecible. Más allá del anuncio de un regreso de los embajadores, y una posible extensión a su último pacto nuclear, habrá que esperar a los próximos meses para ver si los dos líderes políticos templan sus posiciones de enfrentamiento. Putin se mostró satisfecho con la cumbre en la rueda de prensa posterior, puesto que, según algunos analistas, lo fortalece y la ayuda en su objetivo de recuperar la posición de superpotencia de su país perdida desde la caída de la Unión Soviética. Biden, y su gobierno, era consciente de los riesgos de su encuentro. Pero, según el presidente norteamericano, para él era importante decirle a Putin, cara a cara, que no callará ante sus violaciones de derechos humanos y que ciertas acciones son inaceptables y tendrán consecuencias.

Expectativas bajas

En los primeros meses de su gobierno, Biden optó por endurecer las sanciones contra Rusia por haber interferido en las elecciones presidenciales de 2020 y por el pirateo de SolarWinds -unas acciones que Putin volvió a negar ayer- y acusó al presidente ruso de “asesino”. Después de estos “palos”, la cumbre se ve como “la zanahoria” para cooperar en temas como el tratado nuclear con Irán, la lucha contra el cambio climático o la retirada de los EE.UU. de Afganistán. Hablar es siempre un buen comienzo para mejorar las relaciones entre dos países, pero la prueba real será ver si Biden consigue traducir sus aspiraciones políticas. Las expectativas son bajas y esto lo beneficia.

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