Enviado especial a Washington8 de la mañana. El periodista Jonathan Karl llama a Donald Trump y hablan fuera de micrófono. Más tarde, Karl explica a Fox News que Trump sonaba espeso y dormido, porque había terminado tarde un mitin en Carolina del Norte la noche anterior, y que cuando le ha preguntado “¿Qué podría pasar para que usted perdiera?”, en vez de ponerlo se a reír o recordarle que Trump nunca pierde, le ha dicho: “Sí, supongo que podría pasar. Ocurren cosas. Cosas malas, pasan”. El periodista comenta sorprendido que nunca le había oído decir esto. La presentadora del matinal traga saliva preocupada, como si lo estuviera imaginando. ¿Le acababan de dar a Trump eltrackingelectoral de la mañana?
A la vez que Trump despierta, estoy saliendo de un aparcamiento y me acerco a un hombre afroamericano, sentado en la plataforma de un andador, rodeado de bolsas y una caña para aguantar el vaso donde espera los dólares que le permitirán comer hoy. Lleva una gorra de veterano del cuerpo de marinas. Se llama Tony y tiene 62 años.
–Fui marine de Estados Unidos durante ocho años, pero tuve la suerte de que nunca tuve que entrar en combate.
–¿A quién votará?
–¿Yo? A nadie. ¿No sabe que en este país los presidentes no son escogidos, sino designados?
–¿Qué significa?
–Que quien gana el voto popular puede perder las elecciones. Conmigo que no cuenten.
–¿No me dirá que le da igual Trump que Harris?
–¿Sabe qué es esto? Un saco de dormir. He pasado la noche resguardado en este rincón. Antes había refugios para que los veteranos pudiéramos pasar la noche. Ninguno de los dos tiene el más mínimo interés en nosotros, por lo que yo no estoy interesado en ellos. Para mí Harris es blanca, como Obama, como Trump. A la única que votaría estaría a Michelle Obama, porque la encuentro íntegra. Y Harris fue fiscal. Alguien que fue fiscal nunca puede ser popular entre los negros.
Madison, Emily y Olivia no ponen cara de haber dormido en la entrada de un aparcamiento, precisamente. Chándal, calzado deportivo y coleta cogida con una goma. Como todavía no hace mucho frío, se están tomando el suyolattedel Starbucks sentadas sobre las piernas en un banco de una calle comercial en la que ya han instalado el árbol de Navidad. Ninguna de las tres puede votar, porque tienen 17 años, pero pienso que estarán entusiasmadas que una mujer pueda ser presidenta, por primera vez. Cuando les pregunto por las elecciones, a poco que no me bostezan en la cara.
–No podéis votar, pero ¿quién querría ganar?
–Me da igual –me dicen dos.
Olivia es más decidida y se moja:
–Kamala Harris. Creo que su política económica sería mejor que la de Trump.
–¿Te interesa la política?
–Quiero estudiar periodismo. Soy la directora de la revista del instituto.
En la radio del coche se oye a Trump en el mitin de la noche anterior anunciando la creación de un nuevo delito, “el delito de inmigración”, y comentan atrevidos que dijo “prostituta” a Harris. Bien, resulta que Trump dijo que Kamala Harris nunca ha trabajado en un McDonald's, y una persona del público gritó: “¡Trabajaba haciendo esquinas!” Trump se rió y contestó: “¡Este sitio es fantástico! Y recordáis que no lo he dicho yo, que lo ha dicho otra persona”.
Ésta ha sido la campaña de la basura. “Puerto Rico es una isla flotante de basura!”; “Los seguidores de Trump sí son basura”. Trump ha hecho mítines con un chaleco reflectante de barrendero. Ha sido como un poema visual, la metáfora perfecta para capturar lo bajo que ha sido el tono de la campaña. Problema: de aquí al 20 de enero deben estar preparadas toneladas y toneladas de más basura.
Tras la basura electoral, en la radio hablan de barro. Del barro que asumieron los reyes de España en Valencia. Y explican que las trombas de agua se han trasladado al área de Barcelona. Y ahora lo que traga saliva soy yo.