Elon Musk: el genio implacable que quiere salvar a la humanidad


Elon Musk se ha convertido en una de las figuras más controvertidas de nuestro tiempo. Se lo critica duramente por su apoyo a Donald Trump y por su gestión de Twitter (ahora X), pero sería un error reducir su compleja personalidad en estos aspectos polémicos. Su manera directa y poco convencional de comunicarse, influida por el síndrome de Asperger que él mismo ha reconocido que sufre, contrasta con el estilo de otros titanes tecnológicos que esconden sus intenciones tras una fachada de corrección política. Musk es transparente incluso cuando esto le genera enemigos. Mark Zuckerberg y Jeff Bezos pueden ser más diplomáticos, pero ¿los hace eso más sinceros?
El legado de Musk en los libros de historia ya está asegurado como uno de los grandes innovadores del siglo XXI. Ha logrado lo que parecía imposible: revolucionar simultáneamente tres industrias tradicionales y altamente reguladas. Tesla no solo ha transformado la automoción, sino que ha acelerado la transición hacia la energía sostenible. SpaceX ha reabierto la frontera espacial, recuperando para Estados Unidos un liderazgo que habían perdido, y les ha devuelto el orgullo herido por tener que llevar a astronautas de la NASA a la Estación Espacial Internacional en cohetes rusos. Y Starlink está llevando internet de alta velocidad a los rincones más remotos del planeta.
Estos logros no son fruto de la casualidad. Derivan de una personalidad singular marcada por la obsesión por la eficiencia y el cuestionamiento sistemático de las reglas establecidas. Musk aplica estos principios de forma implacable, tanto con los componentes de sus productos como con las personas que trabajan para él. Su visión del mundo es pragmática y está libre de sentimentalismos: si algo no funciona, es necesario eliminarlo, sea una pieza innecesaria o un empleado improductivo. Su particular catecismo para acelerar procesos y rebajar costes exige eliminar todos los componentes superfluos, hasta el punto de que considera que si más adelante no tienes que recuperar un 10% de los elementos eliminados, es que inicialmente no recortaste lo suficiente.
Esta mentalidad le ha permitido alcanzar metas que otros consideraban imposibles. Cuando SpaceX sufrió tres fracasos consecutivos en sus lanzamientos iniciales, Musk no se rindió. Cuando los especuladores bursátiles estuvieron a punto de hundir a Tesla, contraatacó con una jugada audaz: ampliar la fábrica de Fremont con una construcción provisional que permitió aumentar la producción hasta alcanzar la cantidad semanal de vehículos que había prometido a los inversores. Su persistencia nace de una profunda convicción en su misión vital: asegurar el futuro de la humanidad colonizando Marte.
Es cierto que esta determinación puede derivar en comportamientos paranoicos. Musk acumula agravios por todas partes: con los medios de comunicación que critican el Autopilot de Tesla sin reconocer que causa muchos menos accidentes que los conductores humanos; o con la Wikipedia, que –acertadamente– se niega a reconocerlo como fundador de Tesla.
Pragmatismo
Su pragmatismo se refleja en su capacidad para superar viejos enfrentamientos cuando conviene. Sus antiguos socios de PayPal, Peter Thiel y David Sacks, lo apartaron de la empresa, pero eso no ha impedido que años después se hayan alineado en el apoyo a Donald Trump, compartiendo una visión crítica con el establishment tecnológico.
Pero esta aparente paranoia no lo ha convertido en un misántropo. A diferencia de otros multimillonarios, Musk lleva un estilo de vida sorprendentemente modesto. Vive en una pequeña casa prefabricada de dos habitaciones en Boca Chica (Texas), cerca de la SpaceBase desde la que SpaceX lanza sus cohetes. No ha caído en los típicos gastos de vanidad de los ultraricos, como la compra de equipos deportivos profesionales, y de hecho no muestra ningún interés especial por el deporte más allá de su afición a los videojuegos.
También muestra una sorprendente flexibilidad en cuestiones sociales, como demuestra su relación con su hijo transgénero. Su foco está en los moonshots, estos proyectos aparentemente imposibles que pueden transformar la humanidad: desde la conducción totalmente autónoma, que siempre tiene que llegar el próximo año y acaba aplazando, hasta los implantes cerebrales de Neuralink o los túneles urbanos de The Boring Company para aliviar los atascos de tráfico.
Su cruzada más reciente es en el campo de la inteligencia artificial (IA), donde se ha enfrentado con Sam Altman y OpenAI, la empresa que él mismo cofundó. Es significativo que haya bautizado a su nueva empresa de IA como xAI, incorporando esta X que se ha convertido en una verdadera obsesión personal. Su origen se remonta a X.com, el banco digital que fundó en 1999 y que acabaría fusionándose con su competidor para crear PayPal. Desde entonces, X aparece por todas partes en su universo: desde el nombre de uno de sus doce hijos hasta el cambio de marca de Twitter. Para Musk parece representar su visión de plataformas disruptivas que transforman industrias enteras.
Musk ha demostrado también una notable habilidad para navegar las complejidades geopolíticas. Consiguió establecer una fábrica de Tesla en China sin necesidad de formar una joint venture con socios locales, un hito sin precedentes. Su única alianza estratégica significativa ha sido con Panasonic para producir baterías, y muestra una preferencia para mantener el control total de sus operaciones.
Sin embargo, su gestión provoca reacciones cada vez más críticas Recientemente, el mayor fondo de pensiones europeo ha vendido su participación en Tesla tras cuestionar la retribución de Musk. Estas tensiones reflejan un debate más amplio sobre el papel de los visionarios tecnológicos en nuestra sociedad: ¿hasta qué punto debemos tolerar sus excesos a cambio de sus innovaciones?
La respuesta no es sencilla, pero hay una cosa clara: Musk no es simplemente otro CEO tecnológico. Es un genio obsesivo con una misión, y juzgarlo con los estándares convencionales sería un error. La historia juzgará si su implacable búsqueda de la eficiencia y su visión de un futuro multiplanetario fueron lo que la humanidad necesitaba en ese momento crucial.