El regreso de los talibanes

"Europa no ha hecho nada por los refugiados afganos en años y no creo que lo haga ahora"

Vakil, un carpintero atrapado en Grecia, teme por sus hermanos, que viven en Herat

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El campo de refugiados de Lesbos que sustituyó Mória, el octubre pasado. Al corrillo  en Vakil

Barcelona"Los talibanes vinieron a casa de mis padres y les entregaron un documento que decía que si me encontraban me cortarían el cuello. Pero eso no ha servido para que Europa me dé asilo”, explica por teléfono Vakil L., de 29 años, desde la ciudad griega de Salónica. Su “delito”: haber participado en una comisión electoral de su ciudad natal, Herat, para organizar las elecciones presidenciales que se celebraron en 2014.

Ya hace tres años que vive en Grecia y por más que se lo ha intentado no ha conseguido que el gobierno de Atenas lo reconozca como refugiado. El derecho internacional define un refugiado como “una persona que está fuera de su país de origen por miedo a la persecución, al conflicto, a la violencia generalizada u otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público y, en consecuencia, requiere protección internacional”. Pero en Europa, para la inmensa mayoría de afganos, la Convención de Ginebra es papel mojado. Los mismos gobiernos que han enviado soldados a combatir en su país se niegan a reconocer que ellos son refugiados de guerra.

Tres años en el limbo

“Llevo aquí tres años, no tengo trabajo, no tengo nada y empiezo a perder la esperanza”, confiesa el Vakil. En Afganistán era carpintero y también escribió dos novelas. Huyó del infierno del campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, que desapareció tragado por las llamas, y lo trasladaron al nuevo campo bajo control militar, donde se encontró con el equipo del ARA. Fue él quien nos coló un día de lluvia dentro del campo, vetado a la prensa, y quien ante esta corresponsal aplastó la cabeza de una serpiente de un metro de largo que se había escondido entre las tiendas, muy cerca de un lugar donde jugaba un grupo de niños, también afganos. Su primo todavía está allí, con su mujer y sus dos hijos.

Vakil huyó de Lesbos después de que le denegaran dos veces su petición de asilo. No quería quedarse en el campo y arriesgarse a una deportación forzosa a su país, donde está convencido de que lo esperaba una muerte segura. Desde Grecia continental intentó llegar en patera hasta Italia pero los guardacostas griegos los pillaron: “Me dieron una paliza y me tuvieron un mes encerrado en un calabozo: solo me soltaron hace unos días”, relata.

Las políticas europeas de puertas cerradas lo han condenado a una vida miserable, pero al menos él ha salvado el cuello. Ahora lo que más le quita el sueño son sus dos hermanos, sus dos cuñadas y sus seis sobrinos que todavía viven (o vivían) en Herat. “Hace un mes que no sabemos nada. La última vez que hablamos ni se imaginaban que los talibanes volverían”. Su hermano mayor trabajaba de conductor para ONGs extranjeras, motivo suficiente para que los talibanes lo consideren un enemigo a abatir.

“Cuando decidí venir a Europa no me esperaba nada de esto. Pensaba que tendría la oportunidad de estudiar y de trabajar y al final me he pasado años escondiéndome solo para que no me deportaran. No han hecho nada por los refugiados afganos y no creo que lo hagan ahora. El presidente de Afganistán ha abandonado el país y ahora con los talibanes mucha gente tendrá que huir, y no puede ser que Europa les cierre la puerta. Todos los refugiados vivimos mal, pero a los afganos nos tratan peor y no entiendo por qué: los gobiernos europeos tienen mucha responsabilidad de lo que pasa en mi país”.

Ahora todavía teme que, cuando las cosas se calmen, Grecia retome la política de deportaciones, si no es directamente hacia Afganistán, de manera indirecta a través de Turquía, una vez los talibanes hayan estabilizado un nuevo régimen. “Espero que los gobiernos europeos se den cuenta que no podemos volver. No podemos continuar así. Los afganos no somos menos humanos que vosotros”.

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