El féretro del papa Francisco.
Sor Lucía Caram
22/04/2025
3 min

Dijo que venía del fin del mundo. Pero en realidad llegó al corazón del Evangelio y al corazón de los habitantes del mundo. El 13 de marzo de 2013 apareció en el balcón del Vaticano y no hizo una gran bendición ni un discurso solemne. Simplemente inclinó la cabeza y dijo: "Oren por mí". En ese humilde gesto ya se revelaba todo un pontificado. Un estilo. Una forma de ser Iglesia. Una forma de vivir el Evangelio.

Se puso el nombre de Francisco. Como aquel "Povello de Asís" que un día sintió que Cristo le pedía: "Repara mi Iglesia". Y él lo hizo, piedra a piedra, desde la pobreza, la fraternidad y la paz. Así también este papa entendió su misión: levantar una Iglesia en ruinas, devolverle el alma evangélica, desnudarla de las pompas y devolverle el rostro de Jesús.

Desde el primer minuto dijo que los obispos no podían ser príncipes, que no se podía vivir en palacios, que el pastor debía oler a oveja. Y él fue el primer testigo: rechazó el pectoral de oro, no se puso los zapatos rojos, no quiso limusinas ni truenos. Fue a vivir a Santa Marta, en la casa donde se podía encontrar con la gente, y desde allí gestionaba la agenda con libertad y cercanía. No era sólo un gesto simbólico. Era una declaración de principios.

Francisco puso el Evangelio en el centro. Denunció la autorreferencialidad de la Iglesia, el clericalismo, el carrerismo, el lujo. Quiso una Iglesia "en salida", de puertas abiertas, no de sacristía. Y como Jesús, escogió a colaboradores sabiendo que entre ellos también podría haber algún Judas. Como el cardenal Piel, que fue clave en la reforma económica del Vaticano, pero después, entre acusaciones de abusos, traiciones y críticas, se convirtió en uno de sus grandes detractores. Francisco le apartó. No por cálculo, sino por fidelidad a las víctimas. Por fidelidad al Evangelio.

"Que callen las armas, que hable el amor"

Fue un papa de gestos. Sí. Pero sobre todo de compromiso. Escuchaba con el corazón: a los migrantes, a los descartados, a las víctimas de abusos, a los perseguidos, a los pobres, a los pueblos heridos por la guerra, a la madre Tierra.Lloró con ellos, caminó con ellos, habló por ellos. Y cuando no había palabras, se arrodillaba y oraba en silencio.

Amaba la paz. Le quemaba la guerra. Llevaba en el alma un grito que no se cansó de repetir: "¡Que callen las armas, que hable el amor!" Nos urgía, nos despertaba, nos empujaba a movernos. Era profeta en la denuncia, pero a su vez tenía un gran sentido del humor y una ternura que cautivaba. Un papa que reía, que bromeaba, que rompía el protocolo para abrazar a un niño o detenerse con una persona sin techo. Un hombre libre.

Nos hemos quedado huérfanos. Pero no vacíos. Nos deja el camino, la siembra, la dirección clara. Nos ha lanzado hacia la periferia, donde Jesús sigue naciendo. Nos ha enseñado que en el centro no acuden los poderosos, sino los pequeños. Nos ha recordado que el Evangelio no es para defender estructuras, sino para ensanchar el corazón del mundo. Un papa con un corazón con las dimensiones del corazón de Jesús: infinito.

Francisco ha comenzado una reforma sin vuelta atrás. Una Iglesia más universal, más abierta, más pobre, más profética. Ha descentralizado el poder, ha ampliado el Colegio Cardenalicio y lo ha internacionalizado, ha puesto en juego el alma de la sinodalidad. Pero más allá de las estructuras, nos ha dejado lo esencial: una Iglesia que más se parece a Jesús.

No tenía sueldo. Tenía dignidad. No buscaba aplausos. Buscaba justicia. No vivía en la comodidad. Vivía en el amor. No necesitaba uniformes ni honores. Sólo un poncho y una silla de ruedas para mostrarnos, incluso en su fragilidad, que el pastor no abandona el rebaño.

Francisco ha sido el papa cristiano, de verdad. Lo que creía en el Evangelio. Lo que vivía como creía. Lo que nos ha hecho soñar con una Iglesia que no fuera un museo sino una casa con puertas abiertas, una tienda de campaña en medio del dolor del mundo.

Gracias, Francisco. Nos lanzaste a la misión. Nos abriste los ojos. Nos encendiste el corazón. Te recordaremos siempre como el papa que se parecía a Jesús.

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