El otro gran enemigo de Zelenski irrumpe en la guerra de Ucrania
La fatiga hace acto de presencia y pone en riesgo los intereses militares de Kiiv frente a una guerra de desgaste que beneficia a Putin
BarcelonaUn grupo de soldados ucranianos hicieron esta semana un árbol de Navidad a seis kilómetros de la esquelética ciudad de Bakhmut, en el Donbàs, en pleno campo de batalla. Los militares cubrieron un tronco con guirnaldas –verdes y plateadas– y colocaron bolas amarillas y azules, colores de la bandera que defienden. La imagen, difundida por el ejército de Volodímir Zelenski, es inquietante: la Navidad llega incluso en un campo árido y brumoso, donde cada día muere un número secreto –pero altísimo– de jóvenes uniformados de ambos bandos.
Esta será la segunda Navidad que Ucrania vive en medio de una guerra total.
El aparato propagandístico de Kiiv lleva días explotando la magia de la Navidad para levantar los ánimos de tropas y población, consciente de que estas semanas las pérdidas y la añoranza se amplifican. “Pronto volverán a casa”, decía un anuncio publicado el jueves por el ministerio de Defensa, en la que se representaba la distancia que separa a muchos niños ucranianos de sus padres, que continúan en las trincheras. El vídeo termina con una secuencia: una niña cuelga en el árbol de Navidad una figurita. La figurita es una réplica de un soldado ucraniano Slava Ukraini.
La segunda Navidad en guerra llega en uno de los momentos más delicados para Zelenski. La falta de avances durante la esperada contraofensiva y el equilibrio de fuerzas entre ambos ejércitos ha situado el conflicto en una posición difícil de gestionar: los frentes están enquistados y el escenario que viene es el de una guerra larga, de desgaste, que beneficia más a Moscú que a Kiiv.
La fatiga, uno de los grandes enemigos de un país donde caen bombas, empieza a imponerse en Ucrania: en la calle, entre las tropas y también en la política.
"¿Y si la guerra dura cinco años?"
“Hace un mes me hice una pregunta: ¿Y si la guerra dura cinco años, Kiril? Y empecé a llorar. Son las dos de la madrugada. No quiero estar tres años más aquí, por la guerra”. A finales de noviembre, el soldado Kiril Babii, oficial de artillería en Bakhmut, escribía este texto en su Instagram. Aseguraba que estaba agotado y que en febrero del próximo año, cuando se cumplan dos años de guerra, dejará al ejército. “Me puede comportar entre 5 y 12 años de cárcel [por deserción], pero no me da miedo”. La publicación del soldado Babii, acompañada de una selfie suya, se viralizó rápidamente. Muchos soldados ucranianos la compartieron en su perfil.
La motivación ha sido una de las claves para explicar el éxito de la defensa de Ucrania ante la invasión de las tropas de Moscú. En Kiiv se recuerda a menudo una cifra: medio millón de ciudadanos se han alistado voluntariamente en el ejército desde el inicio de la guerra. Algunos ucranianos que vivían en el extranjero incluso volvieron para luchar.
Los soldados siguen siendo tratados como héroes por la sociedad y por el gobierno –el lema "glory to our heroes" se estampa en camisetas y es visible en bares y restaurantes–, pero el gobierno de Zelenski está preocupado porque el ritmo de inscripciones en las tropas ha bajado y cada vez más jóvenes intentan fugarse de ir al frente. "Las perspectivas de una guerra larga, las oportunidades limitadas para la rotación de soldados en la línea de frente, las lagunas en la legislación que parecen evadir legalmente la movilización, reducen significativamente la motivación de los ciudadanos para ir a servir con el ejército ", escribió el comandante jefe de las fuerzas armadas de Ucrania, Valeri Zalujni, en el famoso texto publicado en The Economist que desató una disputa pública con Zelenski.
Las cifras de movilización –como las de cadáveres y heridos en la frente– son secretas en Ucrania. Muy pocos saben cuántos soldados hay actualmente en el campo de batalla, pero algo está claro: durante estos veinte meses de guerra, los cementerios de todo el país se han llenado de tumbas con honores militares. Los cálculos más aceptados hablan de cerca de 90.000 soldados fallecidos y más de 120.000 heridos. Ante esta picadora de carne, se entiende la cifra que publicaba hace unos días la cadena británica BBC: 40.000 varones ucranianos en edad de ir a la guerra han intentado huir desde que comenzó la invasión. 20.000 fueron detectados y encarcelados. Los otros 20.000 lo consiguieron gracias a sobornos, falsificaciones o, directamente, atravesando ríos y montañas.
“Los putos rusos nunca acaban”, decía hace unas semanas un soldado de Kherson que prefiere el anonimato. Rusia tiene más del triple de población que Ucrania, y Putin no teme a las críticas de la ciudadanía cuando se trata de enviar oleadas de hombres jóvenes al frente. Estos días, en la batalla de Avdíivka, las tropas de Moscú, plagadas de ex prisioneros, están muriendo a ritmo de la Primera Guerra Mundial.
Los primeros desafíos internos
"Ya no nos diferenciamos de Rusia, donde absolutamente todo depende del estado de ánimo de una persona", dijo la semana pasada el alcalde de Kiiv, Vitali Klitschko, en una entrevista en el semanario alemán Der Spiegel.
La convulsa política de Ucrania había hecho una especie de pacto cuando empezó la invasión rusa: todo el mundo debía apoyar al presidente. Así fue durante buena parte de estos veinte meses de guerra. Pero en las últimas semanas, varias voces se han atrevido a desafiar a Zelenski. Primero, el comandante Zalujni; después el alcalde Klitschko; y ahora un grupo de políticos opositores que piden al gobierno que celebre elecciones pese a la guerra. Los comicios estaban previstos para marzo del próximo año –como los de Rusia–, pero parecía claro que se aplazarían teniendo en cuenta que el país está regido por la ley marcial que, según la Constitución, lo impide. Hasta el verano, había un consenso más o menos explícito entre gobierno y oposición, pero el estancamiento de la guerra ha cambiado la perspectiva de algunos candidatos, que ahora exigen una reforma constitucional para poder convocar a los ciudadanos en las urnas.
Zelenski, erigido en icono global, sigue siendo un líder popular entre la sociedad ucraniana. Pero la fatiga también le pone en riesgo. La mayoría de la población –en agosto, un 60% según una encuesta de Gallup– está a favor de continuar la guerra hasta el final, es decir, hasta recuperar Crimea, pero este porcentaje varía según qué región habla: las provincias más cercanas al frente y, por tanto, más castigadas por la guerra, no son tan partidarias de alargar el conflicto como las ciudades que quedan alejadas. En Ucrania ya existen dos Ucranias: la que ha podido recuperar cierta normalidad, como Kiiv o Lviv; y la que sigue viviendo acompañada del sonido de la artillería y la muerte.
El fantasma que viene de Occidente
El enésimo frente de Zelenski, y probablemente más importante, se encuentra en Washington y, en menor medida, en Bruselas. Se ha repetido hasta la extenuación: sin el apoyo que ha recibido de Occidente, haría meses que en Kiiv ondearían banderas rusas.
Los aliados occidentales comienzan a no disimular su cansancio, especialmente Estados Unidos, donde los republicanos presionan al gobierno de Joe Biden para que corte el grifo. “Nos quedamos sin dinero y sin apenas tiempo”, denunciaba esta semana a la directora de presupuesto de la Casa Blanca, Shalanda Young, en una carta a los congresistas en la que pedía que aprueben de forma urgente un paquete de ayuda adicional para Ucrania. Los republicanos, que reprochan los 110.000 millones de dólares enviados de Washington a Kiiv, siguen bloqueando la resolución. La guerra de otro aliado, Israel, ha intensificado la oposición, que empieza a trasladarse a las calles de Estados Unidos: el 41% de los estadounidenses cree que el gobierno de Biden "hace demasiado" por Ucrania. En junio este grupo representaba el 29%.
En Europa, que también depende de Washington y que ha notado mucho más el impacto económico de la guerra, la situación no es mucho más esperanzadora. En las últimas semanas, hemos presenciado varios movimientos relevantes: Orban cuestiona el apoyo económico a Kiiv y se opone a su entrada en la Unión Europea; en Eslovaquia, el nuevo primer ministro proruso ha cortado la ayuda a Ucrania; y en la frontera con Polonia, camioneros locales y ucranianos están en pie de guerra.
Pero aún es más relevante lo que pasa puertas adentro. En los despachos de las instituciones europeas se hacen la misma pregunta que el soldado Kiril: "¿Y si la guerra dura cinco años?". Llegados a este punto de enquistamiento y de fatiga, el gran fantasma que sobrevuela a Zelenski es que Occidente le fuerce a sentarse a negociar con Putin. Algunos ya hacen quinielas y, según los expertos, la apuesta más recurrente es que Ucrania acepte perder a Crimea y el Donbás a cambio de entrar en la OTAN y en la Unión Europea.