Europa

La paradoja escocesa: más base para la independencia que en 2014 pero menos fuerza política

La derrota del SNP en julio contrasta con la estabilidad del apoyo a la secesión, que se fundamenta sobre todo en los jóvenes

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Una manifestación en Escocia con banderas de Escocia y Esteladas

LondresA pesar del resultado contrario a la independencia de Escocia en el referéndum de hace diez años (18 de septiembre), entre 2012 y 2014 se produjo un cambio sísmico en la política del país. El poder institucional del SNP, la figura magnética y un punto populista deel primer ministro Alex Salmond –uno de los grandes animales políticos de los últimos treinta años en las islas– y unas bases muy movilizadas –incluidas las clases populares– con ganas de deshacerse para siempre de los gobiernos conservadores, lo hicieron posible. Hasta el punto de que se registró un aumento de catorce puntos a favor de la independencia el día de la votación en relación a la media de los sondeos previos al arranque de la campaña. Un viaje sin precedentes.

De hecho, el día que se firmó el Acuerdo de Edimburgo, el pacto político entre el premier David Cameron y Salmond por el que fue posible el plebiscito legal y vinculante, las encuestas situaban su apoyo a la independencia en el 28%. Dos años después, el día de la votación, alcanzó el 44,7%. De los 4.283.938 ciudadanos con derecho a voto (a partir de los 16 años), participaron 3.623.344 (84,6%). A favor se pronunciaron 1.617.989; en contra, 2.001.926 (55,3%).

Y, a pesar de la derrota, en los años posteriores el SNP seguiría siendo la fuerza hegemónica en Escocia. Y lo ha sido hasta las pasadas elecciones generales, cuando el independentismo sufrió una severa derrota a manos de los laboristas, pero más por errores propios que por el acierto y el entusiasmo, muy poco, que despierta el líder laborista, Keir Starmer.

Canciones de consuelo

Diez años después, ¿qué queda de todo esto? La resaca actual evoca un poco el paisaje desgarbado que había a las puertas del Parlamento de Holyrood –el edificio de Enric Miralles– al día siguiente del plebiscito: los desencantados independentistas –y algunos catalanes solidarios, que habían seguido los acontecimientos con gran expectación– cantaban Flower of Scotland, el himno no oficial del país, y otros temas muy populares, tales como Caledonia, de Dougie MacLean. Buscaban algo de consuelo.

Uno de los más prestigiosos historiadores escoceses, Thomas M. Devine, partidario de la independencia, afirmó el año pasado, durante un especial de la BBC sobre la coronación de Carlos III, que el nuevo monarca no debería sufrir la ansiedad de su madre por Escocia. "La cuestión de la independencia está muerta al menos para una generación", dijo. ¿Es cierto?

La clase política unionista lo cree. El independentismo, desorientado, busca cómo recuperar el rumbo. Pero un dato a retener para futuros escenarios es que ahora, diez años después, la base independentista es mucho más amplia que cuando Alex Salmond se plantó en la puerta de Downing Street para pedir el referendo.

Y, si hubiera una segunda vuelta, parece más fácil pasar del 45-46% actual a favor del sí, de acuerdo con una media de las encuestas, al 51% o 52% que pasar de lo mencionado 28% (2012) al 44,70% (2014). Es la tesis, por ejemplo, del ex primer ministro y exlíder del SNP, Salmond, ahora cabe más visible de el Alba Party.

Un 'conmuter' entre Endimburgo y Glasgow, en el tren entre ambas ciudades, leyendo la prensa, llena de información sobre el referéndum, en los días previos al plebiscito.

Esto es lo que define la paradoja escocesa actual: hay más independentistas que una década atrás, pero el partido mayoritario entonces (el SNP) ha perdido empuje. A pesar de las crisis que ha sufrido el SNP desde la renuncia de Nicola Sturgeon en febrero del año pasado, con dos nuevos líderes en un año, y el desgaste de diecisiete años en el poder, el apoyo a la independencia es muy estable. Un apoyo que, a diferencia de lo ocurrido en el 2014, tiene el sector más movilizado entre los más jóvenes: un efecto del Brexit. Sin embargo, hoy por hoy, la relación con el resto del Reino Unido no es la principal preocupación de los escoceses: lo es el estado de los servicios públicos (educación, NHS), la economía o la vivienda, como admitió hace unos días el primer ministro, John Swinney, en la clausura del 90 congreso del SNP.

Pero la identidad sí sigue siendo un elemento relevante a la hora de centrar la cuestión independentista. Los datos del último censo, difundidos el pasado mayo, lo sugieren. El 65% de los escoceses se consideran "sólo escoceses", un ligero aumento respecto a 2011. El número que se identifican como sólo británicos también ha aumentado hasta casi el 14%. Y quienes se identifican como escoceses y británicos ha bajado del 18% a sólo el 8%.

Es uno de los factores que le hacen decir al profesor John Curtice, uno de los gurús de la demoscopia del Reino Unido, que a corto plazo, "el futuro de la unión radica en el acierto del laborismo" para enderezar el declive de los servicios públicos del país, tanto en Inglaterra como en Escocia. Si desde ahora hasta las elecciones de mayo de 2026 el gobierno de Starmer se muestra efectivo, quizás el historiador Devine tenga razón. De lo contrario, el movimiento independentista escocés puede resurgir con más fuerza que la mostrada en 2014.

El moderno Lord North

En sus memorias, el primer ministro David Cameron explica que, en los días previos al referéndum escocés, en algún momento experimentó el miedo a engrosar los libros de historia como el "moderno Lord North", en referencia al premier en el momento de la revolución americana, al que se considera el responsable de la pérdida de la colonia.

El 6 de septiembre, doce días antes del plebiscito, tuvo lugar una sacudida, dice. Por primera vez una encuesta de You Gov, publicada por The Sunday Times, situaba el sí frente al no: 51% a 49%. Una bomba estalló en Westminster.

David Cameron.

El miércoles siguiente se suspendió la habitual sesión de control en el Parlamento y Cameron, Nick Clegg, entonces su viceprimer ministro en el gobierno de coalición con los liberaldemócratas, y Ed Miliband, entonces líder de la oposición laborista, corrieron hacia Edimburgo a prometer la luna y una devolución de poderes ampliada si los escoceses votaban que no. Fue fundamental en la engarronada la participación de Gordon Brown, escocés de raíz. El ex primer ministro laborista intuía al final de aquella Devo-Max, cómo se conoció la propuesta de un traspaso de poderes sin precedentes de Londres a Edimburgo, como el adelanto de la vía federal para Reino Unido: la verdadera solución futura a los problemas constitucionales que planteaba Escocia. Una apuesta federal que ahora está en vía muerta.

Con posterioridad al 2014, ningún otro primer ministro conservador –Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak– aceptó la renovada petición de una segunda consulta, en este caso de Nicola Sturgeon, quizás mucho más que justificada por el divorcio con la Unión Europea. Tampoco lo acepta el laborista Keir Starmer. No es el momento, dice. Todo ello quizá sea la demostración de lo que apuntan las encuestas: que a pesar de la inferior fuerza política actual del independentismo, la base es mucho más ancha ahora que en el 2014. Las elecciones de mayo del 2026 pueden marcar el punto de inflexión del movimiento y un resurgimiento de su fuerza o bien pueden suponer las absueltas del independentismo. Al menos para una generación.

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