El gobierno afgano quiere que los periodistas lleven pistola

Onada de asesinatos de informadores sin precedentes desde el inicio de las negociaciones de paz con los talibanes

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Personal sanitario trasladan el cuerpo sin vida de una de las trabajadoras asesinadas martes a la ciudad de Jalalabad

BarcelonaEl primero fue el periodista afgano Yama Siawash. Lo asesinaron el 7 de noviembre en Kabul con una bomba adosada que hizo estallar su coche. Nadie reivindicó el atentado. Cinco días después fue el turno de Elyas Daee, que también trabajaba como periodista en Afganistán pero en el sur, en la ciudad de Lashkargah. También colocaron un artefacto explosivo en los bajos de su vehículo y tampoco nadie se responsabilizó del ataque. En diciembre y en enero siguieron los asesinatos de informadores en Afganistán sin que se sepa quién estaba detrás de la mayoría de casos. Los últimos, el pasado martes: tres trabajadoras de la cadena local Enikas TV (Mursal Hakimi, de 25 años; Sadia, de 20, y Shanaz, también de 20) murieron cuando volvían a casa a pie desde el trabajo a la ciudad oriental de Jalalabad. Les dispararon en la cabeza.

Assassinat a Jalalabad

El ministerio del Interior afgano quiere dar licencia de armas a los periodistas para que puedan llevar pistola y defenderse. De momento esta es su única propuesta ante la oleada de asesinatos de trabajadores de medios de comunicación sin precedentes en el país. Sin embargo, las asociaciones de periodistas no lo ven claro. "No creo que sea una buena idea. Llevar una pistola no significa saber usarla", opina por teléfono desde Kabul Najib Sharifi, director del Comité para la Seguridad de los Periodistas Afganos (AJSC en las siglas en inglés), una asociación que ofrece ayuda a las familias de las víctimas y presiona al gobierno afgano para que investigue los asesinatos para que no queden impunes.

La consecuencia inmediata de este goteo de muertes ha sido que muchos periodistas han optado por la autocensura, otros han dejado el trabajo y algunos –los pocos que se lo pueden permitir– se han marchado del país, según explica Abdul Mujeeb Khalvatgar, director de Nai, otra organización que apoya a los medios de comunicación independientes en Afganistán. Khalvatgar recuerda que los periodistas afganos ya corrían riesgos antes –podían morir en un fuego cruzado, por una mina antipersona o en un atentado suicida–, pero es que ahora directamente les disparan en la cabeza o explosionan su vehículo. Se han convertido en objetivo. Nunca antes había pasado una cosa así en Afganistán.

Massoud Hossaini es un prestigioso fotógrafo afgano. Ganó el Pulitzer en 2012 por una fotografía impactante que hizo durante un atentado suicida en Kabul en diciembre del 2011. Hossaini tuvo la sangre fría de plantarse en el lugar del ataque pocos segundos después de la explosión y fotografió a una niña de 12 años que gritaba rodeada de personas heridas y cuerpos sin vida en el suelo. Ahora, cuando ya han pasado casi diez años, Hossaini sigue trabajando como fotógrafo en Afganistán, pero ha dejado de cubrir noticias de última hora y ha cambiado radicalmente su aspecto.

Antes tenía un look característico: llevaba el pelo largo recogido en una cola, que es un peinado muy poco común entre los hombres de este país. "Me he cortado el pelo y me he dejado barba para que no me reconozcan, y solo salgo de casa si me encargan algún trabajo", explica. Se queja del silencio internacional, de que nadie levante la voz por lo que está pasando en Afganistán ni se interese por él ni por sus colegas. Muchos periodistas, como medidas de protección, evitan las rutinas o cambian de coche cada vez que hacen un desplazamiento.

Ataúd con el cuerpo sin vida de una de las trabajadora asesinadas el martes en Jalalabad

El director del Comité para la Seguridad de los Periodistas Afganos tampoco entiende el silencio generalizado, ni que ni siquiera los países europeos se hayan pronunciado a pesar de que lo que está pasando en Afganistán es totalmente excepcional: el martes mataron a tres trabajadoras de una misma cadena de televisión que se dedicaban a doblar películas y series extranjeras. Pero es que el 10 de diciembre asesinaron a otra empleada de este mismo medio de comunicación, la periodista Malalai Maiwand. El grupo terrorista Estado Islámico se responsabilizó de los cuatro asesinatos. En cambio, sigue sin haber reivindicación para el resto de casos.

Conversaciones de paz

Se da la circunstancia, sin embargo, de que la oleada de asesinatos empezó pocos días después de que se iniciaran las negociaciones de paz entre el gobierno afgano y los talibanes en Doha, la capital catarí, el 12 de septiembre. "Quieren generar pánico y caos para presionar al gobierno", opina Najib Sharifi, que cree que sin duda el grupo islamista está detrás de las muertes. De hecho, desde que empezaron las conversaciones de paz, no solo se han multiplicado los asesinatos de trabajadores de medios de comunicación (han muerto nueve) sino también los de defensores de derechos humanos (cinco). En febrero las Naciones Unidas publicaron un informe especial que lo denuncia.

Con todo, los Estados Unidos mantienen su propósito de retirar las tropas de Afganistán en mayo. A pesar del relevo en la Casa Blanca, de momento no ha habido cambio de planes. Por el contrario, ni en Kabul ni en ninguna otra ciudad del país ha habido manifestaciones de protesta en la calle. Nada. Hay una razón de peso: los afganos tienen miedo de que los maten.

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