Netanyahu no tiene suficiente: ¿hasta dónde quiere llegar?

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en la asamblea general de la ONU.
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BarcelonaEsta semana la televisión israelí ha difundido el primer vídeo del interrogatorio de un miliciano de Hezbolá, uno de los chiís libaneses que Israel ha encarcelado en los últimos días. En una habitación cerrada y frente a una gran bandera israelí, el miliciano respondía a las preguntas que le hacían los interrogadores del Shin Bet, la agencia de seguridad que principalmente se encarga de los palestinos.

Una vez terminado el vídeo, un periodista incidió sobre el fragmento en el que el miliciano dice que, inmediatamente después de la muerte de Hassan Nasrallah, el líder de Hezbollah, asesinado en Beirut el 27 de septiembre, los milicianos abandonaron sus posiciones sobre el terreno y "huyeron". Un comentarista israelí observó que la veracidad de la afirmación del miliciano no era tan evidente, ya que Hezbolá sigue luchando hasta el día de hoy.

En todo caso, el futuro de Hezbollah, como el de Hamás después de la muerte de Yahya Sinwar, es incierto. Las organizaciones nunca habían afrontado una crisis como la actual, con casi toda la cúpula eliminada, y con un Benjamin Netanyahu decidido a cortar a raíz del césped alrededor del Partido de Dios y de Hamás. Lo que quedará cuando acabe la guerra dependerá, en gran medida, de la voluntad del primer ministro israelí y de la capacidad de resiliencia de Hezbollah y Hamás.

Netanyahu quiere dejar un Oriente Próximo diferente, lo que implica eliminar toda la capacidad de resiliencia de Hamás y de Hezbollah, una empresa que no es nada fácil. El primer ministro y su entorno dijeron que no permitirán que ambas organizaciones islamistas se rearmen. Y para conseguir este objetivo es necesario que exista una victoria militar contundente, lo que requiere una prolongación de la guerra por un tiempo que ahora nos parece indefinido.

La destrucción completa de Hamás y de Hezbollah parece muy difícil, aunque Netanyahu se haya comprometido, porque aunque se dé una desaparición más o menos formal de Hezbollah y de Hamás, no pasará mucho tiempo antes de que nazcan otros organizaciones similares, al menos mientras no se resuelva la cuestión palestina de forma aceptable por las partes en conflicto.

Irán, ¿un problema para Israel?

También está el factor iraní. Israel lo utiliza todos los días para atemorizar a los países árabes. A Tel-Aviv le interesan las dos posibilidades al respecto. Por un lado, es evidente que le interesa más que desaparezca la república islámica para siempre, pero, mirándolo bien, en realidad no le va mal que exista. Puede aprovechar ambas situaciones.

Hezbollah se fundó en 1982, es decir, sólo tres años después de la revolución iraní, y ha ido creciendo hasta convertirse en un problema permanente para Israel. Algunos dirigentes israelíes consideran que es una amenaza existencial para el estado judío, aunque esto es seguramente una exageración.

La solidaridad chiíta constituye el eje fundamental de Teherán para trasladar a la región la resistencia contra Estados Unidos y, sobre todo, contra Israel. Los iraníes piensan que el estado judío está detrás del boicot que sufre Irán por parte de las potencias occidentales, y probablemente esto se acerca bastante a la realidad. Israel es el enemigo más visible de Irán, según se desprende de la oratoria de Netanyahu y de toda la plana mayor de su gobierno.

En la compleja situación actual es difícil pronosticar qué ocurrirá después de la guerra. Por encima de todo planea la pregunta de hasta dónde está dispuesto a llegar Netanyahu, y la respuesta a esta pregunta depende principalmente de Netanyahu y de alguna manera también del resultado de las elecciones de noviembre en EE.UU.

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