África

Pobreza y fundamentalismo islámico: las raíces de la violencia en Burkina Faso

A pesar de los progresos políticos de los últimos años, el país sigue dependiendo de las instituciones financieras mundiales y de la potencia militar francesa

Jaume Portell Caño
4 min
Persones circulante por la plaza de las Naciones Unidas, al centro de Uagadugu, la capital de Burkina Faso

Barcelona“Uno de los hermanos Sawadogo era comerciante. El negocio no funcionó y empezó a seguir a un predicador paquistaní”. Es una de las siete historias personales que aparecen en Comprendre les attaques armées au Burkina Faso. Profils et itinéraires de terroristes, un libro escrito por el periodista de investigación burkinés Atiana Serge Oulon, que atiende al ARA pocos días después del asesinato de los periodistas David Beriain y Roberto Fraile en la zona oriental de su país. 

Los perfiles que aparecen en su libro tienen una característica común: son muy jóvenes y casi no han tenido acceso a la educación. Oumarou Boly era un delincuente temido en el barrio donde vivía. Mougnol Aboubacar Dick tenía dos posibilidades: la emigración clandestina o la entrada en un grupo terrorista. Eligió la segunda. En todos los casos, Oulon considera que estamos ante bandas que se edifican sobre un discurso religioso, pero que beben de la precariedad: “No tienen trabajo. Hay quien entra porque le ofrecen dinero, y hay otros a los que directamente se los fuerza a unirse. Algunos entran por espíritu de venganza o porque lo ven como la única manera de protegerse de los ataques periódicos que sufren”. En Burkina Faso, un país de 20 millones de habitantes en África occidental, casi la mitad de la población tiene menos de 17 años. 

Las raíces para entender el auge del fundamentalismo islámico en este país van más allá. En el norte de Malí, donde el control del estado es inexistente, se ha producido el proceso de radicalización de algunos de los protagonistas del libro de Oulon. El primer golpe del yihadismo en Burkina fue en 2015 y desde entonces ha habido 1.600 muertos y más de un millón de desplazados. 

La ideología de los imanes que influyen a los jóvenes viene de fuera de África: “Hay un descontrol total sobre algunas ONG, que sirven de vehículo de financiación de mezquitas desde Arabia Saudita”, denuncia Oulon. En los centros educativos saudíes se ofrecen becas de estudios a miles de estudiantes extranjeros con una condición: una vez acaben tienen que volver a su país de origen para enseñar lo que han aprendido. Muchos críticos consideran que esta ha sido la puerta de entrada del wahhabismo, la rama sectaria que es el corpus ideológico de los grupos yihadistas que hay en el Sahel.

El soft power saudí tiene muchas caras. Como respuesta a las carencias causadas por la pandemia, las organizaciones humanitarias saudíes han repartido comida durante el Ramadán en el Chad, el Níger y otros países de África occidental. Los libros de educación islámica, editados en Riad, la capital saudí, hace años que circulan en las escuelas coránicas de toda la región. 

Respuesta militar 

El G-5 Sahel, un grupo de coordinación militar entre los países de la zona, está en marcha desde el 2014. Oulon considera que esta operación es un “fracaso anunciado”: “Argelia es una potencia militar africana. Nigeria y el Camerún tienen problemas de seguridad. ¿Por qué no están ahí?”, se pregunta. Oulon considera que la operación forma parte de la estrategia de París para seguir controlando la región y consolidar un mercado para sus exportaciones de material de defensa. Desde el 2013, según un informe del ministerio de las Fuerzas Armadas francés, se han disparado las ventas de material militar en Burkina Faso, el Níger, el Chad, Mauritania y Malí, los países que forman parte del G-5. En el caso burkinés, casi el 100% de los pedidos de material militar se han hecho desde el 2013. Según fuentes militares consultadas por Oulon, los mismos integrantes de la operación tienen la sensación de que Francia decide todo lo que tienen que hacer. 

Para poder viajar con militares que los protejan hacia el este del país (la región donde fueron asesinados Beriain y Fraile), los periodistas burkinesos tienen que aprovechar los viajes a la zona de algún ministro o del presidente. El sueldo de un periodista en Burkina Faso es de 150 euros mensuales, en el caso de un principiante, y puede llegar hasta los 450. El gran problema es la irregularidad de los pagos: en algunos casos, los profesionales se pueden estar tres meses sin recibir la nómina. A pesar de las dificultades, el país aparece en el número 37 del ranking de Reporteros Sin Fronteras sobre la libertad de prensa, por delante estados como Italia, los EE.UU. y Corea del Sur. 

La caída del dictador Blaise Compaoré, en 2014, a raíz de una revuelta popular, desencadenó una oleada de optimismo en el país que contrasta con la amenaza yihadista actual. La independencia judicial avanza y recientemente se ha anunciado el juicio a los responsables del asesinato del expresidente Thomas Sankara en 1987. Oulon celebra los progresos pero concluye que el país realmente no es independiente: “La política económica te la dictan el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estamos en un mundo en el que manda el dinero. Lo vemos con el reparto de las vacunas o incluso a la hora de establecer las prioridades sanitarias. Aquí la gente se muere más de malaria que de covid”, sentencia.

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