Reina de un mundo cada vez menos real

La apariencia de eterna de Isabel II, que hoy hace 70 años que ascendió al trono, perpetúa el sueño imperial que pervive en el Reino Unido pero también augura enormes retos al final de su reinado

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Reina de un 
 Mundo cada vez menos real

LondresHace unos días, en el calor de un debate parlamentario sobre el escándalo del Partygate, Keir Starmer, jefe de la oposición laborista, mencionó a la reina. Hacía referencia a la información que el Telegraph había publicado sobre dos de las muchas fiestas celebradas durante los confinamientos en Downing Street, en este caso la noche del 15 al 16 de abril de 2021, horas antes del funeral del duque de Edimburgo, marido de la monarca. Starmer recordó la imagen de Isabel II vestida de luto, con mascarilla y sola en uno de los bancos de la capilla del castillo de Windsor, momento asociado a la pandemia que quedará como una de las instantáneas más icónicas de la última etapa de su reinado. La foto, publicada en toda la prensa al día siguiente, el 17 de abril de 2021, contrastaba con el relato de la fiesta de los empleados de Boris Johnson -llegaron a romper el columpio de uno de los hijos pequeños del premier- y de lo que ha sido la cultura del desmadre en una administración que, por ahora, todavía aguanta. Al oír las palabras de Starmer, sin embargo, el presidente de los Comunes, el speaker Lindsay Hoyle, lo reprendió, recurriendo al libro de convenciones y usos de la cámara, que fecha de la primera mitad del siglo XIX: “Normalmente no mencionaríamos, y con toda razón, a la familia real. No entremos en discusiones sobre la familia real”, le espetó.

Starmer, dócil, reculó. Y es que hasta ahora Isabel II, con casi 96 años, 70 de los cuales en el trono, se ha convertido en todavía más sagrada de lo que los usos y costumbres ya preveían. Se puede hacer broma sobre ella, tanta como haga falta, en la televisión, los Sex Pistols pueden ningunearla y decir que dirige un régimen fascista en la letra de una canción tan famosa como escándalo provocó en su momento (1977), pero los diputados electos del Reino Unido no pueden hablar de ella, ni tampoco -si lo quisieran- de la familia real ni de sus escándalos, recurrentes.

A pesar de que la ceremonia de la coronación de Isabel II no tuvo lugar hasta el 2 de junio de 1953, con el aniversario de la ascensión al trono, que hoy celebra en la misma fecha en la que murió su padre, Jorge VI, la monarca casi ha roto todos los récords. Todos en Inglaterra y en el Reino Unido, aunque no en Europa, puesto que Luis XIV, el Rey Sol de Francia, consiguió reinar 72 años y 110 días.

Sea como sea, ya hace años, desde 2017, que Isabel II es la jefa de estado más longeva del mundo. Cuando cumplió 21 años, desde Suráfrica, en un famoso mensaje radiofónico, dijo: “Declaro ante todos vosotros que toda mi vida, ya sea larga o corta, estará dedicada a vuestro servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos”. El imperio ya es historia, pero aquella chica ha cumplido su palabra. Y la idea de abdicar en su hijo Carlos por sus inminentes 96 años ni siquiera se plantea.

Una corona como símbolo del negocio familiar. En 1917 el abuelo de Isabel II, Jorge V, cambió el nombre de la casa real. Del de raíces germánicas de Saxe-Coburg-Gotha al inglés Windsor. Todavía se luchaba contra las fuerzas del Káiser en la Primera Guerra Mundial y la pátina centroeuropea no encajaba nada. Todos los parientes trabajan ahí, una tradición que se rompió con Eduardo VIII en 1936 y, ahora, con Enrique y Meghan. El negocio es el negocio y todo se explota, también la imagen de la monarca.

Los británicos tendrán la oportunidad de agradecerle la vida de servicio y de celebrar el jubileo de platino el primer fin de semana de junio, entre los días 2 y 5. El gobierno Johnson decretó el año pasado dos días de fiesta extras después de un fin de semana, un puente del todo inusual en las islas. Una competición sobre el mejor púding del jubileo será, sin duda, uno de los actos más idiosincrásicos con los que se homenajeará a la monarca. El éxito de la convocatoria está casi garantizado. No solo por lo entusiasmo culinario de los súbditos, sino por la participación incondicional de los medios de comunicación, que no quitarán ojo al acontecimiento.

Claro que todo dependerá no tanto del aprecio de los ciudadanos por la monarquía, o del gusto por los púdings, sino de la meteorología, otra característica muy idiosincrásica del país, tanto de los ingleses como de los británicos. Alguno de los actos del jubileo de diamantes de 2012 fue saboteado por una intensa lluvia, que tanto Isabel como su marido, Felipe de Edimburgo, así como el resto de la familia, aguantaron estoicamente mientras navegaban por el Támesis en una barcaza y saludaban a los devotos que los esperaban a las orillas como se espera a los corredores del Tour en el arcén de la carretera.

De la plata al platino

El primer jubileo que celebró la reina tuvo lugar en 1977, el de plata. Entonces no parecía muy conveniente celebrarlo, con los sindicatos en pie de guerra y las calles de Londres llenas de basura sin recoger. Los mayores, sin embargo, recuerdan el éxito: hubo 4.000 fiestas populares solo en la capital británica.

La historiadora y biógrafa de diferentes monarcas Jane Ridley habla desde la atalaya del establishment cuando sugiere, en un encuentro con el ARA, que “las celebraciones del jubileo son una muestra espontánea del afecto del pueblo hacia la monarquía”. ¿Pero es realmente así? Quizás. O quizás solo lo es en el caso del Reino Unido o, todavía más específico, en el de Isabel II, ejemplo difícilmente trasladable al estado español, donde hay latentes muchas más pulsiones republicanas.

Cuando se habla de monarquías, y de monarquías parlamentarias, símbolos del poder sin poderes ejecutivos, a pesar de que con privilegios, hay una paradoja difícil de entender: la fascinación que pueden llegar a sentir por ellas las clases populares; las mismas clases que se pueden gastar el dinero que no les sobra comprando tazas de gusto abominable o muñecas o cualquier otro tipo de recuerdos de todo a cien pero mucho más caros; o la fascinación general compartida ante una serie como The Crown, la gran contribución de la época del streaming a la glorificación de Isabel II y de los Windsor con una supuesta pátina de cotilleo crítico.

La coronación. La imagen de Isabell II en la ceremonia de 1953. El papel que jugó la televisión y la alegría que se vivió en las calles ayudaron a superar el trauma de la Segunda Guerra Mundial. La brillantez del vestido eclipsó la mucha escasez de entonces.

En un exceso de cinismo pero con gran visión política, un periodista y ensayista inglés del siglo XIX, un tal Walter Bagehot, cofundador de una publicación de referencia entre el XIX y el XX, la National Review, predijo que “cuanto más democráticos seamos, más nos gustará el estado y el espectáculo que siempre ha gustado al pueblo”. Y es que, perdido el poder ejecutivo real, ¿qué le queda a la monarquía británica? “Ceremonias, desfiles, bandas militares, todo esto es lo que forma parte del atractivo de la monarquía”, afirma Jane Ridley.

¿Es suficiente para perdurar más allá de Isabel II? Uno de los retos que tendrá que afrontar el heredero, Carlos, será la enorme popularidad de su madre, muy alta después de superar la sacudida que causó la muerte de Diana en 1997. “La monarquía británica, durante su reinado, ha sido muy robusta. Quién sabe qué puede pasar después. Con todo, cuanto más moderna es nuestra sociedad, más parece que necesite figuras como las de la reina”, dice Ridley.

Si el tiempo acompaña, y la prensa no hace hincapié en el rifirrafe entre Guillermo y Enrique, que asistirá con Meghan a los actos festivos, el jubileo será un éxito. En el aire quedarán algunas preguntas. Pero ya no las tendrá que responder Isabel II, más allá de las medidas ya tomadas contra su hijo Andrés. ¿Qué pasa si todavía sale peor parado del juicio en Nueva York? ¿Qué monarquía diseñará el futuro Carlos III? Se habla de un clan mucho más reducido, el rey y el heredero, hecho que rompería con la tradición de los Windsor. Pero los tiempos cambian y, para sobrevivir, la del siglo XXI ya no será ni una familia tan extensa ni tan real. Quizás un día, incluso, hablarán de ellos en los Comunes.

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