Una resistencia antitalibana con un pasado controvertido

El hijo de Ahmad Sha Masud se atrinchera en el valle de Panjshir y pide ayuda militar a EE.UU., Francia y el Reino Unido

Miembros de la resistencia antitalibana, a la provincia del Panjshir
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BarcelonaDurante los últimos días se ha hablado mucho de una supuesta resistencia antitalibán que podría tomar las armas contra el movimiento islamista. Se trata de los llamados muyahidines, que estarían liderados por el hijo de Ahmad Sha Masud, un personaje controvertido que algunos medios de comunicación occidentales –sobre todo franceses- presentan como un héroe, pero que informes de derechos humanos acusan de crímenes de guerra. El hijo se llama casi como el padre: Ahmad Masud. Sea como sea, si los muyahidines son los que tienen que salvar a la población afgana, posiblemente sea peor el remedio que la enfermedad.

Para entender por qué, es necesario repasar los últimos 42 años de la historia de Afganistán. Los muyahidines son facciones islamistas que lucharon contra las tropas soviéticas en los años ochenta y que recibieron financiación y armas de Estados Unidos. Por aquel entonces Afganistán se convirtió en un campo de batalla más de la guerra fría. Tras la retirada de las tropas de la URSS en 1989, las facciones muyahidines se enzarzaron en una guerra entre ellas por el poder de Kabul en la que no les importó bombardear zonas civiles. En aquellos años, entre 1992 y 1996, es cuando Kabul quedó casi arrasada.

En concreto, Ahmad Sha Masud –que hablaba francés; de ahí su buena relación con París- lideraba una federación de facciones militares que recibían el nombre de Shura-e-Nazar. El centro de estudios Afghanistan Justice Project publicó en 2005 un informe, Casting shadows. War crimes and crimes against Humanity: 1978-2001 (“Arrojando sombras. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad: 1978-2001), que afirma literalmente: “Todas las facciones que participaron en el conflicto en Kabul llevaron a cabo ataques indiscriminados. Shura-e-Nazar fue una fuerza especialmente letal, y una proporción significativa de la destrucción de la capital afgana se debió a sus proyectiles y su fuego de artillería. Masud es nombrado en repetidas ocasiones como la persona que dirigía las operaciones, tanto si se utilizaba artillería de corto o largo alcance como si se daban órdenes a pilotos de ataque”.

De hecho, basta preguntar en los barrios de Kabul que fueron bombardeados por los hombres de Masud. Su población habla pestes de él. Las facciones muyahidines hicieron tantas barbaridades durante aquellos años que, cuando el movimiento talibán apareció en 1994, parte de la población afgana no le hizo ascos. No porque comulgaran con ellos, sino porque en las zonas donde combatían los muyahidines eran tan habituales los bombardeos, saqueos y violaciones, que las áreas bajo dominio talibán se consideraban casi un oasis.

Ante la aparición de los talibanes, los muyahidines se aliaron de nuevo para luchar contra ellos y crearon la llamada Alianza del Norte. Se llamaba así porque los talibanes se hicieron con el control del 90% de Afganistán, mientras que las facciones muyahidines quedaron relegadas a una zona del norte del país. Impidieron que los talibanes la conquistaran porque bloquearon el túnel de Salang, un túnel de más de dos quilómetros y medio de largo que constituye la única vía de conexión entre el sur y el norte de Afganistán. Asimismo los muyahidines se atrincheraron en el valle de Panjshir, situado a unos 100 kilómetros al norte de Kabul, que también es una zona de difícil acceso. Para entrar hay una única carretera de curvas que bordea un río. Inhabilitando esa carretera, es imposible adentrarse.

La guerra entre muyahidines y talibanes se mantuvo durante los cinco años que esos últimos estuvieron en el poder. Todo cambió, sin embargo, con el atentado del 11-S de 2001 contra Estados Unidos. Dos días antes del ataque, Ahmad Sha Masud fue asesinado en Afganistán por terroristas de Al Qaeda que se hicieron pasar por periodistas: mientras lo estaban entrevistando, detonaron un artefacto explosivo que llevaban escondido en la cámara. Cuando Estados Unidos inició su intervención en Afganistán en 2001, no envió tropas sobre el terreno. Se limitó a bombardear el país y recorrió a las facciones muyahidines para que le ayudaran a hacer caer el régimen de los talibanes. Y eso es lo que ocurrió.

Un retrato gigante de Ahmad Sha Masud en el aeropuerto de Kabul

Tras la caída del régimen talibán, los muyahidines reclamaron una compensación por la ayuda prestada y Washington aceptó que entraran a formar parte del nuevo gobierno afgano. Desde entonces Kabul se llenó de posters con el retrato de Masud. Algunos comerciantes optaban por ponerlo en los escaparates para simplemente ahorrarse problemas. Durante los últimos años la foto de Masud también ha presidido la entrada de algunos ministerios e incluso la fachada del aeropuerto internacional de Kabul, donde había una imagen gigante del líder muyahidín junto a una del hasta ahora presidente afgano, Ashraf Ghani. Los muyahidines que formaban parte de la administración sustituyeron el Kalashnikov por un traje y una corbata, dando una imagen de políticos respetables, con los que la comunidad internacional ha tratado durante las últimas dos décadas.

El hijo de Ahmad Sha Masud no tiene las manos manchadas de sangre –tiene 32 años y ha pasado buena parte de su vida en Irán o en el Reino Unido-, pero bebe del legado de su padre. Se ha atrincherado en el valle de Panjshir, asegura que cuenta con el apoyo de miles de soldados, y ha pedido ayuda militar a Estados Unidos, Francia y el Reino Unido para luchar contra los talibanes. Facilitarle armas, sin embargo, supondría envenenar aún más el complicado avispero afgano.

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