Un participante del desfile con una camiseta con la imagen del presidente ruso Vladimir Putin durante la Marcha del Orgullo celebrada en el 2018 en Nueva York.
11/10/2024
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BarcelonaVladimir Putin culminó uno de los ataques más contundentes a los derechos personales. El parlamento ruso ha empezado a debatir la ley de prohibición de la adopción de menores por parte de ciudadanos de países en los que se permite la transición de género. Un texto con vínculos a otras dos medidas de trasfondo represivo: la ley de 2023 que prohíbe la adopción y anula el matrimonio de todos los que hayan osado cambiar de género –y conste en documentos públicos– y la resolución del Tribunal Supremo de hace un año que prohíbe el movimiento LGTBI, al considerarlo "organización extremista".

Esta última sentencia culmina la ley de 2022 que impedía cualquier tipo de publicidad LGBTI, aunque anunciara, por ejemplo, un curso o conferencia en un centro cultural o académico. El Tribunal Supremo amenaza con diez años de cárcel por propaganda inmoral.

De nada ha servido que la homosexualidad fuera despenalizada en Rusia en 1993 bajo la presidencia de Boris Yeltsin: treinta años después, el putinismo considera que aquello “sólo afecta al derecho de los ciudadanos en su vida privada”. Y aquí habría que recordar que alguna vez Putin ha apuntado claramente que "Rusia es un estado heterosexual". Con esta batería de medidas represivas en el ámbito de la adopción, el género y la sexualidad, Rusia se pone al mismo nivel de la Alemania nazi de 1935, cuando gays, lesbianas y trans empezaron a ser estigmatizados, encerrados en los campos y finalmente exterminados.

El putinismo ha intensificado, pues, la persecución de los LGTBI y ha puesto en el punto de mira de la propaganda del régimen casos considerados intolerables. Todo un aviso de escarmiento. Un verano en el campamento, la novela escrita a cuatro manos por la ucraniana Katerina Silvanova y la rusa Elena Malisov –una ucraniana y una rusa, todo un pecado– narra la historia de amor de dos chicos, escenificada en un campamento de escuchas en tiempos de la Unión Soviética. Después de vender más de un millón de ejemplares, Un verano en el campamento ha sido secuestrado y retirado de las librerías. Putin no puede permitir un libro sobre el amor entre dos hombres, precisamente en tiempos que él se formaba como agente del KGB. Putin está enrabietado, mientras la autora rusa Elena Malisova ha tenido que huir de Rusia.

Ataque a la cultura y el ocio

La censura a la literatura con contenido gay ha estado precedida por otro aviso del pan que se le da, en estas cuestiones. La última semana de julio, acusada de acoger a “gente extremista”, la discoteca Propaganda, en Moscú, tuvo que cerrar. Un club mítico, de los más elegantes de Europa en el ámbito gay-friendly. He estado y puedo dar fe. La desaparición de Propaganda representa una grieta irreparable en las relaciones sociales del LGTBI de Moscú y de toda Rusia.

Según varios estudios sociales, entre un 70% y un 75% de la sociedad rusa no ve con buenos ojos ni la homosexualidad ni el transgénero. El sector de la población más rígidamente homófoba, a los gays, lesbianas y trans quisiera no verlos, mientras los sectores de rusos, digamostolerante, cree que hay que dejarles vivir y hacer la suya, pero cuidado: no esconden que no les gustaría tenerlos ni como amigos, ni como compañeros de trabajo, ni como vecinos. Las demás cifras, entre un 30% y un 25%, admite plenamente a los LGTBI. Unos porcentajes, mira por dónde, que coinciden con los del apoyo que tuvieron las actrices disidentes de Pussy Riot, y el líder opositor asesinado Aleksei Navalni. 30% o 25%. En cualquier caso, los demócratas en serio.

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