Los tres amigos que se compraron un coche para rescatar a ucranianos

Conducen por el país en busca de familias para llevarlas a la frontera con Polonia

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Familias de refugiados de la guerra en Ucrania atravesando el paso fronterizo polaco de Medyka.

BarcelonaPor fin Miguel (nombre ficticio) pasó la frontera. “A la aventura total”. No se esperaba aquella imagen: muchas personas intentando atravesarla en sentido contrario. Buscó a una persona que hablara inglés. “Viene la guerra”, contestó una chica. Pocas horas después el presidente ruso, Vladímir Putin, despertaba a medio mundo anunciando que empezaba la invasión de Ucrania. Los primeros tanques entraron por el Donbás y Miguel estaba en la otra punta del país, cerca de Lviv. Ya conducía un Lada Niva, un todoterreno ruso con unos cuantos kilómetros en las ruedas, pero que gasta poco y es fácil de reparar. No iba solo: lo acompañan tres amigos con quienes ya compartió experiencias en Lesbos ayudando en todo lo que haz falta, desde montar tiendas hasta repartir comida y conversar, mucho, con todo el mundo. Ya hace dos años. Hacía un mes y medio que hablaban de ir a Ucrania.

Cuando lo tuvieron todo preparado, cogieron un avión hasta Varsovia, de allí una especie de BlaBlaCar polaco hasta la frontera y, una vez en Ucrania, compraron el 4x4. Se sintieron estafados por el precio: 3.000 euros que no acabaron de ser 3.000 con el cambio de moneda. Y carretera y manta.

De hecho, han sido muchas mantas. Pronto se dieron cuenta de que las carreteras por donde circulaban eran transitadas, sobre todo, por personas que intentaban huir. Algunas iban caminando. Cuando veían a una familia con niños se paraban, los cargaban, les daban mantas y algún zumo, hacían media vuelta y volvían hacia la frontera. Los dejaban en el último lugar de la cola y volvían a hacer media vuelta para coger otra vez la carretera. Y una vez más. Y otra. Su misión: llevar a tantos refugiados ucranianos hasta la frontera como fuera posible.

"Press" en el coche

Escribieron con cinta adhesiva la palabra "Press" en el coche, a pesar de que los militares y la policía al final ya saben qué hacen: “Y evidentemente nos dejan hacer”. Pero tienen un mensaje en el traductor del móvil preparado por si se complica la cosa. Las personas a las que que recogen siempre les dicen que tienen “un primo, una madre o un tío” que se tiene que ir a buscar. Y, por lo tanto, lo van a buscar. Con ellos quedan siempre en el control militar que desde el estallido de la guerra hay casi en cada pueblo. Han llegado a estar a solo una hora en coche de Kiev.

En total, Miguel calcula que han hecho unos cuarenta viajes en diez días y han llevado hasta la frontera a unas 120 personas. Ponen una dirección en el navegador para asegurarse de que van a una zona medianamente segura. Recuerdan mil caras. Por ejemplo, tres de Vinnitsa, a unos 300 km de la capital: “Recogimos una madre con sus dos hijos. No sabían donde estaba el padre. Nos decía que nos daba todos sus ahorros porque solo nos lleváramos a los hijos. A ella no. Quería ir a encontrar el marido. Finalmente los tres, sin él, atravesaron la frontera”. Miguel y sus amigos, de hecho, no pueden recoger a hombres. Si lo hicieran podrían tener problemas con el ejército ucraniano, porque todos tienen que ir a luchar. “La mayoría se quedan en Ucrania. Solo llegan a Polonia los que pueden sobornar a los soldados”.

La gasolina es básica. Normalmente, la llevan en garrafas desde Polonia. Pero también compran a ucranianos que se escapan o que abandonan los coches. La comida, la recogen de los centros de acogida que, de hecho, es donde tendrían que dormir. Pero normalmente prefieren dormir en el coche y dejar las camas para los refugiados. A las 7 de la mañana se levantan, almuerzan y conversan un rato haciendo un cigarro. Después, vuelven a coger el coche.

Silencio y respeto

Con las personas que recogen casi no se comunican. “Mantenemos la distancia, que estén cuanto más tranquilos mejor”. Muchos silencios en un taxi: ellos delante y los otros detrás. Eso sí, con la diferencia de que van, a veces, con el maletero abierto para que puedan entrar más personas. Hasta siete llevan. Ellos siempre son dos, y uno de los amigos se queda en la frontera.

En la frontera hay kilómetros de cola, pero allí ya están seguros. “Siempre les decimos que se pueden quedar la manta hasta que la crucen, pero que entonces la tienen que dejar en un saco para que se puedan reutilizar. Y siempre la dejan”. A pesar de que para muchos cruzar la frontera ya es una meta, apenas es un inicio. Un principio donde hay “bondad”, con muchas ONG esperándolos para ayudarlos, pero también “estafadores que prometen viajes a España por 4.000 euros” y una vida falsa. “Hay mucha gente que se aprovecha”, explica Miguel. Como si fuera un aeropuerto, hay personas que llevan carteles con destinos por las que tienes que pagar todo lo que tienes.

Hace unos días, Miguel volvió a España porque hace tiempo sufrió un cáncer y tenía una prueba médica que no podía posponer. En la fecha de publicación de este artículo, ya vuelve a estar en Ucrania. En la carretera, y con muchas mantas.

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