Trump: un año intentando hacer creer la 'gran mentira'

Dos de cada tres republicanos siguen convencidos de que el expresidente ganó las elecciones de 2020

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Donald Trump, animando sus seguidores a asaltar el Capitolio, el 6 de enero

WashingtonHace una semana, Donald Trump consiguió que el Wall Street Journal le publicara un artículo de opinión. "Realmente, en las elecciones (de 2020) hubo fraude, una cosa de la que, lamentablemente, ustedes no se dan cuenta", decía el expresidente. Completaba el artículo con una veintena de falsedades, mentiras y exageraciones que pretendían demostrar que "hubo mucha corrupción e irregularidades en el voto". Trump perdió la reelección hace exactamente un año, pero no ha cambiado ni una coma de su discurso. Sigue enrocado en su obsesión llena de conspiraciones, propaganda y desinformación que intoxican la opinión pública y afectan a la política norteamericana, incapaz de pasar página, sumergida en lo que el expresidente denomina la gran mentira: una teoría sin base fáctica sobre el hecho de que su derrota fue un engaño, la estafa última de la constante cacería de brujas de la que siempre se sintió víctima.

La gran mentira no es simplemente la pataleta de un personaje que, desde 2016, anunciaba que no aceptaría las reglas del juego. En un año se ha convertido en un credo capaz de hacer despertar una furia revolucionaria, como se demostró el 6 de enero con el asalto insurrecto al Capitolio, en una respuesta más adecuada de una corriente sectaria que de un razonamiento ideológico político. Los hechos del día de Reyes podían haber sido el punto álgido y final de la gran mentira, pero solo fue el principio. La gran mentira se ha convertido en punto casi único del manual del posttrumpismo actual, alimento de una masa de seguidores que siguen incorruptibles y fieles a lo que representa el expresidente.

Los datos lo corroboran. Una encuesta de la Monmouth University del mes de junio apuntaba que el 32% de los norteamericanos creían que la victoria de Joe Biden solo se entendía porque había habido fraude. Un sondeo más reciente, de hace solo unos días, de PRRI y el Brookings Institute, eleva hasta el 68% los republicanos que creen que se "robaron" las elecciones de 2020 a Donald Trump.

El radicalismo de la gran mentira es fascinante y tiene un fundamento muy concreto: el refugio informativo que ha encontrado en los canales conservadores. Un 82% de los que se informan a través del canal conservador Fox News se creen la teoría conspiradora, un seguimiento casi unánime (97%) entre los que confían únicamente en canales de ultraderecha.

La democracia, en riesgo

El daño a los estamentos democráticos de esta desconfianza en el sistema y en la realidad política del país explica sobre manera la irreconciliable división existente en los Estados Unidos. Para Timothy Snyder, autor del ensayo Sobre la tiranía (Destino), "sempre es tentador culpar a los otros de una derrota". "No obstante, que un líder nacional lo haga y que inyecte una gran mentira en el sistema pone a la democracia en riesgo [...]. La democracia no tendría que enterrarse en una gran mentira", añade.

La sensación es precisamente esta: que a medida que la retórica de la desconfianza y la desafección trumpista se consolida, la idea de volver a unificar el país y recuperar un sistema en el que sea posible el acuerdo bipartidista es utópica. Es, como lo define Jennifer Mercieca, profesora de comunicación de la Universidad de Texas A&M, una "fabricación del desacuerdo" a conciencia a través de la propaganda de fácil propagación, la conspiración, la desinformación, la indignación y el miedo, solo pensando en el beneficio propio. En el caso de Trump, económico (son constantes sus correos electrónicos animando a hacerle donaciones monetarias) o, en un futuro, electoral.

Partidarios de Donald Trump asaltando el Capitolio.

Para Snyder, "curar" a los Estados Unidos de esta teoría de la gran mentira tiene una solución fácil: que todos los políticos, especialmente los republicanos, acepten sin más dilación y de la manera más explícita posible que las elecciones de 2020 fueron limpias, sin rastro de fraude ni robo ni nada por el estilo.

Hasta ahora las declaraciones no se han hecho tan públicas como sería necesario, en gran parte por temor a perder una bolsa de votantes todavía muy vinculada a las creencias que emanan de un expresidente encerrado en su resort de Mar-a-Lago. "Si no resolvemos el fraude de las elecciones presidenciales de 2020, los republicanos no irán a votar en 2022 o en 2024", dijo a mediados de octubre Trump, que añadió que, "por ahora, es lo más importante que tienen que hacer los republicanos".

El peaje de la verdad

Dejar en evidencia que la gran mentira es un camelo significaría perder a unos fieles seguidores trumpistas que, a pesar de las pruebas irrefutables, insisten en buscar pruebas de un fraude que se ha demostrado que no existió tantas veces como ha hecho falta, y que son capaces incluso de utilizar la violencia para demostrarlo, como se vio el 6 de enero.

Todavía peor: la desconfianza en las instituciones y el juego democrático se han usado perversamente por una veintena de gobiernos de estado republicanos para redactar y aprobar leyes que, con la falaz justificación de hacer más seguro el proceso de votación y tener más control sobre lo que pasa con los recuentos y el gesto directo de poner un boletín en una urna, en realidad crean estrategias para limitar y restringir el voto, cosa que afecta principalmente a minorías raciales y clases humildes.

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