La brigada de la falda

'La nueva brigada', en Netflix.
Periodista i crítica de televisió
2 min

En 1958, Suecia incorporó la primera brigada femenina al cuerpo de policías de Estocolmo. Se anunció como una prueba y se advirtió a la población de que podía convertirse en un experimento fracasado. Era el primer país en Europa y uno de los primeros del mundo que incluía oficialmente a las mujeres como una unidad institucionalizada dentro de la policía nacional, con la misma autoridad legal, funciones y formación que los hombres. Fueron provistas de un nuevo uniforme, con falda, sombrero, medias, ligas y zapatos de salón nada cómodos para trabajar. Fueron distribuidas por las comisarías del distrito de Klara y tuvieron que adaptarse a espacios de trabajo gobernados por hombres nada predispuestos a colaborar. La decisión, que pretendía modernizar y actualizar el cuerpo de policía, provocó un debate público y muchos conflictos internos. Muchas abandonaron su trabajo ante la hostilidad de sus compañeros y superiores. De hecho, el goteo de dimisiones puso en riesgo la continuidad de la brigada femenina. Muchos la bautizaron como la brigada de la falda como una forma de menospreciar su papel. Ahora, Netflix ha estrenado la serie sueca La nueva brigada (Skiftet), donde se explica esta transformación social a partir de las historias reales que vivieron las mujeres que formaron parte de esta brigada. En los créditos finales de cada capítulo aparecen fotografías de las verdaderas pioneras de ese progreso.

Las protagonistas son Carin, Siv e Ingrid, compañeras de piso y de comisaría. Sus personajes no equivalen a referentes reales concretos, pero interpretan vivencias que son auténticas. La nueva brigada es una serie sencilla, que atrapa por la curiosidad de observar cómo funcionó ese cambio y las reticencias que generó. La presión de ser buenas profesionales, la falta de confianza por parte de sus superiores, la hostilidad de los compañeros, las reticencias sociales y unas condiciones laborales poco favorables se convertirán en el caldo de cultivo de las diferentes tramas. Las interpretaciones son solventes y las tensiones laborales entre hombres y mujeres están bien construidas. Se percibe el poso real en los matices de algunos personajes. La ambientación histórica transporta eficazmente al espectador a otra época, quizá con una factura visual algo naif pero que da personalidad a la producción. La principal trama de investigación que tiene continuidad a lo largo de los seis episodios está bien tejida, aunque en algunos momentos resulta algo plana. Las transiciones tan marcadas entre secuencias parecen homenajear a las producciones televisivas de los sesenta pero con una pincelada más actual. La serie tiene un ritmo ágil, con capítulos que no llegan a los cuarenta minutos. Pese al contexto tan específico de la serie, muchas mujeres podrán reconocer en los conflictos algunas experiencias propias en los entornos laborales más machistas. Y no hace falta remontarse a los años 50 y 60, porque muchas de las situaciones se reprodujeron en las décadas posteriores. La serie nos sirve también para recordarnos el lento aprendizaje institucional en lo que se refiere a la igualdad.

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