No apto para claustrofóbicos
La noche televisiva del martes en TV3 fue impresionante. Los dos documentales del Sense ficció eran muy impactantes. El primero no era apto para claustrofóbicos. Por suerte, en Atrapado. Tres días en el fondo del Atlántico (Trapped. In 102 feet of water), los propios protagonistas te cuentan su historia y, por lo tanto, se deducía enseguida que todo había terminado bien. Pero aun así, había momentos en los que se hacía muy difícil aguantar el relato de un rescate inesperado e increíble. El documental explica el caso de un equipo de submarinistas que mientras trabajaban en una plataforma marina en medio del océano Atlántico fueron reclamados de urgencia para recuperar los cuerpos de trece marineros fallecidos en el naufragio de un barco de pesca. Lo que no imaginaban es que uno de ellos había sobrevivido atrapado en el interior de la nave, en el fondo del mar. Las imágenes del proceso de rescate son reales porque los submarinistas grabaron toda la intervención dentro del barco. También se utilizan las grabaciones de las comunicaciones que el equipo de profesionales mantenían entre sí para coordinarse. El guion reconstruye la epopeya en paralelo desde los dos puntos de vista: el del náufrago y el de los submarinistas. Solo quienes puedan aguantar tan angustiantes imágenes conseguirán la recompensa de un desenlace mucho más bonito y reconfortante que la pura supervivencia.
El segundo documental se centraba en la investigación de una de las fotografías más icónicas del bombardeo atómico sobre Nagasaki. Es posible que el retrato lo hayáis visto en alguna ocasión. Es de agosto de 1945. Un niño de ocho o nueve años se mantiene firme y con la mirada perdida frente a un crematorio. Va descalzo, con la ropa rota y lleva atado a la espalda el cadáver de un bebé de uno o dos años. No sabemos la identidad de los niños, tampoco el lugar ni la fecha exacta de la fotografía, ni siquiera qué historia esconde la escena. El único dato que tenemos es el autor de la foto, Joe O'Donell, un fotógrafo del ejército estadounidense que murió en el 2007. Por tanto, la historia de Buscando al niño de Nagasaki (Searching for the standing boy of Nagasaki) es el proceso de búsqueda para encontrar al protagonista de la foto o, al menos, saber qué fue de él. Sin embargo, la investigación sirve para explicar la devastación provocada por la bomba atómica y conocer el testimonio de muchos otros niños que sobrevivieron. Personas que ahora, ochenta años después, cuentan vivencias muy parecidas a la que debía de sufrir la criatura con el bebé muerto en la espalda. El guion se refugia en la poética para tratar de hacer más digerible una historia profundamente traumática. Mientras, documentalistas, archiveros, historiadores, diseñadores, médicos e ingenieros observan la fotografía desde diferentes puntos de vista para descubrir pistas y datos para identificar al niño.
Ambos documentales provocan en el espectador una cierta ansiedad por descubrir el final de la historia. Seguramente por la inquietud que provoca ver cómo el azar determina nuestras vidas.