Celebración pírrica de la Copa América

La inauguración de la Copa America con el acto "Barcelona faro del mundo", el 10 de octubre.
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Después de siete semanas conviviendo con la Copa América, el jueves por la noche TV3 emitía en directo y en prime time Barcelona, ​​faro del mundo, el espectáculo de inauguración. La fiesta tuvo más suerte que la celebración del milenario de Montserrat en septiembre, que quedó relegado al canal 33. Barcelona, ​​faro del mundo llega cuando ya acaba la competición y estamos más bien hartos de toda la retórica que le rodea. Los periodistas de TV3 Francesc Soria y Laia Ferrer se encargaron de la transmisión en directo e intentaron transmitir entusiasmo por el evento. Al principio no lo tuvieron fácil, porque una vez dieron paso a la fiesta, el espectáculo no arrancaba. Hicieron manos y mangas para amenizar la espera. El guión de presentación estaba lleno de un vocabulario mediterráneo y ecofriendly y, sobre todo, incorporaba repetidamente la palabra cultura y cultural para eliminar todo rastro de frivolidad en el acto.

La ceremonia fue una especie de cóctel con ínfulas de Mar y cielo, la Nochevieja en Montjuïc y la Barcelona olímpica. Lo que queda claro es que ya no hay fiesta sin drones, ya sea por el milenario de Montserrat, las Fiestas de la Mercè o la Copa América. Esta vez, la competición de vela se aseguró los grandes hits autóctonos.

Barcelona, ​​faro del mundo era una consecución de temas musicales de Albert Guinovart, que tocaba también el piano en directo. Difícilmente el compositor conseguirá nunca una puesta en escena como ésta para desahogarse. Con todas las cifras económicas que han rodeado la competición, era inevitable imaginar que el músico aún tendrá el bolsillo caliente. La actriz Asia Ortega hacía de hilo conductor, con la colaboración del corazón del Liceu, los Castellers de Vilafranca, la cantante Sílvia Pérez Cruz, la soprano Sara Blanch y Arnau Tordera como pop tenor. Sólo faltaba que todos cantaran Las velas se inflarán. La noche ayudaba a disfrazarlo todo de elegancia. En medio de los drones que emergían de la oscuridad, embriagados de la música guinovartiana, con el faro iluminado humeando a toda potencia y los cánticos a todo trapo, parecía que nos obligaban a emocionarnos. Luz y música en un contexto de fusión heroica tienen mayor eficacia cuando los valores que se celebran tienen un alma, cuando espectáculo y espectadores comparten una historia en común. Esta vez, a la fiesta inaugural le faltaba un poso emocional. El montaje apelaba a la vista pero no a la piel. En cada tema musical, los presentadores se apresuraban a traducirnos el simbolismo implícito porque era imposible interpretarlo sin manual de instrucciones. El diseño pecaba de pretencioso. Suerte de la televisión que aproximaba la fiesta a la pantalla de casa, porque la estructura industrial del faro que servía de escenario parecía tan lejos de la playa que seguro se veía mejor desde el sofá de casa que sentados en la arena.

La celebración quería ser tan épica que acabó resultando pírrica. Era una emoción artificial y prefabricada, de un vacío inquietante, que todavía ponía de manifiesto más la farsa que ha rodeado la Copa América.

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