Nada que objetar si un diario quiere medir el grado de orgullo de ser español (o paraguayo, o mozambiqueño) con una encuesta. Es naturaleza humana, eso de querer encajar en el grupo. Sí me chirría, sin embargo, ufanarse mucho de algo tan accidental como nacer en Almendralejo o Wyoming, pero entiendo el sondeo como un cierto barómetro sobre la autoestima. Eso sí, la forma en que lo plantea El Mundo ese 12-O ("El 74% se siente «orgulloso de ser español»") tiene los clásicos empujones para favorecer una cifra hinchada. Tales como sumar las respuestas "muy" y "bastante". En realidad, sólo un 42,7% lo está mucho, pero el hecho de proponer una segunda opción digamos moderada permite que mucha gente se acabe sumando, aunque sea por miedo a quedar como mal español. La saben larga.
Lo que me hace gracia es que El Mundo, azote de los nacionalismos y adalil de "Los derechos son de las personas, no de los territorios", sea quien se entregue a este ejercicio de chovinismo obsceno al que sólo le faltaba exclamar un "¡Vamos, Rafa!" para terminar de hacer redondo. Banalidad nacionalista, en definitiva, como demuestra que las tres ilustraciones de los gráficos sean un agente de la Guardia Civil, una paella y los reyes de España. Reyes, por cierto, que no salen demasiado bien parados porque apenas reciben un 5,3 sobre 10 por parte de los ciudadanos. Al final, todo ello supone un ejercicio de cierta ficción, porque los elementos de titulación hablan de "presumir de ser español" como si fuera una cuestión activa pero lo cierto es que el concepto de orgullo lo introduce la pregunta, y condiciona la respuesta a un encuestado al que se le plantifica una cuestión encerrada en las narices en unos términos muy determinados. Reducir el orgullo de ser español en la paella, Consti y la monarquía es un ejercicio de uniformización, de querer inocular la idea de que hay un solo nacionalismo posible, el escogido por los Dioses y Rafa Nadal.