Un escándalo que estalla demasiado tarde
Netflix acaba de estrenar un documental que destapa a nivel internacional uno de esos casos insólitos que, por la gravedad y envergadura que adquirieron, te dejan asombrado. Campamento infernal: pesadilla adolescente (Hell camp: Teen Nightmare) pone al descubierto los abusos y malos tratos en unos campamentos que se pusieron de moda a finales de los años 80 en Estados Unidos. Se trataba de unas hipotéticas estancias en la naturaleza con fines terapéuticos pensados para adolescentes rebeldes. Chicos y chicas que sus familias no sabían cómo encauzar. Desesperados, recurrían a la Fundación Challenger, que en sus anuncios prometía devolver a los jóvenes a casa al cabo de unos meses con ganas de recuperar los estudios y la vida familiar. Se suponía que participaban en actividades de supervivencia extrema donde la disciplina y la forma física transformaban a los adolescentes problemáticos en adultos responsables. Hay que tener en cuenta el contexto: en la era Reagan hubo un resurgimiento del conservadurismo social y el movimiento religioso cristiano. La educación y los valores se cuestionaron ante la preocupación por la epidemia del sida, el consumo de drogas y el auge de la cultura pop. El documental arranca con el testimonio de una mujer que, con quince años, en 1989, fue prácticamente secuestrada de su casa para ser internada en uno de esos campamentos. Los padres renunciaban a sus derechos y los dejaban bajo la tutela del responsable de esa organización. En plena noche se los llevaban de su casa, volaban hasta Utah en avión privado y allí se podían pasar meses haciendo una travesía de más de 800 kilómetros por el desierto, malviviendo en medio de la naturaleza, hambrientos, enfermos y golpeados.
Campamento infernal busca a las víctimas de la Fundación Challenger, que recuerdan con amargura las torturas y vejaciones que sufrieron. Sin embargo, el éxito de estos campamentos se expandió en red en todo el mundo. Algunos de los jóvenes estaban más de un año en cautiverio bajo su control. El documental, de hora y media de duración, se va adentrando también en la familia de Steven Cartisano, su ideólogo y fundador. Poco a poco van emergiendo historias terribles y también las grietas de un líder que no era capaz de solucionar sus propios problemas familiares mientras prometía milagros a miles de padres. Algunas imágenes de archivo demuestran el horror de aquellos campamentos y el régimen de explotación de menores en beneficio de un negocio que se convirtió en multimillonario.
Campamento infernal tiene ese ingrediente tan característico de los documentales de Netflix: el giro que provoca perplejidad, porque lo que parece inicialmente un caso aislado acaba convirtiéndose en una historia de grandes dimensiones. El mismo documental parece superado por los hechos a medida que avanza, dejando algunos cabos por atar e interrogantes por contestar y, sobre todo, evidencia la necesidad de hacer una segunda parte con el legado empresarial que comportó aquella idea, que aún perdura.